miércoles. 24.04.2024
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Donna Tartt por © NTG

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Hay novelas que se convierten, el tiempo que dura su lectura, en una estancia alternativa, secreta, a la que acudimos con la sensación de dejar todo lo demás fuera, sabiendo que allí nadie ha de encontrarnos, ni molestarnos, porque estamos sin reloj, sin teléfono, sin conexión alguna con el exterior. Hay novelas adictivas que durante un tiempo restan interés a todo lo demás. Novelas que queremos habitar y que se convierten en calles paralelas de nuestro recorrido, calles por las que transitamos en busca de una imagen, una señal, una palabra que al ser nombrada nos indique algo que no habíamos percibido hasta ese momento: algo acerca de la vida, de su transcurrir, pero, sobre todo, acerca de nosotros mismos: de nuestras pulsiones, miedos, culpas y deseos más profundos.

Todo esto tiene que ver con la lectura de “El jilguero”, de Donna Tartt. Una novela de la que no diré que es la mejor que he leído en las últimas décadas, ni la más gloriosa narración del siglo XXI que haya tenido el placer de disfrutar, sólo comparable con Dickens. Ni siquiera recurriré al socorrido “imprescindible”, ya tan manoseado en las promociones editoriales y en las reseñas convencionales. Me horrorizan las comparaciones; la ligereza a la hora de valorar un libro sin pararnos a pensar cuántas ficciones maravillosas nos estamos perdiendo; la tendencia a elaborar listas y cánones como si todo medio cultural contase en sus filas con su particular Harold Bloom, o todavía peor, como si cada lector fuese un Bloom en potencia. De todo este tipo de conductas, de valoraciones, de comentarios, alentados en el caso de esta nueva entrega de Tartt por la obtención del Premio Pulitzer, he querido huir para entrar en esa estancia solitaria con cierta ingenuidad, sabedora de la experiencia única, íntima, que es abrir las páginas de un libro, entrar expectante en una nueva realidad sin saber lo que hemos de encontrarnos, los efectos que ese clima, esas atmósferas y ambientes desconocidos, serán capaces de provocar en nuestro estado de ánimo.

Aclarado todo esto, consciente de lo afortunada que soy, por haber leído y seguir leyendo tantos libros grandiosos, he de reconocer que “El jilguero” es uno de esos títulos que no olvidaré fácilmente y que pasarán a formar parte de mi equipaje literario. Confieso que no llegué a él a ciegas, sino con el recuerdo de una lectura lejana de Donna Tartt que me impresionó en su día, “El secreto”, una historia perturbadora sobre un grupo cerrado de estudiantes de letras, que creen tenerlo todo a sus pies hasta que entienden que en la vida hay cosas incontrolables, acciones inesperadas que pueden acabar trastocándolo todo y que nos alertan sobre nuestra fragilidad y pequeñez.

Llegué, por tanto, a “El jilguero” con mi listón personal muy alto y encontré en esta nueva novela elementos comunes a la anterior: la misma claustrofobia, ese aire viciado, esa manera tan particular de ir desbrozando el misterio… Pero aquí los horizontes se ensanchan y la historia, mucho más abarcadora, se acerca sabiamente al magma de preguntas sin respuesta que es toda vida, alumbrando zonas en penumbra y descendiendo a huecos tan hondos que percibirlos nos revuelve y nos produce, a la vez, una sana reconciliación con el ser humano, el ser humano con sus fortalezas y debilidades a cuestas.

Tartt ha logrado estremecerme desde las primeras páginas con esta entrega que me da la medida de su mundo, de sus obsesiones, y me ha llevado a avanzar por sus calles sin respiro, como quien lleva una linterna en la mano y con ella va iluminando sus esquinas oscuras. Es difícil aparcar esta historia una vez que abrimos la puerta de acceso. Su autora utiliza los recursos del thriller y domina el arte de atrapar en la tela de araña, a la manera de los mejores hacedores de best-sellers, pero combina todo eso con la capacidad de penetrar en los estados del alma,en la psicología de los personajes, en sus dudas y en el alcance de sus acciones, que es propia de la más alta literatura.

Dado que se trataba de un trayecto largo, de más de mil páginas, fui anotando mis impresiones en una especie de diario improvisado de lectura al que ahora vuelvo. Lo primero que anoté fue: “Es increíble la capacidad de la ficción para llegar allí donde las noticias no llegan, para provocar en nosotros la verdadera empatía con los que sufren. El relato de las emociones, de lo que se siente en los momentos de dolor, siempre nos alcanzará más que las imágenes retransmitidas de cualquier tragedia, cuya repetición puede tener un efecto inmunizador”...

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Donna Tartt, la magia del arte y de la vida