jueves. 28.03.2024
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“Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tanta gente continúa siendo con gusto menor de edad, y por eso les resulta muy sencillo a otros erigirse en sus tutores. Es tan cómodo ser menor de edad. No hace falta pensar; otros asumirán por mi tan engorrosa tarea” (Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?)

El día 18 de diciembre están previstas muchas movilizaciones bajo el lema En defensa de la filosofía y debemos celebrar que así sea. Porque se le rinde una falsa pleitesía. Da cierto pedigrí tenerla en cuenta, pero en los planes de estudio se han cercenado las horas dedicadas a la filosofía, mientras que a la ética se le viene a considerar como una de las antiguas Marías, como en su día lo fueron la religión y la gimnasia, por no hablar de la Formación del Espíritu Nacional.

En realidad a la filosofía no hay que defenderla. No hay nada más connatural a la especie humana que hacerse preguntas e intentar responderlas indefinidamente. Tener que defenderla es algo tan absurdo como defender la propia vida. Cuestionarnos el origen y la meta de nuestro existir, el sentido de lo que hacemos y en qué consiste una felicidad plena o cómo debemos afrontar los reveses de la fortuna son preguntas filosóficas que no dejan indiferente a nadie.

Suscribir unas determinadas reglas de convivencia para minimizar los daños causados por el ejercicio de nuestra libertad es algo indisociable de la ética. En realidad esas pautas no existirían sin los debates filosóficos y las deliberaciones éticas que se han dado a lo largo de la historia. Sin ese legado cultural tendríamos que partir de cero para idear nuestro contrato social.

La historia del pensamiento y el modo de plantear los problemas, buscando argumentos para defender una u otra postura, sin tratar de imponerla sin más por la fuerza, es lo que define a la reflexión ético-filosófica. Este tipo de formación supone un adiestramiento transversal que sirve para cualquier itinerario pedagógico, al margen de su vuelo teórico y la especialización de que se trate.

Suele ser bastante común que los alumnos de secundaria recuerdan con agrado las clases de filosofía y el peculiar talante de quienes las impartía. Cuando menos esa fue mi propia experiencia. Quizá sea discutible estudiar filosofía como una especialización universitaria, porque no hay nada más contrario a su naturaleza que semejante especificidad. Pero resulta obvio su carácter formativo en general.

El conformismo es lo más alejado de la filosofía, cuyo espíritu crítico tanto incomoda al poder de turno.

Los algoritmos de la Inteligencia Artificial tienen determinados sesgos y no podemos confiarles nuestro destino sin abordarlos desde una perspectiva ética, como si el eficaz proceso automático del quehacer cibernético poseyera una objetividad indiscutible y ni respondiese a una programación previa hecha desde una determinada óptica y bajo cierto intereses.

Hay que desconfiar de la intolerancia impuesta por los dogmáticos con pretensiones hegemónicas, aunque resulte muy tentador delegar en uno u otro tutor la fatigosa tarea de atreverse a discernir por cuenta propia. El conformismo es lo más alejado de la filosofía, cuyo espíritu crítico tanto incomoda al poder de turno.

En definitiva, la filosofía y la ética no necesitan defensa alguna, porque seguirán gozando de muy buena salud  pese a quienes las desdeñan e intentan ignorar su enorme poderío para cambiar las cosas o cuando menos abrigar el empeño de intentar hacerlo. Los imperios caen y las riquezas se desvanecen, pero las enseñanzas filosóficas van trasmitiéndose de una generación a otra.

¿Acaso hay que defender a la filosofía o a la ética?