viernes. 29.03.2024

Úrsula San Frutos | @_suula_

Mi hermano pequeño, dirigida por Léonor Serraille, narra la vida de tres inmigrantes marfileños desde su llegada a Francia. Esta película, sin embargo, no es una historia sobre racismo. Trata sobre el fracaso y, sobre todo, sobre el potencial y las expectativas.

Rose (Annabelle Lengronne) llega a París con dos de sus hijos desde Costa de Marfil en 1989. Jean (Stéphane Bak) es un portento de las matemáticas, y ya desde muy niño tiene claro que quiere ser piloto. Ernest (Kenzo Sambin), sin embargo, se queda atrás en el colegio porque le cuesta leer y escribir. Como prólogo de la película, Serraille muestra los primeros años de los protagonistas en casa de unos familiares. Rose trabaja limpiando en un hotel y conoce a varios hombres con los que mantiene relaciones fugaces que Eugenie (Audrey Kouakou), que los ha acogido en su casa, no aprueba.

A partir de entonces, a cada protagonista le corresponde su parte. Primero viene la perspectiva de Rose, que no es capaz de encontrar satisfacción con la vida que lleva en París. Ha sido madre muy joven, está en un país extraño con dos niños y quiere pasarlo bien tanto como cuidar de ellos. Los hombres a los que conoce son solo relaciones frugales que solo le traen miradas de reproche y preguntas de sus hijos que no puede responder. Eso es, hasta que conoce a Thierry (Thibaut Evrard). Él le propone que vayan juntos a Ruán, en Normandía, con la promesa de una vida mejor. Ella, sin dudarlo, hace las maletas y se lleva a los niños con ella. 

Esta película no es una historia sobre racismo. Trata sobre el fracaso y, sobre todo, sobre el potencial y las expectativas

Ahora, el punto de vista cambia a Jean. Han debido pasar unos diez años, y Jean y Ernest viven solos en un viejo apartamento. Rose solo puede visitarles los fines de semana, por lo que Jean debe gestionar la casa y sus estudios a la vez que cuida de Ernest. Jean siente la presión de su madre para superar la prueba de acceso a la universidad y ser el mejor. Hacia su madre solo queda resentimiento.

La última parte corresponde a Ernest, que se resigna a ver cómo las dos personas más importantes en su vida se distancian, hasta que Jean decide regresar a Costa de Marfil. Pasan años hasta que Ernest vuelve a ver a su madre después de eso, porque la culpa de que Jean abandonara el país. Jean es ahora profesor de Filosofía. En una última conversación con su madre, ella le dice que debería estar contento con su vida: es, según ella, la definición de éxito. Eso era, al final, lo único que Rose quería para sus hijos.

Si hay algo que destacar de esta película es que es verdaderamente independiente. Está repleta de esos planos vacíos que se alargan más de lo necesario y de esa melancolía que impregna a los personajes. Es, en cierto modo, intimista. Lo que más diferencia este film de otros del estilo es el tema de la maternidad. Rose tiene cuatro hijos, aunque tuvo que dejar a dos de ellos en Costa de Marfil. Ser madre no es una experiencia gratificante para ella. No se glorifica la maternidad, no se trata como si fuera algo sagrado y perfecto. La forma de tratar este tema es muy interesante y, quizás, de las más fieles a la realidad. Rose no es siempre una buena madre, no siempre le gusta ser madre. Es, sin duda, el tópico más trabajado en la obra.

Rose solo quería ver a sus hijos triunfar y ellos tuvieron que vivir bajo el yugo de sus expectativas hasta que se derrumbaron bajo él

Sí que es cierto que, según se desarrolla la obra, se siente como si Serraille se hubiera dejado parte del contexto en el tintero. El paso del tiempo entre las tres partes son demasiado bruscos y, durante los primeros minutos, puede costar ubicarse. De repente pasamos de la habitación que comparten los tres en París a otro apartamento en el que ella no está. ¿Qué ha pasado? Se echa en falta algún elemento que nos ayude a situarnos, quizás hubiera sido mejor dejar de lado alguno de esos planos vacíos para haernos saber qué está pasando.

El tema del racismo habría abierto un mundo de posibilidades a la historia. No, no es una obra sobre el racismo. Y es por eso que la única escena en la que uno de los personajes, en este caso Ernest, es víctima del racismo se queda tan corta. Es un débil intento de exponer el tema, no se trata con toda la intensidad que se permite. La escena en la que la policía para a Ernest se siente forzada. La película podría prescindir de ella. Está metida a la fuerza.

El final es simplemente agridulce. Algunos temas quedan zanjados de manera rotunda, pero otros quedan en el aire sin una respuesta. Por otro lado, la conversación que mantienen Rose y Ernest es una escena sumamente delicada. Es el mejor cierre que se le podía haber dado a este filme, porque en ella confluyen los tópicos principales. Ese cambio de tercio constante, del orgullo que siente Rose por su hijo (¡profesor, ni más ni menos!) al reproche maternal (“La depresión es una enfermedad de blancos”). Es aquí donde se entiende finalmente de qué iba la pelicula. Rose solo quería ver a sus hijos triunfar y ellos tuvieron que vivir bajo el yugo de sus expectativas hasta que se derrumbaron bajo él.

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