viernes. 19.04.2024
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Fotografía suministrada por la editorial Lumen

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez“La misma palabra “placer”, había cambiado para mí; solía pensar en ella como una palabra suave que describía una autoindulgencia más bien discreta; de pronto parecía explosiva, con las tres letras de la primera sílaba saliendo a presión como fuegos artificiales y terminando en la meseta de la última sílaba, su ronroneo soñador”. Lo escribe Alice Munro en “La vida de las mujeres” y yo leo, releo, subrayo la frase, pienso y confieso que si alguna vez me decidiese a escribir me gustaría parecerme a la autora canadiense.

Me gusta su estilo reflexivo, la conjunción entre la descripción de lo que pasa por fuera y lo que está sucediendo dentro de los personajes, el paralelismo entre los valles y abismos de las geografías descritas y los ascensos y descensos de las emociones, de los estados del alma. Confieso mi adicción a la literatura de Alice Munro, pese a haberla descubierto recientemente. Llevo dos veranos viajando en tren con sus libros en el regazo, la mirada perdida en los paisajes mientras los relatos de las vidas que narra enriquecen la mía. Llevo dos veranos con las páginas de sus libros salpicadas de arena, absorta al nadar en historias que me atrapan por su dureza, que me siguen hiriendo pese a la suavidad de las olas. Llevo dos veranos recreando imágenes, pensamientos que llegan a resultar desconcertantes, retorcidos, por la capacidad de quien es capaz de hilar lo más dulce con lo más amargo, lo bello con lo detestable, lo inocente con lo perverso. “Mi necesidad de amor había pasado a la clandestinidad, como un dolor de muelas taimado”, marco la idea, la asociación, con lápiz de color rojo.Me imagino a Alice Munro envuelta en silencios. No sé por qué siempre la introduzco dentro de un cuadro de Edward Hopper, sentada en una mecedora frente a un paisaje árido. Deformación de periodista, me he sorprendido más de una vez pensando en qué preguntas le haría si tuviese la oportunidad de entrevistarla. De qué hablaría con esta mujer con fama de esquiva, tan celosa de su intimidad como abierta a la hora de apresarla creativamente. ¿Hasta qué punto se sintió una niña extraña; de qué manera descubrió su capacidad para reinventar el mundo con el arte de las palabras; cuándo se dio cuenta de que la vida de los sueños puede ser más más intensa, más auténtica, que la marcada por el calendario de lo real? Muchas de las respuestas las he encontrado en “La vida de las mujeres”, una novela hecha de retazos de la memoria que recientemente acaba de publicar en nuestro país la editorial Lumen. Una suerte de honda biografía en la que se rastrean datos de la vida de la escritora: sus orígenes familiares, su educación… , pero en la que brilla sobre todo el transcurrir de lo que pasa por dentro.

Munro se detiene allí donde se fraguan los deseos, las inquietudes, los miedos; en ese recodo de la iniciación al sexo, de los primeros descubrimientos y decepciones. Palpa el momento justo en el que se deciden los destinos, en el que el rumbo de una vida puede seguir el camino aparentemente trazado o torcerse en una dirección inesperada. “¿Qué era una vida normal”, reflexiona la narradora, reacia a seguir los esquemas, los estereotipos, establecidos para las mujeres de su época...

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Confieso mi adicción a Alice Munro