viernes. 19.04.2024
capitan-lagarta

El capitán se ha creído la historia solo porque es genial. Cualquier día los llaman para la NASA y queda España sin el jodido ingenio que muestran esos furtivos cabrones que a sus anchas campan en el mar de olivares de los cerros de Úbeda. Van a pie y sin luces, para no mosquear a la Benemérita. No portan escopeta: la tienen escondida en el campo. “No es mía”, ya saben. Para tentar al marrano les basta con dejar en el terreno una sencilla lata con agujeros y un “puñao de almendras” dentro; cuando el cochino la descubre empieza, con el hocico, dale que te pego a darle vueltas y las almendras van saliendo y el animal a lo suyo, que es comerlas. Pudiera pensarse que en este momento el furtivo está cerca acechando con la escopeta en posición de disparo, el dedo en el gatillo y pequeñas gotas de sudor en los poros del belfo que al juntarse forman gotas más grandes que se precipitan por gravedad del labio a la boca: agua, sal, adrenalina y testosterona; pero no, el furtivo no está ahí donde el marrano revuelca la lata, que está durmiendo en su casa, o barajando las sobadas cartas de una partida al cabrón en el bar de abajo, o en putas, o rascándose los cojones que es para lo que realmente ha nacido. El furtivo solo tiene que ir de vez en cuando al campo a rellenar de almendras la lata hasta que el marrano se acostumbre a pasar todos los días por ahí. Esa será la clave para liquidarlo. Pero, ¿cómo sabe el furtivo a qué hora pasa el puerco? ¿debe el furtivo apostarse toda la noche tras la vieja oliva desde que oscurece hasta el alba?. Ya hemos dicho que no. Y he aquí la urdimbre de la picaresca, el punto ese donde para el científico empieza a ser más interesante la costumbre del furtivo que la del jabalí, o la de la primatóloga que la del gorila o la del investigador que la de la rata blanca: un sencillo reloj del todo a cien enterrado junto a la lata, sin la tapita que guarda la pila y ésta, la pila, atada con fino sedal a la lata de almendras. Cuando el marrano revuelca la lata, se suelta la pila y el reloj se para: son las tres y cinco. Mañana a esa misma hora el gatillo hará “clic” y el percutor “clac” y la escopeta “pum” y el marrano dejará este mundo, y allí mismo será desangrado y quedará tendido hasta que al día siguiente, a plena luz, lo metan, “un, dos, tres ¡ale hop¡” en el viejo land rover de los años setenta para dar su último viaje. 

La caza del marrano