sábado. 20.04.2024

Cultura: el turismo nos hará libres

Por Tato CabalLa ciencia explica al hombre pero solo la literatura lo coloca frente a sí mismo. El consumo de la música, del cine, del teatro, de la danza y del arte en general es inversamente proporcional al desarrollo de la zafiedad, de la violencia, de la codicia…

tropicana250

Hace un par de semanas asistí a la presentación del Festival de Otoño y escuché algo que me dejó perplejo: cerró el acto la consejera de Cultura con unas palabras. Perdón, consejera de Empleo, Turismo y Cultura. Comenzó con una cita de Unamuno en la que este ilustre pensador decía que la verdadera libertad solo la puede alcanzar el hombre a través de la cultura y concluyó con la rotunda afirmación de que para ellos esto del Festival era muy importante porque tenían muy claro que lo de los espectáculos y el turismo eran un todo. Glub. Nadie dijo nada.

No tardé en comprender lo de la cita: la consejera había leído por primera vez la frase de Unamuno en el coche oficial camino del acto, cuando su asesor le entregó la chuleta con el discurso y a ella le pareció genial; eso era lo que le había pedido, que le buscara en Internet una cita culta que no dejara dudas sobre su erudición. Sin embargo, lo de que ellos gastan en cultura para que mejore el turismo me hizo dudar sobre si era de cosecha propia o si la señora estaba en sintonía con la visión de su partido sobre el tema. De ser así esto podría suponer un cambio en la perspectiva de la derecha sobre el sector de la cultura.

Hace unos días el concejal de Cultura y los centuriones de su política me aclararon las cosas. Perdón, concejal del Área de las Artes, Deportes y Turismo. Abundando en la misma dirección, vinieron a presentar la fusión de las empresas municipales con las que habían venido funcionando en una nueva llamada “Madrid Destino; Cultura, Turismo y Negocio S.A.”. ¡Toma ya!

¿Se dan cuenta de que en el nombre de la empresita está el mismo esquema que utilizó la Consejera? Madrid Destino es como la frase del Unamuno ese, algo bonito, estimulante, para conectar con el cliente, perdón otra vez, con el ciudadano. Luego viene la realidad: Cultura, Turismo y Negocio.

Pasaron a la historia los tiempos en que la vieja guardia del PP decidió acabar con la panda de vagos y maleantes que se jactaban de ser artistas, creadores e intelectuales. Álvarez del Manzano dio un golpe en la mesa y el Teatro Español comenzó su más triste periodo otoñal de la era democrática, al tiempo que las fiestas se llenaron de chotis y caspas. Y parece que caduca también el modelo Gallardón; partía este de un análisis más perspicaz: la mejor forma de obtener el lucimiento para él y para su equipo, al tiempo que se desmonta el potencial criticismo de los intelectuales y artistas, consiste en inyectar dinero a mansalva y destinarlo a acaparar los controles sobre la cultura, practicando un vulgar escaparatismo barnizado de supuesta ilustración. Este modelo es de una eficacia increíble, pues además de hacer que nadie se mueva sin decir “por favor” y “gracias” lleva aparejado un efecto secundario subliminal: el alpiste que se esparce debe contener un veneno que provoca en las gentes de la cultura una especie de síndrome de Estocolmo.

En los últimos años los responsables políticos han acabado actuando como si pudieran disponer caprichosamente de los presupuestos de cultura

Ahora llegan, espada en mano y a galope de caballo blanco, los llamados neocons, que no son otra cosa que pijos con aspecto jovial e ideas rancias e insolidarias. La frasecita del ilustre Unamuno mola, tiene marketing, pero en el fondo es una gilipollez. Lo que nos hace libres es la pasta, y esta viene del negocio del turismo. De ahí que en la noticia se incluyan frases para justificar los recortes que podrían ser dichas por el gerente de una ferretería. El culmen llega después, con las declaraciones del responsable de la nueva empresa: "La crisis es una oportunidad, hay que terminar con un modelo clientelar que entiende la cultura como los servicios sociales”. ¿Y qué me dicen de esta otra, pronunciada en la misma entrevista?: “Lo que no es sostenible es mamandurria”. Lo único que cumple al mismo tiempo en el ámbito de la cultura esos dos requisitos (no ser sostenible y ser mamandurria) es su argumentario y su demagogia.  Da la impresión de que si no pueden disponer del dinero a grifo abierto, como hacían los anteriores (que, por ejemplo, se gastaron dos millones de euros en una tarde, entregados a la empresa catalana FOCUS para celebrar el centenario del 2 de mayo) pues es preferible dejar el juguete de la cultura.

La actual crisis económica ha venido a poner en evidencia todas las carencias y patologías silentes de la cultura, y todas las mentiras con las que se ha venido adornando la situación. Tengo la certeza de que estas y otras tropelías (Ley de Propiedad Intelectual, subidas del IVA…) son la consecuencia, en gran medida, de un proceso de degeneración y perversión del concepto de “política cultural”. A comienzos de los ochenta los gestores culturales con responsabilidades en las distintas administraciones actuaban con una bonhomía y con un sentido de lo social que hoy ha desaparecido en estos parajes. Ojo, no estoy hablando de acierto ni de eficacia, que se podía dar en mayor o menor medida, sino de que se hacía política cultural. En los últimos años los responsables políticos (de todo pelaje, lamentablemente) han acabado actuando como si pudieran disponer caprichosamente de los presupuestos de cultura.

Y la crisis se lleva el sueño como si fuera una casita de paja. ¿Qué escenario estaríamos presenciando ahora si se hubiera hecho una labor de fondo, destinada a extender la cultura, a crear públicos o lectores, a desarrollar la cantera de creadores, a prestigiar a los artistas e intelectuales (cada vez que veo en la tele a ciertos personajillos, además de precisar un antiemético siento añoranza de cuando la encendía y aparecían gentes como Marsillach en las rondas de tertulianos), a gestionar, en definitiva, con cabeza y sana intención?

Los políticos de izquierda deberían hacer un alto y reflexionar para evitar que en el futuro vuelva a ocurrir lo que no tenían que haber permitido que ocurriera. Porque ellos más que nadie no deberían olvidar nunca que Unamuno tenía razón. Si el Estado tiene la obligación de mantener la salud de su tejido cultural es porque de ese modo se garantiza la pervivencia de los valores de la tolerancia, la empatía, la reflexión y la socialización, que dignifican al ser humano y lo protegen de los manipuladores. Porque la ciencia explica al hombre pero solo la literatura lo coloca frente a sí mismo. Porque el consumo de la música, del cine, del teatro, de la danza y del arte en general es inversamente proporcional al desarrollo de la zafiedad, de la violencia, de la codicia…

Se tiene que proteger el patrimonio, propiciar el acceso de los nuevos valores, compensar los desequilibrios derivados del mercado, posibilitar el acceso de todos los ciudadanos, fomentar los hábitos cultos, proteger a la industria, defender los derechos de los creadores… Se debe recuperar la acción tendente a impulsar la actividad cultural realizada con total libertad, sin presión de los poderes,  para que los creadores puedan ejercer su función: remover las conciencias, agitar los pensamientos, expresar los sueños, exaltar la belleza, alimentar el espíritu de las gentes… 

Contemplar a estos culturicidas campando a sus anchas nos encoleriza y nos hace apretar los dientes, pero también es cierto que ver cómo los responsables políticos de tendencia progresista están “a por uvas” y que las gentes de la cultura practican el simiesco ejercicio de taparse los ojos, las orejas y la boca, eso da pena y afloja la mandíbula.

Bueno, tampoco dramaticemos; es posible que dejemos de ver por aquí a Peter Brook, pero a lo mejor no tardamos en tener la ocasión de disfrutar de las gentiles piernas de las chicas del ballet de Tropicana y hasta nos sentimos más libres.

Cultura: el turismo nos hará libres