sábado. 20.04.2024
Frontispicio de Musei Wormiani Historia mostrando el cuarto de maravillas de Worm. Wikipedia.
Frontispicio de Musei Wormiani Historia mostrando el cuarto de maravillas de Worm | Wikipedia.

Por Mariola Marrero | ¿Quién no ha sentido la inherente necesidad de atesorar algún objeto? Como una mezcla de instintos que, muchas veces, la lógica no puede explicar, hay quien colecciona objetos que le fascinan, que le traen recuerdos de momentos vividos, otros, incluso, hacen de ese pasatiempo un buen negocio. Es una práctica atemporal cuyo origen es difícil de establecer y que ha llegado hasta nuestros días. La búsqueda de un objeto de colección contrarresta de alguna forma, un apetito natural de ese resto primitivo que aún nos queda tras la evolución. Encontrar ese objeto antes que los demás, enseñarlo con orgullo y dejar claro quien ha ganado, es como una recompensa. Un coleccionista, Psicológicamente hablando, suele ser una persona organizada, le gusta cuidar de sus tesoros, los contempla y comparte su pasión y, siempre que lo haga en la justa medida, es incluso beneficioso para la salud mental. Al fin y al cabo, el objeto final de crear una colección, es mostrarla, compartirla y, debido a ello, grandes colecciones como las de los monarcas españoles, acabaron por convertirse en fundamento de museos de hoy en todo el mundo.

Todo lo anterior se puede conseguir gracias a los coleccionistas que acometen la tarea ingente de recolectar lo diferente, rescatar lo casi perdido, recomponer lo roto y devolverlo a la vida. Protegen su botín en espacios construidos para ello, como altares donde el culto se materializa en cada cosa que, al contemplar, les remueve emocionalmente, los conecta a momentos que, de otra manera, en la frágil mente, pudieran perderse. Las cámaras de maravillas y los gabinetes de curiosidades recrean un microcosmos personal e íntimo que a veces no se entiende si no se comparte esta vocación de acumular, observar y disfrutar del ordenado acopio.

Durante más de dos siglos los gabinetes fueron un ámbito urbano ideal para la investigación del mundo natural

Se colecciona desde siempre, pero, es a partir del siglo XVI cuando, el descubrimiento de nuevos mundos abrió una puerta a lo desconocido, lo exótico. El humanismo cambió la mentalidad del hombre del renacimiento proyectándolo a la modernidad científica y a los artefactos ingeniosos. Esa argamasa de fe, ciencia, naturaleza, filosofía y magia fue determinante en un momento de la historia propicio para la consciencia de uno mismo, y las circunstancias de alrededor, convirtiendo el coleccionismo en una noble causa ya que, salvaguardar especies, manuscritos y otros objetos raros en lugares de creación y de conocimiento, era de gran importancia en los saberes y prácticas científicas de la primera edad moderna. Los primeros en coleccionar fueron reyes y príncipes por su fácil acceso al arte, las excentricidades y todo lo que se pudiera adquirir con dinero o poder. Rodolfo II, Archiduque de Austria y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, fue un gran coleccionista del siglo XVI, se hizo con una auténtica cámara de maravillas o wunderkammer. Con un carácter sombrío, su entretenimiento era tener cosas que consideraba interesantes, desde lo más variado del mundo animal disecado, restos arqueológicos, minerales, objetos de otras culturas, reliquias religiosas, arte y antigüedades por todas partes, en una estancia especial donde se pasaba horas de contemplación y estudio. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el coleccionismo va tomando un cariz más cultural, poseer un gabinete donde albergar, estudiar y exponer colecciones extrañas daba prestigio social, la afición permea a otras clases sociales, como en el caso de Ole Worm, médico, lingüista y filósofo danés del siglo XVII, cuya cámara de maravillas, se recreó en 2011 en California por la artista Rosamond Purcell, su instalación “One Room”, se encuentra en el Museo Geológico del Museo de Historia Natural de Dinamarca.

En 1683, un anticuario inglés, Elias Ashmole donó más de 200.000 objetos de su gabinete de curiosidades a la Universidad de Oxford con la condición de que se construyera un nuevo edificio para albergarlos. Esa colección sería la base del actual Museo Ashmolean de Arte y Arqueología. Gracias a Hans Sloane, médico, naturalista que donó su colección de 71.000 objetos históricos al rey Jorge II para evitar que se disgregara, el Museo Británico abrió sus puertas como primer museo público no universitario en enero de 1759.

Durante más de dos siglos los gabinetes fueron un ámbito urbano ideal para la investigación del mundo natural. Existieron en casi todas las ciudades importantes de Europa y en las colonias americanas. En Estados Unidos, Charles Willson Peale abría su gabinete de curiosidades al público en 1786, con cuadros que él mismo pintaba y que contaba incluso con el esqueleto de un mamut. Phineas T. Barnum al que da vida Hugh Jackman en el musical “The Greatest Showman”, adquirió el gabinete de Peale y lo exhibió como parte de su fraudulento espectáculo de deformidades y rarezas, provocando que los gabinetes de eruditos de siglos pasados cayeran en lo ridículo. Volvieron con las vanguardias artísticas en el siglo XX. André Bretón, padre ideológico del surrealismo formó durante años su propio gabinete de curiosidades, algunos artistas recreaban en sus estudios una especie de cámaras de maravillas para inspirarse a la hora de crear sus propias obras, como Picasso.

Actualmente diseñadores de interiores han sentido la necesidad de instalar gabinetes de curiosidades contemporáneos en sus decoraciones. El diseñador Alexander McQueen exhibió en el Museo Victoria y Albert de Londres “Savage Beauty” con un gabinete de curiosos diseños. Algunos locales han adoptado también el concepto para su decoración como pasó con el Raro Rare Bar en Madrid. En Londres hay un esperpéntico Museo de Curiosidades, Bellas Artes e Historia Natural de Viktor Wynd, toda una experiencia que puede despertar el gusto por salir a la búsqueda de cosas fascinantes y comenzar nuestra propia colección que, al contemplarla, nos haga sentir mejor. Al fin y al cabo, esa es siempre una buena intención.

Coleccionando maravillas