jueves. 28.03.2024
artemis
Foto: Swide.

La Ártemis clásica encontró según la leyenda el receptáculo merecedor de su ira divina en Acteón, un cazador renombrado que se jactó en la taberna de haberla visto desnuda

Brauron, próxima al estuario por el que desemboca el río Erasino en la costa este del Ática, frente a la isla de Eubea, es un yacimiento arqueológico al alcance de la mano desde Atenas, pero algo difícil de encontrar. Las guías turísticas al uso no suelen incluirlo en sus tours, y el acceso se realiza a través de carreteras secundarias no demasiado bien señalizadas. Una vez llegados al destino correcto las dificultades, en todo caso, se dan por bien empleadas.

Brauron acogió en la antigüedad uno de los santuarios más importantes del Ática, dedicado a la diosa Ártemis y ligado a la leyenda de Ifigenia.

Ártemis era hija de Zeus y de Leto, y hermana gemela de Apolo. Su gran afición era la caza; su tirria más señalada, ciertas costumbres arraigadas de los varones, en particular las solicitaciones amorosas demasiado explícitas, con ánimo manifiesto de forzar su pudor. También se ofendía si un mortal la veía desnuda. Se la suele representar vistiendo una túnica con la falda plisada recogida hasta las rodillas, bien calzada y mejor peinada, con los cabellos recogidos en moños fantasiosos, y en actitud de correr. Completan esta imagen muy sport el arco en la mano, la aljaba de las flechas al hombro y los lebreles agrupados a su alrededor.

No hay, que yo sepa, estatuas clásicas que representen a Ártemis sin ropa. La parroquia helénica le tenía un gran respeto. La moda en cuestión llegó mucho después, en el siglo XVI, cuando se dio la coincidencia de que la favorita del rey francés llevaba el nombre latino de la diosa, Diana (de Poitiers), y un batallón de artistas de la corte de Fontainebleau se dedicaron a frivolizar la mitología con una pintura “de seins et de culs” en tonos pastel rosados, nacarados y azul celeste.

Mejor olvidarlo. La Ártemis clásica encontró según la leyenda el receptáculo merecedor de su ira divina en Acteón, un cazador renombrado que no solo se jactó en la taberna de haberla visto desnuda cuando se refrescaba en una fuente, sino que alardeó en público de que era mejor que ella en el ejercicio de la caza y muy capaz de pasársela por la piedra en más de un sentido. Ártemis lo convirtió en ciervo y azuzó contra él a la numerosa jauría (cincuenta perros, según detallan los autores) del propio Acteón, que lo acosaron, le dieron muerte a mordiscos y lo despedazaron sin piedad hasta dejarlo reducido a piltrafas.

Con la misma vehemencia reaccionó Ártemis al saber que la hija núbil de Agamenón, Ifigenia, iba a ser sacrificada por un tropel de varones hirsutos con el socorrido pretexto de que tal era la condición puesta por los dioses para hacer soplar vientos favorables que condujeran a Troya a la flota de los aqueos. Ni corta ni perezosa se apoderó de una cierva, dio el cambiazo con la víctima sacrificial, se llevó a Ifigenia a su santuario de Táuride y la convirtió en su sacerdotisa. Más tarde Orestes fue reconocido por su hermana en un trance apurado (ella era la encargada de sacrificarlo a él) y la diosa les permitió huir juntos con el encargo de que llevaran su imagen sagrada al Ática y la colocaran en un nuevo templo, en Brauron.

Ártemis no era solo la diosa de la caza; también de los partos, de los recién nacidos y de las madres en trance de parir; y la del arte de tejer. En Brauron funcionó además una especie de internado para niñas en el que se las educaba para ser útiles en su momento a sus conciudadanos, con diversas habilidades. Por su parte, Ifigenia permaneció en Brauron hasta su muerte y fue enterrada allí y venerada como mediadora eficaz entre el mundo exterior y el de ultratumba. El yacimiento arqueológico, que incluye restos del templo de Ártemis, de la tumba y el memorial de Ifigenia, y de un pórtico con columnas bastante bien conservado, fue abierto al público en 2014, después de trabajos de restauración y limpieza bastante complicados por el hecho de que el estuario del río ha quedado cegado al paso de los siglos, y es necesario mantener una bomba de achique funcionando sin parar para que el suelo no se inunde.

La pluralidad de atribuciones relacionadas con Ártemis e Ifigenia hace que el museo arqueológico de Brauron ofrezca una variedad muy agradable de muestras de diversos cultos entrelazados. Hay estatuas-exvotos de madres y de hijos que fueron auxiliados por la diosa en un parto difícil; las madres aparecen con la cabeza velada, los niños llevan en las manos ofrendas a la diosa consistentes en pequeños animales vivos, como palomas o conejos. Hay también estelas conmemorativas de familias enteras alineadas delante de Ártemis con un toro que conducen al sacrificio, y estelas de muertos que se recomiendan a Ifigenia para una vida más confortable en el ultramundo. Los vestidos de las madres que morían al dar a luz eran entregados para el culto de la diosa; otras ofrendas expuestas son utensilios de tejedoras, pomos de ungüentos y estatuillas-amuletos que representan normalmente, bien a la propia Ártemis, o bien a korés (muchachas) dedicadas a su servicio. En conjunto, el muestrario iconográfico tiene un tono íntimo y relajante, y yo aseguraría que resiste la comparación con las leyendas de fieras batallas de héroes, gigantes y centauros inscritas, por ejemplo, en los mármoles del Partenón. Sin que pretenda con ello desmerecer a Fidias.

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