miércoles. 24.04.2024
Terrorismo en España. Asesinato de Juan Atarés Peña en Pamplona 23 de diciembre de 1985. Fuente: José Luis Larrión. Diario de Navarra
Asesinato de Juan Atarés Peña en Pamplona 23 de diciembre de 1985. Fuente: José Luis Larrión. Diario de Navarra.

Para el historiador español Gaizka Fernández Soldevilla, historiográficamente, aunque no sólo, lo más correcto a la hora de hablar de terrorismo es usar esa palabra cuando uno se refiere al “tipo de violencia que busca un efecto psicológico político y simbólico superior al de los daños materiales y humanos directamente producidos por sus atentados”. Como dirían los terroristas radicales de izquierdas italianos de las Brigadas Rojas, el terrorista golpea a una víctima para asustar a cien.

Fernández Soldevilla es el autor de un libro perteneciente a la colección ‘La Historia de…’, dirigida por Ricardo García Cárcel para la editorial Cátedra, aparecido en 2021, una obra imprescindible para conocer la actividad terrorista en España: El terrorismo en España: de ETA al Dáesh.

El fin justifica los medios

El objeto del pormenorizado y a la vez sintético estudio al que se dedican las páginas del libro son las bandas terroristas. Es decir, aquellas “organizaciones de pequeño tamaño que carecen de control sobre un territorio y que emplean los atentados terroristas como principal estrategia para conseguir sus objetivos”; organizaciones que se diferencian de las guerrillas en que sus integrantes no van uniformados ni dominan determinadas zonas en las que el Estado esté ausente. Lo que es común a todos los grupos terroristas, a los terroristas modernos, que no comparten ideología alguna, es que tienen el mismo método y el mismo principio elemental: el fin justifica los medios.

GAIZKA_el-terrorismo-en-espanaRespaldado por el conocimiento histórico, el libro de Fernández Soldevilla (quien documenta toda la bibliografía que le ha permitido pergeñar este clarísimo y comprensible estado de la cuestión) se apoya por supuesto en las cifras constatadas y reconocidas y admitidas, pero no es solamente un libro de cifras, es muchísimo más que un libro de cifras, datos y análisis: es, además, un libro de “biografías con nombres y apellidos”, las biografías, los nombres y los apellidos de (una representación reducida pero solvente) de los seres humanos asesinados por terroristas: Begoña Urroz, José Antonio Pardines, Javier de Ybarra y Vergé, Enrique Casas, Gregorio Ordóñez, Emilia Aldomà Sans, Enrique Valdevira Ibáñez, Adolfo Cotelo, Idoia Rodríguez Buján… Porque El terrorismo en España es de alguna manera también un libro sobre las víctimas del terrorismo.

Resulta excelente el recorrido histórico que podemos leer en el volumen a lo largo y ancho del doloroso trayecto de las actividades terroristas y su influencia en la realidad social y política española, y en la obra es habitual que el análisis del pasado bombardeado por la crudeza cruel de los violentos se explique con irreprochables demostraciones de la comprensión de cuanto ha ocurrido propia de los historiadores, como esta:

"La violencia política no fue, como se ha llegado a insinuar, producto de la Transición sino de quienes pretendían abortarla: terroristas y golpistas".

Conclusiones

Considero absolutamente necesario prestar atención a las conclusiones a las que llega Fernández Soldevilla en El terrorismo en España

Primera. Las bandas terroristas que ejercieron su actividad durante los 60 años que transcurren desde 1960 hasta 2020 “comparten algunos rasgos esenciales: uno, su clandestinidad, su reducido tamaño y su carencia de un territorio propio; dos, una radicalización fanática e incivil; tres, un imaginario épico y un discurso del odio; cuatro, el uso de la violencia terrorista como principal método de acción; y cinco, la idea de que las víctimas son un precio necesario. En definitiva, para los terroristas el fin justifica los medios sangrientos”.

Segunda. Para Fernández Soldevilla, “la razón última por la que algunos individuos se convierten en terroristas es sencilla: porque deciden hacerlo. Hay un hecho que avala dicha teoría: pese a soportar idénticas condiciones, tener los mismos modelos internacionales y estar condicionados por similares parámetros ideológicos, la mayoría de las personas no optaron por la violencia”. Se trata de lo que ha dado en ser llamado el paradigma de la elección deliberada. Los terroristas son responsables de sus propios crímenes e “independientemente de las circunstancias, hacen uso de su libre albedrío”.

Tercera. La tercera oleada de terrorismo, a la que pertenecen ETA, GRAPO y tantas otras organizaciones terroristas, “fue un fenómeno universal”, pero ninguno de esos grupos nacionalistas o de extrema izquierda nacieron para derrocar a la dictadura franquista; antes bien, la mayoría de sus acciones violentas tuvieron lugar durante la democracia: “su antifranquismo fue accidental”, lo que hicieron fue oponerse frontalmente al proceso democratizador llevado a cabo durante la Transición.

Cuarta. Cuando tienen que justificar sus crímenes, los terroristas recurren habitualmente a la denominada transferencia de culpabilidad, es decir, pretenden hacer creer que la responsabilidad de la violencia no recae en quien la ejerce sino en el otro: el Estado, las fuerzas de seguridad, la oligarquía, la derecha, la izquierda, los judíos, los cruzados…

Quinta. “El terrorismo ha sido campo abonado para las teorías de la conspiración”. No es extraño que en ocasiones se niegue o relativice la existencia de las bandas terroristas, de manera que “se reinterpretan sus acciones violentas como producto de fuerzas misteriosas que maquinan en las sombras”. El ejemplo paradigmático de este fenómeno está relacionado con la masacre yihadista del 11-M en Madrid (11 de marzo de 2004), que se llegó a presentar “como un atentado de falsa bandera en el que estaban envueltos ETA, servicios secretos extranjeros e incluso partidos políticos”: todavía hoy “hay quien se resiste a creer que esa matanza llevaba la firma del yihadismo”.

Sexta. La importancia en la historia reciente española de la existencia de ETA es descomunal. De hecho, sus acciones violentas condicionaron el pasado más inmediato de España, de manera muy especial en los denominados años de plomo, entre 1976 y 1982. ETA ha sido la banda terrorista que ha durado más tiempo, la más letal y destructiva, la que más víctimas mortales y heridos ha ocasionado, también la que mayor número de secuestros llevó a cabo y la que más daño económico ha hecho al país. Además, “ha sido la única que ha contado con un entorno que le daba cobertura social y política”, y fue la clave en la génesis y el desarrollo de otras bandas terroristas, así como la némesis contra la que actuó otro tipo de terrorismo de signo contrario: el parapolicial y el de la extrema derecha violenta.

Séptima. Es evidente que para los terroristas las víctimas no importaban, eran solo unos instrumentos y su sufrimiento una forma de atemorizar a la población y presionar al Gobierno. Además, hasta la segunda mitad de los años 90, las víctimas también fueron ignoradas por la sociedad. No obstante, “aunque todavía queda mucho por hacer, gracias a las asociaciones y a las instituciones, actualmente España es pionera en las políticas vinculadas a las víctimas del terrorismo”.

Octava. No es cierto que ETA dejara de matar por el rechazo unánime de la sociedad vasca. Aunque el grueso de la población estuvo contra el terrorismo, “sólo una exigua minoría se atrevió a demostrarlo acudiendo a los actos de protesta tras cada asesinato: la mayoría de los vascos y navarros se quedaron en sus casas. Por ese mismo motivo es necesario homenajear a los valientes que sí denunciaron el terror a cara descubierta”. Entre los principales grupos del movimiento pacifista vasco cabe destacar a Gesto por la Paz, que nació en 1985, siete años después del primer acto de protesta contra el terrorismo.

Novena. La modernización y perfeccionamiento a lo largo del tiempo de la legislación española, la Audiencia Nacional, los servicios secretos, la Policía Nacional y la Guardia Civil son las principales causas del final de ETA y los demás grupos terroristas de la llamada tercera ola, así como de la reducción del daño causado por el resto del terrorismo doméstico.

Décima. Ninguna de las organizaciones terroristas que han estado activas en España y que han sido estudiadas en este libro consiguió sus objetivos: causaron eso sí un inmenso dolor y miles de víctimas pero se puede afirmar que incluso llegaron a perjudicar sus fines fundacionales. Aunque es innegable que ETA ha logrado algunos de sus objetivos secundarios (como dividir a la ciudadanía vasca o debilitar a los partidos no nacionalistas, por ejemplo), no ha sido capaz de alcanzar su meta última: una república vasca independiente, socialista y monolingüe en euskera.

Decimoprimera. Como en el caso de otros países que han sufrido la violencia política, en España una de las características del terrorismo ha sido la impunidad. No total, por supuesto, pero sí de muchos de aquellos crímenes. No menos de 362 víctimas mortales han dejado de encontrar una justicia reparadora.

Decimosegunda. Si bien meditar sobre lo que pasó es deber de todos, no todas las narraciones acerca de la historia, acerca del pasado, son igual de legítimas. No puede ser admisible, no debe serlo, que cada uno tenga su propia narración, su propio relato del pasado. Éste no puede ser estudiado desde la fabulación del propagandista, cuyo trabajo no puede colocarse a la misma altura que el estudio académico. Únicamente desde la Historia y las ciencias sociales “conseguiremos acercarnos a la verdad por medio del método científico y el estudio serio y riguroso” de cuantas fuentes estén a nuestra disposición. Ni las mentiras ni los mitos deben prevalecer: es absolutamente fundamental la función social divulgativa de los historiadores, por encima de quienes defienden y justifican aquel movimiento generador de tanto odio fanático que animó a los miembros de ETA a matar. No debemos olvidar que el ciclo de violencia puede reactivarse en el futuro.

Estoy plenamente de acuerdo con el cierre magnífico que ha escrito para este imprescindible libro su autor, Gaizka Fernández Soldevilla:

“Los historiadores somos conscientes de nuestras limitaciones, de nuestra subjetividad, por lo que procuramos aparcar nuestras propias ideas: al fin y al cabo, nuestra finalidad es el avance del conocimiento; hacer Historia, no hacer patria, clase o cualquier otra identidad”.

Un apunte final a cargo del autor

En conversaciones con el autor tras haber leído su libro, Fernández Soldevilla me dijo que, “si bien en el libro, publicado en abril de este año, explico que desde 1960, fecha de inicio que marca la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo, 1.451 personas han sido asesinadas en atentados y 4.983 heridas, justo ese mismo mes las cifras quedaron desactualizadas, pues un grupo yihadista afiliado a Al Qaeda asesinó en Burkina Faso a los reporteros españoles Roberto Fraile y David Beriain, con lo que el número total de víctimas mortales asciende ya a 1.453. Ese crimen nos recuerda que el terrorismo no solo es historia sino que, por desgracia, forma parte de nuestro presente. Y que es una realidad cotidiana en otros países no muy lejanos al nuestro”.

No cabe duda de que “eso hace más importante si cabe la cuestión de la educación y de la prevención de la radicalización, para lo que es indispensable realizar no sólo trabajos de investigación, sino también de divulgación, a un público lo más amplio posible, especialmente el juvenil. La Historia no debe ser solo cosa de eruditos: es una herramienta útil para desactivar los discursos del odio”.

Así es.

bty

La historia del terrorismo en España