martes. 23.04.2024

En medio de la acera, mirando hacia arriba a través de las lágrimas, un niño señalaba su globo que subía, libre y perdido, hacia el despejado cielo de Madrid. Todos hemos visto algo parecido, pero esta vez la escena se completaba con un elemento nuevo; un señor mayor que se acercaba al niño con otro globo en la mano para hablar con él:

¿Te gusta? Tómalo y no llores más, que tu globo se ha ido para juntarse con todos los otros globos escapados. ¿No sabes que cada vez que un globo sube a lo alto se escapa para juntarse con otros amigos y llenarse de todos los sueños bonitos que sueñan los niños? ¿Nunca te lo han contado? ¿No sabes que hay un sitio donde se juntan todos para hacerse grandes y guardar todos los sueños? ¿Quieres que te lo cuente?  Sujeta bien el globo para que no se te escape y vamos a sentarnos en ese banco que es una historia muy bonita y lo mejor de todo: es verdad y casi nadie se la sabe.

Hace mucho tiempo hubo un mago muy sabio que buscaba la forma de guardar los sueños que todas las noches sueñan los niños y que desaparecían sin que nadie supiera qué pasaba con ellos o donde se iban por la mañana. ¿Se olvidaban? ¿Seguían buscando otros niños dormidos para seguir jugando con ellos? Misterio. De los sueños de los niños sólo sabíamos que están llenos de chuches y de tartas de cumpleaños; de perros con los que jugar y de juegos divertidos que los mayores no quieren que se jueguen. Se sabía que todas las noches los niños trabajan para que todo sea divertido, para que no haya sopa en las comidas y la verdura sepa a patatas fritas; pero cuando los niños se despiertan, todo se acaba y hay que esperar a que vuelvan a dormirse para que el mundo sea tan divertido como ellos quieren que sea. Los mayores ya se han olvidado de soñar lo que hay que soñar y han terminado por hacer un mundo aburrido en el que la sopa sigue apareciendo a la hora de comer, con lo mala que está. 

A todos les parecía que eso es lo normal y lo que tiene que pasar, pero ese mago trabajaba y trabajaba en su cueva para intentar que los sueños que todas las noches sueñan los niños no se fueran donde se iban y se pudiera jugar con ellos y comer verdura que supiera a patatas fritas y las medicinas estuvieran buenas y los charcos llenos de agua caliente para que nadie se pusiera malo por saltar y llenarse los zapatos de agua después de la lluvia. Y el mago trabajaba y trabajaba y pasaron muchos años buscando la manera de que los sueños fueran verdad y que los niños pudieran seguir jugando sus sueños sin que los mayores se pusieran serios.

Y un día al mago se le ocurrió una idea estupenda y se dio cuenta de que hay algo que, sin estar dormidos, hace que los niños sueñen cosas que nunca se pueden hacer en el mundo de verdad. Cuando un niño tiene un globo en la mano, enseguida se imagina todo lo que ese globo podría hacer: quiere que el globo vuele y le lleve a ver sitios bonitos; el globo hace todo lo que el niño quiere y se va llenando de las cosas que el niño imagina y se llenan tanto que acaban escapándose para irse con los otros sueños que no solo se sueñan dormidos, no despiertos.

El mago ya sabía que los globos vuelan y se escapan porque están llenos de sueños y los sueños flotan y se escapan siempre, así que se puso a  pensar hechizos y magias para que los sueños de los niños fueran a buscar los globos y llenarlos con ellos, pero necesitaba muchos muchos globos, tantos como sueños se sueñan por la noche por todos los niños del mundo. Los sueños de los mayores se pueden perder, que no pasa nada: los mayores somos aburridos y nuestros sueños también. Nos hemos olvidado de querer volar con alas de mariposa o nadar con los peces hasta el fondo del mar para jugar con los cangrejos o saltar con los delfines. No, era mejor dejar que los sueños de los mayores se perdieran, pero había que conseguir juntar los sueños de los niños. 

Y así seguía trabajando y trabajando cuando vino a verle la ninfa del viento, esa que va de nube en nube volando con los vientos según le apetece y duerme tapándose con las más blancas y redondas, como si fueran edredones gordos de esos que dan tanto gustito en invierno. Eran amigos desde hacía años y ella sabía del trabajo del mago y le preguntaba de vez en cuando, pues ella quería guardar los vientos para que pudieran descansar de vez en cuando, que les hacía falta. Le preocupaba sobre todo el viento del norte, que trabajaba mucho y no descansaba nunca y a veces tenía mala cara.

El mago le contó a la ninfa la idea de los globos y a ella le gustó mucho y le confesó una cosa:

¿Sabes que los globos me gustan tanto que siempre que me encuentro uno cerca de las nubes lo recojo y lo guardo con todos los que he ido salvando desde hace muchos años? ¿Quieres que te enseñe dónde están todos guardados durmiendo tranquilos y abrigados?

Y la ninfa de los vientos se llevó al mago a la cueva de nubes que ella había descubierto más allá de las más altas que ya no podemos ver y lejos de las montañas y los bosques que pinchan los globos y mientras volaban le contó muchas cosas. Sabía que los globos echaban de menos a los niños, que a veces se olvidaban de lo que su niño había querido o soñado y se desinflaban poco a poco a medida que olvidaban los recuerdos de su niño hasta que, de repente, se acordaban de todo y volvían a brillar inflados, bonitos y redondos y había que tener cuidado para que algún viento que entrara en la cueva no se los llevara otra vez y se quedaran con todos los demás para contarse las las cosas que se cuentan los globos.

Cuando llegaron a la cueva, el mago se quedó asombrado de lo que la ninfa había conseguido rescatando a los globos tantos años: rebotando, blandos contra las paredes de nube, millones de globos jugaban, brillaban, hablaban o descansaban en el suelo a la espera de recuperar sus recuerdos y poder flotar otra vez jugando con los otros. Estaban contentos y felices, pero cuando el mago les preguntaba, todos le decían que echaban de menos a sus niños y sus buenas ideas, que guardaban sus recuerdos lo mejor que podían, pero que a todos les gustaría volver a llenarse con esos juegos nuevos que sus niños nunca les habían podido contar. ¿Podría el mago inventarse algo que les ayudara?

Al mago le gustó mucho saber que los globos se acordaran de los niños, así que se puso a pensar  a ver si se le ocurría algo que pudiera ayudarles y de repente se le ocurrió una idea estupenda y les preguntó "¿Si yo pudiera daros los sueños que cada día sueñan vuestros niños los podríais guardar y llenaros con ellos para volver a ser felices y volar en la cueva guardandolos para siempre y que ninguno se volviera a desinflar? Y los globos dijeron que les gustaría mucho llenarse de esos sueños nuevos y que sus niños pudieran volver a jugar con ellos mientras estaban dormidos en sus casas.

Y el mago volvió a su cueva a pensar hechizos y conjuros nuevos que nadie había inventado jamás, hasta que un día descubrió que ya podía mandar los sueños hacia los globos para que se llenaran cada noche con sueños nuevos.

Llamó a su amiga, la ninfa del viento, y le pidió que le llevara otra vez a la cueva de los globos con todo lo que necesitaba para hacer sus magias y los hechizos que había descubierto. Estuvo mucho rato trabajando mientras ella también hacía magia y traía a los vientos suaves que tenían que llevar los humos y las nieblas del hechizo hasta los niños dormidos. Y en la noche más larga del año, justo antes de que la Navidad hiciera que los niños soñaran  sus sueños más bonitos de regalos y de Reyes y de turrones y caramelos, la ninfa del viento arrastraba las nieblas con su vestido para que todas las noches fueran de niebla suave que envolviera los sueños de los niños y poder llevarlos hasta los globos que estaban esperándolos para volver a ser felices con los juegos de sus niños.

Y desde entonces, desde hace muchos años, la ninfa del viento recoge todos los globos que vuelan llenos de juegos de los niños y antes de que se pierdan y acaben pinchados entre zarzas o rocas con pinchos, los lleva a su cueva de nubes donde siguen jugando llenos de sueños nuevos que los niños sueñan todas las noches.

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-¿Ves? Ya sabes que nunca hay que llorar cuando se pierde un globo, pues esa misma noche estará esperando que sueñes cosas bonitas para contárselas a sus amigos con los que juega en la cueva de nubes de la ninfa del viento. Nunca se pierden.

Fotos: Jose Luis Beltrán. Modelo: Gadea Beltrán

Para que se lo cuenten a los niños que en estos días pierden sus globos