viernes. 19.04.2024
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Poesía | JESÚS CÁRDENAS

Conociendo la trayectoria poética de Antonio Rodríguez Jiménez, quien ha dejado cinco libros de calidad entre los que se encuentran, en lugar destacado, El camino de vuelta, Los signos del derrumbe o Estado líquido, no nos extraña que haya vuelto a facturar otro magnífico conjunto de poemas, en esta ocasión se trata de Nuestro sitio en el mundo (Eolas Ediciones).

Esta entrega lírica está constituida por cuarenta y tres poemas titulados sin agrupar. El poeta albaceteño nos deja casi sin aliento. Su preferencia por entregarnos una sucesión de textos en lugar de contar con el respiro de, al menos, dos estancos interconectados por un mismo tono y una voz que quiere ser la de todos nosotros. En cualquier caso, en el conjunto domina la coherencia temática y estilística.

Antonio Rodríguez J AlbaceteEn el volumen detectamos tres motivos principales: la actualidad, la memoria y el lenguaje poético. Van urdidos por un decidido “yo”, que busca su sitio en un lugar tan cruel como apasionante. La ambientación, aunque realista, vivida, no resulta anodina por mucho que la hayamos leído en los diarios, es descrita por Rodríguez Jiménez con asombro pese a que contenga algo de guion costumbrista. Este tipo de poesía no prescinde de la anécdota, ya que nos habla de lo ocurrido fuera del poema, y que podría leerse como páginas de un diario. Se escribe para ver desde otro ángulo, para volver a sentir y de aprehender la realidad, tal vez –y puede que a lo sumo– para tratar de comprender.

Entre los poemas que se ocupan con referentes pandémicos, no exentos de carga crítica a través del acertado uso de la ironía, se encuentran desde la soledad en “Resiliencia” (“A nosotros un virus no nos hace invisibles, / ya lo éramos”), la sensación de apartamiento de lo humano en “Miedo” (“Tenemos todo dentro: nuestro miedo / de siempre más el pánico”), hasta los lugares que podíamos mostrarnos en “Sobre los venenos”, e incluso en el contenido, “Balcones”. En esta serie hila muy fino el cierre de “Aquel verano antes”: “de que nos confinaran en casa con un número, / antes de que las vidas corrientes se cerrasen”. Nos recuerda a una concepción del mundo desengañada, entrada en crisis, una reminiscencia de UnamunoShopenhauer. Llama la atención de un hecho descrito, similar a las propuestas estéticas de un García Montero o un Benedetti: las trabas que encontraban los jóvenes a la hora de expresar sus sentimientos se ven difuminadas cuando cae la tarde (“Como si nada”); no obstante, la singular capacidad creativa del albaceteño deja endecasílabos elípticos, evocadores: “El amor en los tiempos del virus. / La urgencia del amor, como si nada”. Versos que reconstruyen y nos transportan a nuestros días, nos sugieren otro ángulo y, acaso, tratamos de comprender. No hay sin embargo un amargo sabor leyendo poemas como “Abril”, “Familia” o “Cuando fuimos eternos”, sino un regusto esperanzador y de resistencia a la muerte.

Nuestro_sitio_en_el_mundoApegados a la realidad, pueden identificarse una decena de composiciones que tratan de indagar en la memoria para no olvidar. La palabra tiene el poder de recobrar lo perdido, en la línea de los planteamientos de Roland Barthes. Entre los poemas que desgarran el pasado se encuentra “Cenizas”, en clave comunicativa; el tierno “Naranjas”; “Círculos”, “Diésel” o “Norma Jeane”; y el más extenso del libro y uno de los más notables del libro, “El puente de madera”. Los versos concentran el ayer en un puente “desde el que se arrojaban los suicidas”, que ha sido sustituido por “las nuevas pasarelas metálicas”. Las asonancias no desvanecen en ningún momento la imagen visual de la anécdota evocada, que trasciende gracias al modo en que Rodríguez Jiménez describe, empleando hábilmente las palabras. Los versos tienden a una cierta analogía conceptual: “Su tacto de parece al de la niebla / y su humedad al frío del invierno”. El lirismo es contenido. Cerca de la anécdota y sin embargo tan lejos de lo prosaico.

La aspiración del lenguaje poético se presenta como refugio o asidero de reflexión. En “Poética” se describe una parte del proceso de captación del mundo para reescribirlo. “Evoca la poesía que escribe el universo”, dirá Rodríguez Jiménez. El pesimismo embarga al sujeto: el lenguaje no conserva todo los momentos dichosos; arraiga en la parcialidad. De ahí que diga en el excelente “Pescador de sonrisas”: “Sólo aspiro a que un día, pese a todo, recobres / parte de este momento, / al menos una lámina desprendida de pronto / de la simple alegría”. Entra a valorar la distancia existente entre lo que unos dicen y lo que es en “Memento Mori” y en “Lo indecible”, donde se lee en clave metalingüística o “intra-poética”: “El lenguaje lo es todo”. Aunque en otra ocasión matice: “De algún modo, tenía razón Adorno: / toda esta sobredosis de dolor y de vida / no pueden transmitirla las palabras”. Se muestra crítico sobre la propia poesía en los titulados: “Las leyes del mercado” y “Gracia”, en el que leemos “La gracia no se aprende”. Algo más esperado es “Amado público”. Tras él, se manifiesta el contenido de alto voltaje del poema en “Pólvora”; nada que ver con el gracejo dieciocheno sino vinculado al dolor romántico. La percepción del lenguaje también varía, tal y como se deduce de su condición inefable en “Lecciones”, “El silencio del sherpa” o “Diccionarios”, donde leemos: “Junto a un intento hermoso de dividir el cielo, / el carácter ficticio del lenguaje”.

Nada más difícil que expresar nuestra visión del mundo, nuestro transitar y no caer en retoricismos o en naderías. Antonio Rodríguez Jiménez lo consigue en Nuestro sitio en el mundo.

Nuestro sitio en el mundo, de Antonio Rodríguez Jiménez. Eolas ediciones. Premio de Poesía “Antonio González de Lama 2020”. 58 Páginas. COMPRA ONLINE


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JESÚS CÁRDENAS es escritor, profesor y crítico literario

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