viernes. 29.03.2024
basiliscoaraña

2020, este año fatídico, el año de la novela Basilisco, de Jon Bilbao, por ejemplo. ¿Novela? Sigo.

Hace siete años leí la terrible y a su manera hermosa, mortal, Memorias de una viuda (de Joyce Carol Oates) y escribí esto:

“Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección”.

Estos versos de Anne Sexton vienen a cuento porque Joyce Carol Oates me ha proporcionado nuevamente el doloroso placer de enfrentarme por medio de la urdimbre de su genio al dolor, al sufrimiento, a la pérdida y al basilisco que nos nubla la vista esquinado en los límites borrosos de la realidad oscura y transparente.

Según leía Basilisco, a menudo ligeramente fascinado, se me ocurría que de alguna manera me recordaba (mucho) a otra novela y escribí en mi muro de Facebook esto otro:

¡Que levanten la mano los que hayan leído BASILISCO, de Bilbao, y MERIDIANO DE SANGRE, de McCarthy!

basiliscoBilbao, vaya por delante, es un narrador prodigioso del que este 2020 fatídico yo ya he leído Estrómboli, sobre el que publiqué una crítica titulada ‘Las inquietantes líneas de letras negras sobre fondo blanco: Jon Bilbao, autor de Estrómboli. En ella ponderaba la excelencia de los ocho cuentos que componían aquel libro de 2016 diciendo cosas como que es admirable la inquietud que su autor logra transmitir a quienes leemos estos relatos. Caminamos ceñidos a una pesadumbre inconcreta que pertenece por entero al consabido mundo real de la ficción magnífica. Y no somos conscientes de ello, o sí, pero la lectura nos libera de la sensación de estar asistiendo a un vulgar truco que sólo los malos escritores transmiten.

Basilisco (donde aparecen personajes de uno de los cuentos de Estrómboli) es una novela porque Bilbao y su editor lo han decidido así. Me explico: en Basilisco —que es una especie de compendio de muñecas rusas—, lo esencial, lo más jugoso literariamente hablando, también como el vehículo de entretenimiento que ha de ser siempre la ficción, es aquella narración que alguien cuenta y que consiste en cuanto Basilisco tiene de novela (extraordinaria) del Oeste, de terrible western artístico (y de ahí lo de compararla con la sin par Meridiano de sangre del prodigiosos escritor estadounidense Cormac McCarthy). El resto de Basilisco es la historia del protagonista que apenas la protagoniza más un cuento que éste, que es escritor, como Bilbao, nacido en Ribadesella, como Bilbao, escribiera recientemente y que Bilbao nos cuela de rondón. Un cuento magistral, que conste.

Todos estos reparos son los únicos que se le pueden poner a un libro formidable, de una reciedumbre mayúscula, que derrama también la suave dulzura del dolor seducido, un libro escrito por un autor (con el que sé distinguir cuando lo que contamos es mitología) del que aprendo que ser escritor no es solo una decisión personal.

“Y el desierto olió de pronto como debía oler antes de que existieran el plástico, los motores de explosión y el cine. Bajo ese cielo recorrido por rayos supe que estaba enamorado”.

Es Basilisco un artefacto en el que comprender que hay que saber contar las historias como uno las sabe para que otros las escriban como quieran. Como dice el dibujante Patrick Clement, uno de los personajes del western que es a su manera Basilisco (a quien los relatos de las historias de la frontera que le cuenta otro personaje del libro “le parecen mucho más reales que el suelo que pisa”):

“En ocasiones, la representación de lo real obliga a su alteración”.

Personajes que huyen a veces sin conseguirlo de ser considerados “más propios de un folletín sobre el Lejano Oeste”, personajes “temerosos de encontrarse con la calcinante ira de Dios”, personajes que surcan un mundo irreal perfectamente delimitado por la ficción:

“La liberación del abandono. El abandono como curación, como una forma de librarse de un peso supurante, resbaladizo y superfluo”.

Ese poderoso dibujo literario que es el personaje llamado La Araña le dice al John Wayne muy temible de Basilisco, John Dunbar, algo que está en la línea medular del relato que protagoniza la muñeca rusa que ya he dicho que me parece Basilisco:

“Para nosotros, el Oeste es un diván donde tumbarnos a purgar el pus del alma”.

La frontera del Oeste es una tierra fantástica y peligrosa que “tiene el poder de inmortalizar”, no cabe duda.

Y para acabar, también en Basilisco lees sobre los hijos como la medida de lo importante y puedes pensar que es bueno “dedicar mucho esfuerzo a vivir sin prisas”, como hace el escritor que en realidad protagoniza Basilisco.

Jon Bilbao y el basilisco que nos nubla la vista