viernes. 19.04.2024

Vicente I. Sánchez. @Snchez1Godotx | Es muy probable que el público despistado que se acerque hasta el Teatro de La Abadía para ver "Cristo está en Tinder" se lleve una importante e impactante sorpresa, empezando porque su título poco o nada tiene que ver con lo que veremos en escena durante casi dos horas.

Así ocurrió durante los primeros minutos del espectáculo cuando hasta seis espectadores (los conté bien) abandonaron sus butacas con caras de indignación y escándalo ante lo que estaba pasando en escena. Desconozco si Rodrigo García, autor de la obra, se encontraba entre bambalinas presenciando la huida de los espectadores, pero de ser así, lo imagino sonriente y satisfecho, disfrutando del trabajo bien hecho y del sabor de la provocación. Y es que, si algo caracteriza al teatro de este director hispano-argentino con una larga y exitosa trayectoria, es su gusto por la incorrección, el absurdo y el desafío. La vanguardia escénica al servicio de impactar y sorprender a lo que podría definirse como la nueva burguesía. Así lo ha venido haciendo desde hace más de 30 años.

Pero, ¿de qué trata realmente "Cristo está en Tinder"? En una primera y tímida aproximación podríamos decir que Rodrigo García busca ridiculizar las relaciones humanas y crear una poderosa performance que nos golpee directamente en el rostro. El teatro como síntesis del absurdo. De esta manera, la obra comienza con la proyección de vídeos que, a modo de cómic pop, nos presentan a una serie de personajes paródicos que luego serán (o quizás no) los protagonistas del espectáculo.

Después, ocurren muchas cosas: un perro robot se pasea en escena y nos muestra sus habilidades, tres actores bailan y se arrastran por el escenario cubiertos de pieles, una chica desnuda se tumba y contorsiona sobre un montón de patatas fritas... Los estímulos visuales nos rodean por todas partes.

La obra se divide en dos capítulos: "Palabras ajenas" y "Cuerpos ajenos", que de manera cíclica permiten el desarrollo y la evolución de la historia. En cada uno de estos segmentos, los actores, ayudándose de sus cuerpos y la "verborrea", construyen un amplio mosaico sobre la decadencia de Occidente y sobre lo ridículos que podemos llegar a ser.

Sin embargo, adentrarse en el significado de declaraciones como que la sopa miso es igual que la fabada asturiana, o por qué es mejor escribir con mayúsculas, nos lleva por un camino sin retorno. Cualquier aproximación realista derrapará en el camino.

Nos encontramos ante una puesta en escena postdramática en la que el texto queda en un segundo plano, y la acción y la performance son los protagonistas. Rodrigo García crea una serie de cuadros escénicos que, aunque carecen de un sentido claro, reflejan la fragilidad de una sociedad devorada por la inmediatez y lo políticamente correcto. La pregunta final no sería de qué trata "Cristo está en Tinder", sino qué sentimientos provoca en el espectador.

Miedo, excitación, angustia, aburrimiento, asco o entusiasmo son solo algunas de las reacciones que esta obra puede generar en el público. Estoy absolutamente convencido de que dentro de su aparente barra libre en la que cualquier cosa tiene cabida, se encuentra una filosofía y una autoría muy definida.

No obstante, nada de esto sería posible sin el magnífico trabajo en escena de Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos Pulpón. Actores que ponen sus cuerpos al servicio de una obra compleja, llena de símbolos y posibilidades, que les exige mucho más que desnudarse ante el público. Estamos hablando de desnudar el alma y caer en la catarsis absoluta mientras los sonidos psicodélicos y estridentes de la música electrónica de Javier Pedreira envuelven todo el escenario. Sí, "Cristo está en Tinder" es un regalo para cualquier actor amante del performance.

Finalmente, Rodrigo García nos brinda un maravilloso espectáculo en el que los cuerpos y las palabras se entremezclan para crear un gran retrato de la decadencia de Occidente. No es una obra para todo el público, pero si logramos superar la sorpresa inicial, nos encontraremos con un viaje muy estimulante.

Cristo está en Tinder: una obra deliciosamente provocadora