Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
François Ozón es un cineasta que suele frecuentar el Zinemaldi. En esta ocasión ha presentado una película protagonizada por dos mujeres que han llegado al otoño de sus vidas y eso justifica el título. Es muy raro escribir papeles femeninos que protagonicen mujeres de cierta edad. Según ha confesado en la rueda de prensa, recuerda con fruición una intoxicación familiar generada por una tía suya que cocinó unos hongos venenosos. Nadie salió malparado, pero el cineasta conservó en su memoria ese “intento de homicidio colectivo” que pudo deberse a un oscuro deseo del inconsciente.
Bromas aparte, la película resulta muy entretenida y toca muchos temas. El más obvio es cómo cabe afrontar el último tramo de la vida. Pero también subraya que las relaciones familiares no siempre se deben a lazos de sangre y muchas veces obedecen a casualidades insospechadas. ¿Hay margen para hacer cuentas con el pasado y optar por una segunda oportunidad? Esto dependería de cada cual. Partiendo de circunstancias igualmente adversas, cabe transcenderlas y no dejarse arrastrar por ellas.
Como en las tragedias griegas, la salvación de un héroe viene a exigir algún sacrificio y aquí algunos personajes logran redimirse porque otros hacen mutis por el foro. La protagonista deja una gran ciudad para vivir en el campo, disfrutando de un entorno natural, donde los prejuicios aparejados a la profesión ejercida menudean algo menos. El relato fluye adecuadamente y los personajes van reconstruyéndose con mucha habilidad.
Al final hay un espectador imparcial que decide olvidarse de las normas y bendecir las nuevas relaciones familiares que se han tenido, porque a nadie beneficiaría lo contrario. Se ve con agrado y da que pensar, porque se juega con la inteligencia interpretativa del espectador, lo cual no está nada mal. El modo en que gestionamos nuestros duelos por las pérdidas es fundamental. Nos va la vida en ello.