viernes. 29.03.2024
Siluetas-y-sombras.-David-Bowie-libro-Juan-J-Vicedo

Acabo de leer un libro extraordinario: Siluetas y sombras. David Bowie, escrito por el periodista musical (y abogado y profesor universitario) Juan J. Vicedo y publicado durante este Segundo Año de la Gran Pandemia, 2021, por Sílex ediciones. No sólo he aprendido con él muchas cosas que intuía o desconocía de la Gran Estrella de la Música Pop que fue el inglés David Bowie, sino que además las he hecho formar parte de mi amor por la música de la mejor manera posible: disfrutando como se disfruta de los buenos libros, leyéndolos como si fueran canciones fenomenales. Y Siluetas y sombras es mucho más que una canción fenomenal, es una caja llena de música, la música literaria de los ensayos escritos con arte, pasión y sabiduría amable.

En el prólogo del libro, el periodista musical Rafa Cervera dice de él que Vicedo se preocupa “por contarnos quién era Bowie y por qué hizo lo que hizo en cada momento, dejando abiertas rendijas que muestran algunos de esos otros mundos de los que él se nutría”. El autor “se ha metido en la cabeza y en el alma de la estrella más importante de la música popular”, y ha logrado que Siluetas y sombras “sea una biografía que no pretende serlo”, y, lo más importante, para mí: “un ensayo que se lee como una novela”. Una novela donde la ficción solamente es la propia alma de David Bowie, la indescifrable y artística alma de un genio de nuestro tiempo.

bowie

Bowie, el auténtico Bowie, está en su música: se reveló en ella. Escribe Vicedo:

“Bowie perfeccionó durante toda su vida un constante juego de siluetas y sombras y, como en el teatro chino, como en la caverna de Platón, son ellas las que muestran y a la vez esconden al verdadero Bowie: aunque no lo pareciera, nos estaba hablando de él, de sus temores, de sus anhelos, de sus dudas”

Seguiremos intentando conocerle, admite el autor.

La de David Jones es “la mayor escalada de un personaje público hacia un escenario de transformaciones y mutaciones ante los ojos de la audiencia”. Baste seguir su discografía, su carrera actoral también, para saber apreciar aquel huracán de talento artístico y su valor, su categoría extraordinaria, en la sociedad en la que vivió.

Con The man who sold the world, de 1970, Bowie “cierra tras él la puerta de los idílicos años 60, y el futuro viene con el sonido del trueno”; un año después, Hunky dory “es un diario que se ha salvado del fuego”, se abre con Changes y se cierra con una canción que tiene un verso que dice él es un camaleón; de inmediato Ziggy Stardust entra en escena y seguidamente Aladdin Sane, porque siempre hay un Antes y un Después, cambios: Bowie, que ya ha matado a Ziggy, sabe que Aladdin no durará mucho. “No es un simple imitador, utilizó la copia para seguir creando”; roba arte para sí mismo, lo manipula y le da otra vida nueva: Diamond Dogs es “un puente hacia lo desconocido, el último episodio de una saga mutante”; y luego el soul, el nuevo soul, en su caso plastic soul, música negra hecha por blancos.

“Gestado en sus horas más oscuras, Station to station es una burbuja en un denso magma de realidad y desconexión: Bowie está buscando la salida del infierno”; el poder de la cocaína y Low, “un disco catártico, es una historia de velocidad y errores”, el pasado de Bowie. Estamos en 1977. En el álbum Heroes, “visita el desasosiego y la calma, la despersonalización y la paz de espíritu, la obscuridad y la vida”, Vicedo nos dice que en aquellos años nuestro genio “permanece al margen de cualquier moda que no sea la suya, se escapa siempre”; Lodger cierra la etapa berlinesa y en Scary monsters, ya en 1980, “con un hilo invisible”, cose dos décadas: el disco se abre con la canción It's no game (part 1), que comienza (como la que cierra el disco, la parte dos) con aquellos versos bowieanos que cantan “siluetas y sombras contemplan la revolución / se acabaron los pasos gratis hasta el Cielo”. Siluetas y sombras: David Bowie. Tres años más tarde, Let’s dance le devuelve al éxito, pero es sobre todo un disco de Neil Rodgers en el que él sólo pone la voz. Y luego, luego… los demás elepés.

Vicedo continúa exponiéndonos la vida de Bowie con ese tono peculiar, atractivo pese a lo minucioso, fascinante a menudo: pero a mí Bowie dejó de interesarme y con el libro ya vago por una decadencia de la que aún merecen destacarse episodios, canciones, pero, según mi opinión, ya no álbumes completos.

En Siluetas y sombras, lo digo ya, también estamos frente al Bowie actor, no en vano, “Bowie siempre es otra persona, Bowie siempre está jugando con el tiempo, con la eternidad: lo hará hasta el final de sus días”.

La experiencia con su banda Tin Machine, su boda con Iman, más discos, canciones por internet antes de acabar el milenio, música para videojuegos (también antes del año 2000)… “No puedo estar de acuerdo del porqué ni del cómo, pero todo lo que hago es premeditado”: puro Bowie.

Desde Little Richard hasta el infinito: nuestra genial estrella, a partir de su primer elepé como David Bowie, “representaba lo que el adolescente de los suburbios siempre quiso ser: un joven cockney, un londinense, uno de los protagonistas del vértigo de la modernidad, una víctima voluntaria de los contrastes entre los destellos urbanos y la sordidez de su lado oscuro, un orgulloso actor en las calles”.

Bowie presenta el elepé Reality un día antes de llegar a las tiendas “en un acto de mercadotecnia global que se retransmite a más de sesenta cines de una veintena de países”: es el año 2003. Reality es un disco fiel al abatimiento, a la sensación de vejez y cercanía de la muerte que Bowie transmite cada vez más… Y la última gira en 2004, y la operación de corazón ese mismo año… Llega el silencio de una década casi completa. 2013, nuevo elepé, The next day

Y sabe que va a morir y escribe y graba su álbum de despedida: Bowie muere a los 69 años a la edad que le había dicho un adivino 21 años antes.

“Bowie ha jugado durante años con la luz y la sombra, ha revelado siluetas y difuminado contornos, ha sido sincero y ha mentido, y cuando lo ha visto conveniente incluso se ha engañado a sí mismo. Sus canciones son reflejos de una existencia de colores cambiantes y suelos que desaparecían bajo sus pies, pero ni él mismo sabe muchas veces qué quiso decir con ellas, pueden significar algo y pasado el tiempo otra cosa distinta. Las letras no importan tanto, no siempre, a veces nada. ‘Es la música lo que transmite el mensaje, no la letra, la música ya tiene implícito el mensaje’, le dijo en 1980 a Angus MacKinnon. El periodista de New Musical Express transcribió también la reflexión que Bowie dejó flotando: ‘si no fuera así, la música clásica no habría tenido éxito expresando algo que no necesita palabras’.”

Su último álbum, Lazarus, es un testamento. Para muchos, 2016 es ya el año de la muerte de David Bowie.

“Siluetas y sombras. Música infinita. Tony Visconti escribió su mejor epitafio: ‘hemos sido muy afortunados al poder vivir al mismo tiempo que David Bowie’.”

El espléndido libro de Vicedo se cierra con un hermoso epílogo escrito por el historiador cultural Javier de Diego Romero

De cómo Juan J. Vicedo revivió a David Bowie