Narrativa | JOSÉ LUIS IBÁÑEZ SALAS | @ibanezsalas
El escritor español Luis Mateo Díez¸ premio Miguel de Cervantes y académico de la Real Española, es autor de docenas de libros desde que en 1973 publicara el primero suyo, de relatos, titulado Memorial de hierbas. Durante algunos años lo leí mucho y con gran placer literario. En 2024 volví a él para intentar disfrutar (sin mucho éxito) su novela El amo de la pista, publicada ese año, repleta no obstante de esos hallazgos de escritura notable que siempre acompañan las obras de uno de los más grandes autores en lengua española de los últimos cincuenta años.
Comienzo por advertir de que los personajes de esta novela hablan tal que así:
“Las profesiones no son fáciles. Tampoco las ilusiones. Es la vida la que tira por donde le queda cuerda”.
“Si es verdad que vivimos, que sea cierto”.
“La vida no es sólo un tanto por ciento, es la totalidad en su medida justa”.
“La vida tiene la música de cualquier pieza que se pueda bailar”.
“La vida en sí misma ya es todo un acontecimiento”.
Sí, en El amo de la pista, a quien narra le podemos escuchar cosas como esta:
“Un ser más parecido a un personaje que a una persona, pero tan cierto y verdadero que me inquietaba con la mera sorpresa de su aparición y lo que en mi vida podría significar”.
Luis Mateo Díez¸ premio Miguel de Cervantes y académico de la Real Española, es autor de docenas de libros desde que en 1973 publicara ‘Memorial de hierbas’
Comienzo con la retahíla de dichos coloquiales, palabras de escaso uso ya o sencillamente sólo pertenecientes al habla popular, frases hechas, expresiones que inundan la novela de Luis Mateo Díez hasta convertirla en un granado ramillete apabullante de suculento dicharacherismo literario:
La de dios es cristo, con cajas destempladas, papando moscas, no tiene ni media torta, se hacían los suecos, no hay dios que las entienda, soy un as, me huelo la tostada, por mi mala cabeza, con pelos y señales, eres un piernas, un día de perros, mosqueo, pasándose de rosca, nos dejaba a dos velas, quedar a vela y media, se le fue la olla, la chola, mando en plaza, el pelotón de los torpes, ni daban pie con bola, se ganó los galones metiéndonos en cintura, la ocasión la pintan calva, me pasé de rosca, también de la raya, no hagamos un pan como unas hostias, darme la vara, sacarme de quicio, de te cruzan los cables, salvé los muebles, vino Dios a verme, no va a salir de pobre, habíamos tarifado, no hablo a humo de pajas, eres un baranda, cachondeo…
Hay mucha metaliteratura en esta novela que, en el fondo, es también, como tantas otras, una novela sobre lo que es una novela que quiere ser una novela: aprendemos en ella que las desfachateces (El amo de la pista está repleta de ellas) proporcionan veracidad a las mentiras, algo que “suele pasar en las novelas”. La “imaginación viva” es tan necesaria para quien escribe la novela como para quien la lee. “En las novelas”, dice uno de sus personajes, “hay que atenerse a lo justo, la ficción no deja que el todo sea más que la suma de las partes”. El protagonista, ese Cantero que no sabemos si es el Cantero que alguien cree que es, tiene en ocasiones “la sensación de que todo pudiera suceder sin la causa y el efecto de las cosas reales, algo que jamás dejaba de ser novelesco y, en el fondo, imposible de entender, o sólo posible como una ficción”. Sólo posible como una ficción… ¡Vaya, conque esas tenemos!
A manos llenas, se llamaban andana, no te amilanes, lo que te diga va a misa, echarlas en saco roto, oído al parche, si lloviese a gusto de todos, con los nervios en punta, un cero a la izquierda, a la pata la llana, en menos que canta un gallo, así te las ves y te las deseas, Dios nos asista, el mismo que viste y calza, vaya facha que gastas, te hacías el longuis, no se me despintan, pillé una curda, no se andan con chiquitas, vamos a ponernos piripis, la manga demasiado ancha, no se llame a engaño, la habitación estaba patas arriba, enterarme de la tostada, pompis, comiendo el coco, echar el cuarto a espadas, da el brazo a torcer, se sube a la parra, entraron por el aro, asomar mucho la gaita, me quedé a verlas venir, pimpante, sal pitando, marearás la perdiz, ir al grano, te callas la boca, que así estás más guapo, se caen los palos del sombrajo, sujétate los machos, con el rabo entre las piernas, no estaba para trotes…
La ‘imaginación viva’ es tan necesaria para quien escribe la novela como para quien la lee
El ámbito de la novela es una de esas localidades que brotan de la magia literaria de Luis Mateo Díez, en este caso una ciudad llamada Borenes. Vayamos allí un rato con las palabras deliciosas del autor:
“En la placita del Bergante había un sol esquilmado, lo que en Borenes semeja en ocasiones una luz muy escueta que mantiene, sin embargo, un rayo dorado que la esparce con la precisión de una varita mágica.
Algo que no gusta demasiado a los vecinos de una ciudad que agradece más los oscureceres que los amaneceres y se pone de espaldas cuando la enfocan”.
Sigamos con los dichos y las palabras de otro tiempo que gracias a Luis Mateo Díez tardarán (un poco) más en extinguirse:
Salí escopeteado, haber llegado curda, pifostio, trapisondas, sin parar en mientes, hacer el remolón, que no haya moros en la costa, ni siquiera sabes de qué pie cojeas, venimos a por todas, se quedaban tan panchos, pazguatos, hecho una piltrafa, me había dejado con dos palmos de narices, me quedaba con un palmo de narices, me pidió que me hiciese el longuis, un pájaro de cuenta, pingando…
Cuánto azar en el azaroso vital del protagonista, que admite que…
“Pude llegar a pensar, con un reflejo aterido, que desde la adolescencia el azar guiaba no ya mis pasos sino el avatar de las incidencias y los reclamos.
Nada que ver con una suerte desnortada o un porvenir torcido, algo mucho peor por el grado de inconsecuencia con que sucedían las cosas”.
Demasiado grado de inconsecuencias, sí.
Dejándome en la estacada, sin comérmelo ni bebérmelo, la fila de los mancos, estás salido, vendidos al mejor postor, me haga con la picha un lío, el tiro salga por la culata, echábamos un pito, les dieron matarile, no tenía vela en aquel entierro, allá películas, para mayor inri, andar con chiquitas, ojo avizor, no doy un palo al agua, estamos metidos en harina, no salgo de pobre, no eres un momio precisamente, hilar fino, lo puso a sopa de caldo, un mandria, unos rilados, os lo habéis ganado a pulso, condumio, me sacudí al moscón, alguien espicha, mandanga, la intemerata, cuando se están haciendo las necesidades, me la sudan, vale un potosí, un garbanzo negro, oler a chamusquina…
Borenes, donde hay unos días en el año en que “el mediodía tenía residuos de una de esas calmas invernarles que, tras las borrascas y las nieves, dejan absortas a las calles como si la intemperie se adelgazase”. Borenes, que, “en el orden de las civilizaciones crepusculares, no tenía el marchamo de lo vacío sino de lo extinto, que es también lo que sucede con el metabolismo de las poblaciones agrarias, mucho menos vaciadas que muertas de muerte natural y sin remedio”. ¿Borenes en la España vacía o vaciada o vaciándose?
No me tomes el número cambiado, hacer de tripas corazón, si viniese a cuento, el cuezo lo ha metido, te haces el remolón, aviso para navegantes, picapleitos, nos salió rana, no vuelvas a las andadas, una mosquita muerta, ahí te las veas, zarandajas, la jeta, tiene lo que hay que tener, puñetera, melopeas, la mires por donde la mires, un ojo a la virulé, me curé de espantos, sacarte a flote, alipendes, irte con viento fresco, como alma en pena, no eran trigo limpio, sacar las castañas del fuego, no hay medias tintas, coger el rábano por las hojas, no tiene ni orden ni concierto, no te amilanes, mear fuera del tiesto, las armas las carga el diablo, apiolado, aguantas mecha, hasta que las aguas vuelvan a su cauce, estoy en bolas, me he puesto las pilas, no me hace tilín, no seas pardillo, no me atengo a las consecuencias, que me doren la píldora, como alma que lleve el diablo, no te des pote, no hay vuelta de hoja, que te den morcilla, me echaron la zarpa…
El ámbito de la novela es una de esas localidades que brotan de la magia literaria de Luis Mateo Díez, en este caso una ciudad llamada Borenes
¿No será verdad eso de que el olvido es “uno de los bienes mayores con que cuenta la humanidad”, tal y como admite alguien en El amo de la pista, si no se equivoca y deja “a la memoria en entredicho”?
Dicharachera, si te he visto no me acuerdo, no me des la tabarra, huele a fosfatina, sin saber de la misa la media, con presencia de ánimo, sin sentir la mosca detrás de la oreja, sé a ciencia cierta, hazte el sueco, salvar los muebles, abogado de causas perdidas, un badanas, zalamerías, estaba hasta el moño, pítima, compuesto sin novia, curda, tósigo, morrocotudo, me tenía hasta el gorro, poner las cosas en su sitio, lo que te traes entre manos, el último mono, si se lo hubiese afanado…
Borenes, donde “todo estaba pasado de moda” y donde el protagonista la cree convertida “en una urbe que auspiciaba los laberintos del tiempo como una añagaza para que sus habitantes se despistaran, conmigo el primero”.
No te andes por las ramas, trapacero, no hay por dónde cogerla, no levanto cabeza, dejado de la mano de Dios, andar al albur, hay que sacar pecho, te quedas con un cuarto de narices, pasado de rosca, paga los platos rotos, no las tenía todas conmigo, me quedé como un pasmarote, puedes echarme un cable, la pones a caldo, hacía un frío de mil demonios, leerme la cartilla, martingalas, pasarte de la raya, bailó con la más fea, no le tose nadie, repipi, estaban al cabo del día, empanada mental, soy todo oídos, que no se te suba el pavo, estoy hecho una facha, componendas, todo quedaba en agua de borrajas, estoy para el arrastre, eres de lo que no hay, te fuiste con viento fresco, me tienes con el alma en vilo, me tienes frita, se acabó lo que se daba, hay que ir soltando amarras, el amo de la pista.
El amo de la pista | Luis Mateo Díez | Alfaguara. Madrid, 2024. COMPRA ONLINE