miércoles. 24.04.2024
chuches

La fotografía que acompaña el relato la hice en una calle de Dublín hace un par de años. Me gustó la expresión de complacencia de la mujer rubia que está de pié, que se deja entrever a través de la bruma del cristal de la ventana

El verano sigue fluyendo deleitoso y caprichoso. Subo un nuevo relato erótico a mi blog, que será el segundo de un libro de cuentecitos deleitosos, que espero ser capaz de componer. Me gusta la literatura erótica y creo que las mujeres tenemos una mirada distinta sobre la sexualidad, que es necesario explorar y compartir.

La fotografía que acompaña el relato la hice en una calle de Dublín hace un par de años. Robé esta imagen de dos mujeres relajadas charlando con gesto grácil desde la acera de la calle. Me gustó la expresión de complacencia de la mujer rubia que está de pié, que se deja entrever a través de la bruma del cristal de la ventana. ¿De qué charlaban? Es un misterio. Una imagen así puede hacer que la imaginación fluya.

Va el cuento:

Chuches

Le gustaban las chuches. Desde que era una niña adoraba sobre todo los caramelos gordos de koyak, los de fresa, que se deleitaba en chupar y chupar hasta que una salivilla rosácea rebosaba el pozo de su boca y se derramaba por la comisura de sus labios.

Rememoró esa sensación placentera de la infancia al ver como su amiga Ada disfrutaba saboreando un chupa-chups de los gordos de koyak, que teñían sus labios de un rojo carmesí brillante e intenso, delatando el fulgor de su penetrante sabor.

Observar a Ada disfrutar así, con el chupa-chups entrando y saliendo de su boca entreabierta lo justo, con una presión leve, formando un anillo perfecto sobre la redondez del caramelo, una vez tras otra, en un juego líquido con la lengua relamiendo la superficie dulce y suave de la golosina, le pareció tan sensual en una adulta que se le fue un hondo suspiro involuntario.

-¿Quieres uno? -le preguntó Ada con un punto pícaro y chispeante en la mirada- que la sacó de su ensimismamiento, para fijar sus ojos en los de su amiga y comprobar así que Ada tenía las pupilas un poco dilatadas, como de loba hambrienta que ha fijado la atención en una presa, mientras se reía con los ojos.

-Vale, sí, claro que sí, hija que tienes una cara de disfrute…que, la verdad, me has dado envidia…- le contestó.

Ada comenzó a quitarle el envoltorio al caramelo con parsimonia, como si fuera el mejor de los regalos, un manjar realmente exclusivo solo concebido para ella, para un goce por encima de sus posibilidades.

Contemplar la acción acentuó su deseo e hizo crecer su impaciencia. Involuntariamente se mordió los labios al ver que Ada se metía el caramelo en su propia boca antes de dárselo a ella, que sin poderse contener se lanzó sobre el chupa-chups como una sedienta a la que le ofrecen una rodaja de sandía en medio de un desierto.

Ada no cedió el palo, y tuvo que contentarse con chupar el caramelo al ritmo que ella imponía. Un ritmo lento, pausado, roncero, calmoso en exceso, que le permitía detenerse en cada matiz de la forma y apreciar el intenso sabor a fresa con mucha más complacencia, llegando casi a la embriaguez. Estaba tan concentrada recorriendo el cuerpo redondo de esa particular ambrosía que no se dio cuenta de que Ada estaba pegada a ella y que le ofrecía su lengua de forma alternativa al chupa-chups.

Le encantó. Chupa-chups, lengua, lengua, chupa-chups, y vuelta a empezar, hasta que las dos notaron como la saliva de cada una de ellas desaguaba por sus bocas, descendía por las barbillas de cada una y fluía libre por el canalillo de sus pechos inundándolo todo.

Con un movimiento natural, pero inesperado para ella, Ada le subió la falda, le apartó la braga y le paseó el caramelo por la entrada más sonrosada y oculta de sus deseos, hasta que la fricción la llevó flotando a un estado de excitación líquida, navegando por los cauces de su propio cuerpo.

Mientras accionaba empujando el caramelo con mano firme, Ada la fue conduciendo hasta el sofá y la hizo recostarse con las piernas separadas lo justo para que quedara al descubierto el paisaje natural de la lubricidad más lujuriosa. Nunca había estado tan excitada, la lengua de Ada relamía sin freno el caramelo dentro de ella, cada vez con más ímpetu y más fruición, hasta que solo quedó el palo, justo a la vez que un rayo de electricidad provocó que estallaran sus compuertas interiores, liberando ríos de flujo de color rosa fresón que Ada absorbió sin desperdiciar una sola gota.

Chuches