jueves. 25.04.2024
cultura

Enciendes la televisión o la radio, abres un periódico, y rebaños de artistas autoproclamados o jaleados por otros, agreden nuestra inteligencia con gran atrevimiento y muy poca vergüenza

La palabra cultura está sufriendo un desgaste muy parecido al que en su día padeció la palabra artista hasta acabar convertida en la piltrafa enflaquecida y cutre que es hoy. Enciendes la televisión o la radio, abres un periódico, y rebaños de artistas autoproclamados o jaleados por otros, agreden nuestra inteligencia con gran atrevimiento y muy poca vergüenza. Hoy en día, no hace falta mucho más que saber golpearse la cabeza con una mano y frotarse la barriga con la otra para poder considerarse uno artista. Tal vez, todo empezase como una broma, esa ironía ebria de quien le llama al otro “¡artista!” mientras se tapa los oídos o huye despavorido y muerto de risa. Pero, ya sea por ignorancia, ligereza o falta de sentido del humor la cosa ha degenerado tanto que, al menos a mis oídos, artista se ha convertido en una palabra que, así, de entrada, genera más desconfianza que curiosidad.

Mi temor por la palabra cultura tiene mucho que ver con esto; últimamente, la gente se llena tanto la boca con ella que ha acabado vaciándola de contenido. Sin ir más lejos, cada vez son más los “artistas” que viven del “mundo de la cultura”. Por otro lado, periódicos, revistas o informativos de televisión han adelgazado tanto sus secciones de Cultura que apenas cabe otra información más allá de la mera reseña de espectáculos. Existe una confusión cada vez mayor entre cultura y espectáculo de masas. La cultura como mero producto de consumo. Todo aquello que no produzca ingentes cantidades de dinero, que no tenga la capacidad de convocar a miles de personas, que no pueda ser compartido en las redes, que no genere la ilusión de pertenencia al grupo (cualquier tipo de colectivo que pueda sentirse identificado con ello) parece haber quedado relegado fuera de este nuevo ámbito de la cultura. Los libros tienen mucho que perder. Escribir y leer son actos solitarios, ávidos de soledad, podríamos decir, y mucho me temo que las pasiones solitarias, los placeres privados, hace tiempo que dejaron de interesarle a nadie. Leyendo Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal, reconozco en Hanta, su protagonista, esa marginalidad de la cultura solitaria, el fin de una forma de entender el arte, la cultura, la singularidad. Hanta decía que era culto a pesar de sí mismo. Mañana, quizá, todo sea ignorancia a pesar de esta forma de cultura que hoy pretenden vendernos.

Cultura solitaria