jueves. 28.03.2024
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Fuente: Nationaal Archief. Nederland, Rockanje, 13 januari 1963

En El Mundo de Ayer de Stefan Zweig, el autor escribe: “Los domingos, miles y miles de personas, con flamantes chaquetas sport, bajaban a toda velocidad por las laderas nevadas sobre esquís y trineos, por doquier surgían palacios de deportes y piscinas”. Es romántico imaginar un día de invierno: sentarse en un lugar cómo y mullido con una taza con bebida caliente y un libro junto a una chimenea crepitante. Si aún pudiese uno imaginar más, pensaría en una batalla de bolas de nieve o en una bajada en trineo por una cuesta nevada, con su respectiva caída.

Muchas de estas imágenes idílicas atravesaron durante algunos días todo el territorio español durante la borrasca Filomena a principios de enero de este año, permitiendo a la población por unos días no preocuparse por la falta de abastecimiento, los cortes de luz o las bajas temperaturas. La idealización del invierno no es ninguna novedad, si lo comparamos con algunas reflexiones de intelectuales de otras épocas. Goethe, en sus cartas, escribió el 9 de diciembre de 1777: “Es realmente bello. La niebla se pliega en leves nubes de nieve, el sol las atraviesa con su mirada y la nieve cubriéndolo todo crea de nuevo una sensación de alegría”. Joseph Brodsky escribe en Marca de Agua, que en el invierno todo es más duro, más rígido, más real. 

Pero para que entendamos el invierno con su calor han tenido que pasar numerosas formas de adaptarse, lo que ha generado todo el imaginario invernal que conocemos hoy. De esa adaptación para sobrevivir es de lo que habla el escritor alemán Brend Brunner en el libro Cuando los inviernos eran inviernos, que publicó la editorial Acantilado en 2020. A través de los diferentes aspectos de esta estación, el ensayo ofrece un camino de hielo por sus diferentes aspectos, desde los copos de nieve, la adaptación de los animales al frío, los mitos invernales o los deportes, hasta los preparativos para el invierno, que empiezan en algunos lugares del mundo a finales de agosto.

Agarrándose al silencio y la escasa luz que ofrece el día, el invierno invita desde luego a reflexionar sus historias y a repensar las formas de vivir

Experiencias como la de Wilson Bentley, el granjero de Vermont pionero en las fotografías de los copos de nieve o Olaus Magnus, clérigo que documentó sus viajes durante el siglo XVI y que combinó por primera vez imágenes invernales con las historias populares, confluyen a lo largo de páginas ilustradas con imágenes insólitas como la xilografía de Johannes Brugman sobre la primera víctima documentada por caída de esquí, la santa Lidwina van Schiedam durante el siglo XV, con el resultado de una costilla rota.

Con un humor delicado y una gruesa bibliografía, el autor abarca el viaje intercontinental e intergeneracional de una estación históricamente de supervivencia para la que algunos idiomas encuentran miles de términos para definir sus duras condiciones de vida.

En marzo, mientras el invierno se va desvaneciendo poco a poco, la naturaleza ya ha comenzado a mutar. Brend Brunner habla de los cambios fisiológicos derivados del fin del invierno: “(…) el hielo se desmorona por todos lados (…) los bloques de hielo se parten y el agua liberada del hielo se expande cada vez con más fuerza” y se pregunta si los cambios de temperatura no harán que las estaciones intermedias desaparezcan. 

Agarrándose al silencio y la escasa luz que ofrece el día, el invierno invita desde luego a reflexionar sus historias, a repensar las formas de vivir, en un mundo en el que los inviernos son impredecibles, pero temerosamente, menos inviernos.

¿Cualquier invierno pasado fue mejor?