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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda1
La incómoda frialdad del desconsuelo se asienta en fragmentos de continua incapacidad; las artes del homicidio se ocultan en la neblinosa estética trascendente a un panorama de frialdad teñida de raptos intuitivos.
Lee Harker es una investigadora novata, su alta capacidad presuntiva encierra el acierto que la distingue en su cooptación para un caso de extrema dificultad. Se trata de descubrir al exterminador de familias enteras en varios sucesos comunes en el tiempo. El agente Carter es la autoridad del FBI a cargo de la investigación; acompañará a Lee durante el proceso. Longlegs es el objetivo; la pesquisa no será fácil.
Los lugares comunes abundan. Los tópicos anuncian pactos satánicos, conexión a historias personales en regresión a paradigmáticos momentos de la infancia, personajes que combinan lo sarcástico y lo sombrío a partes iguales. Sin olvidar el asesinato como mediación, y un thriller policial que muta hacia el terror en el intento de “sorprender” mediante el cambio de género. Son algunos de los mojones por los que transita esta macabra historia de muertes planificadas desde lo sobrenatural.
De lo más interesante es la atmósfera de desolación que alcanza todos los rincones del encuadre. Una sensación de pesadumbre nos encierra en la distancia de actos criminales esbozados con elocuencia. Las muertes ocurren por gestos, la apuesta no es al gore ni al slasher; tan solo una serie de cabezazos sobre la mesa alcanzan a desplegar un repentino baño de sangre. Perkins negocia la presencia de la muerte. Longlegs, fiel devoto de “el señor de abajo”, multiplica las instancias de excepción que contagian frágiles momentos de incertidumbre. Se traducen en la propia insignificancia del personaje de Nicholas Cage, especie de payaso que asume la verdad con elocuencia. Clave de gráfica insinuación, destila una lastimosa malignidad que se consume en el propio sacrificio. La grandeza del mal expande su naturaleza desde lo impersonal del “hombre de abajo”, representación de Satanás en la metáfora del infierno y sus emanaciones hacia lo mundano. Amistad que refiere analogías con lo humano en la pretensión del mal como asociación. Ligazón promovida por mediación de nuestro siniestro personaje.
El flashback inicial nos sitúa por delante de Harker. Sin suficientes elementos para la comprensión, presumimos la importancia del pasado, pero no alcanzamos a discernir las claves con claridad hasta que el vínculo madre e hija se despliega. Es entonces, cuando Perkins equipara los caminos, protagonista y espectador se reconcilian en la concordancia explicativa de los hechos.
La perseverancia denota la inocencia macabra, el cántico alusivo incita una lógica de los hechos que asocia la vida con la muerte. El cumpleaños 14 es la clave, constante atravesada por tiempos de muertes permanentes, perpetuación infinita que intenta afincar en la idea de eterno retorno. ¿Habrá secuela? Puede ser, tal vez; la puerta quedó entornada, aunque no del todo abierta.
“El amigo del amigo de un amigo”, concatenación de voluntades, traslado de una especie de posta en el trasiego de la maldad, cooperación implacable que hace necesario el corte de la cadena de reclutamiento concentrada en la inercia de una muñeca diabólica.
Lee se hace eco de la angustia y desolación no verbalizadas, el misterio se exacerba en los sentimientos que emergen por la tristeza. La puesta en escena “neblinosa” conmociona, no en tanto precisión estética, sino por la transmisión ideológica de sensaciones remitentes a expresiones traducidas por un ambiente opaco, ocupado por personajes necesarios en práctica relación a la problemática específica. Nunca veremos días soleados, ni multitudes, ni reuniones de varios personajes; la tónica la dan los travellings, de lenta circulación, unidos a colores tenues y opacos que denotan la fuerte melancolía que invade el momento. La muerte respira en relación con lo enigmático, lo macabro encuentra espacio en el absurdo aparente, el “payaso” asume la conexión.
La austeridad contamina los gélidos paisajes, la desolación suma por extensión lo inerme a la contingencia; la pasividad de un mundo incapaz de combatir la maldad, más allá de la posibilidad emergente en las capacidades psíquicas de una novel investigadora. Especie de “mesías” salvada en la perspicacia de una madre previsora; otro lugar común (y van…), nos remite al rescate en el tiempo que patentiza la presencia futura en la “gran obra”. La concordancia es con los tiempos, el destino juega a favor de una mujer. Lee es el error de Longlegs, invisible heroína construida a futuro en función de un pasado, irreconocible piedra en el zapato que desnuda las falencias del humano ante el poder del mal; cobra fuerza en el precario desenlace que conlleva el sacrificio.
La destrucción de la familia es el futuro, la semilla que omite el desconsuelo; poder que limpia la tragedia en la implosión irreversible. El tiempo es coincidencia en las marcas de violencia, la necesidad resume justificaciones ante el crimen, paradoja a manera de ruleta rusa afincada en la ausencia de opciones. La moral demarca una aureola trascendente que sustituye la inamovilidad de los seres queridos, la elección considera y consolida posiciones, el juego no reclama gratitud eterna, los lazos filiatorios ya no definen el bien por fuera de un paquete de sucesos contextuales. Nada es eterno ni inmanente, todo es revisable; se trata de posturas que transformen el futuro mediante elecciones inmediatas, casi no hay tiempo para pensar. La apología de la intuición se funde en la participación mística que la propia historia desarrolla; clave de comprensiones para una realidad paso a paso que asigna sufrimientos.
El error multiplica la esperanza. Lee es producto, sobrevida otorgada en desaciertos del momento, semilla eterna que opera por los tiempos, existencia pasada negada en lo fortuito, todo en franca expansión hacia adelante. Es la promesa que regresa en la virtualidad, concatenación de sucesos, excepción irrespetuosa fuera de toda planificación.
La cosmovisión regatea voluntarios accesos a espacios programados, la realidad configura decisiones imprecisas, ausencia de control en la consideración de variables aleatorias, escenas futuras de impensable repercusión, volátiles sucesos anclados en momentos. El futuro desconoce los avatares del poder, hasta Satanás puede ser vencido, aunque de forma transitoria y a alto costo.
Los flashbacks se suceden, las alternancias explicativas se van afinando, el dolor materno es transformado, la experiencia se funde en la dureza de un rostro que no vacila; la maldad se integra en la costumbre, por eso, la resolución requiere celeridad, la suficiente como para desmarcarse de la hegemonía del diablo. La obsesión es un contrapicado con manos ensangrentadas que simboliza el deber cumplido; la cámara define la acción en lentos travellings que avanzan hacia los protagonistas; la expectativa se crea desde planos alternantes, el relato paralelo juega con los tiempos. Todo se desarrolla a ritmo de insidiosa tragedia; la muerte se aproxima. El poder se hace cargo de la inercia, la muñeca fetiche recorre la escena; un regalo muy particular, cuasi a imagen y semejanza del “homenajeado”.
Cine de terror conceptual, lo simple suele esconder lo complejo; escarbar nos provee de sentido (aunque no siempre). Perkins hace gala de una especial habilidad para sostener el clima; nunca decae la idea; lo sombrío de la imagen nos alcanza sin palabras. Los amantes del terror de parabienes.