jueves. 28.03.2024

Los objetos, contra lo que muchos quieren creer, no tienen alma  pero si tienen deseos y sobre todo, guardan en su interior las equivocaciones vitales de aquellos que los crearon. Nuestras vidas son, o acaban siendo, un cúmulo de equivocaciones, deseos insatisfechos, algunos aciertos –los menos- y sueños escondidos que luchan por ocupar un tiempo que no les concedemos; así que esos sueños se escapan por nuestras manos y nuestros actos para dar lugar a gritos que expresan el abandonado deseo de haber sido.

Esa colección de gritos llenan los espacios en los que vivimos para que, de vez en cuando, alguien se dé cuenta de su presencia y piense en aquello que de verdad quiso crear el autor, el mismo que albergaba el sueño que ahora podemos ver expresado en un grito silencioso que nos hace pensar.

Hay que estar atentos y con los ojos del alma muy abiertos para dejarse contar los cuentos que narran esos sueños hechos cosas, pues en el momento que andamos pensando en nuestras cosas, en lo que siempre hacemos, los sueños ya no pueden alcanzarnos para contarnos nada. Hay que aprovechar los momentos que no son de nadie, los amaneceres de las ciudades en los que nadie mira; esos en los que enseguida una mirada atenta es percibida con rapidez y conecta con las voces de cosas que quieren contar historias.

Yo he oído historias sorprendentes contadas por las piedras de la vía sacra del foro romano a las que nadie quería escuchar y que enseguida se dieron cuenta de mis deseos de escuchar sus cuentos; he oído una historia fascinante contada por dos zapatos que querían retornar del mar a su verdadera casa en la montaña y el otro día escuché la historia de una casa que quiso ser barco y que ahora se ve condenada a navegar los mares de piedra en los que han encerrado su alma.

Otro día contaré la historia de su condena, pero hoy quería deciros que estéis atentos, que aprovechéis las luces del amanecer para dejar los ojos entornados a la media luz y los oídos abiertos para escuchar aquello de lo que nadie hace caso y que confunden con el ruido de los coches. No seáis tan tontos como el resto y dejaros contar las historias fascinantes que cuentan los objetos equivocados; aquellas cosas que encierran el alma de lo que quiso ser y nunca fue; la huella de los sueños perdidos que luchan por retornar.

Y recordar que no es fácil: yo he tenido que pasar cinco veces por el mismo sitio antes de dejarme contar la historia de la esa casa que quiso ser barco y que ahora tiene que conformarse con mojarse los cimientos en las oscuras aguas de un canal sin poder cortar las ansiadas olas con la que sigue soñando. 

Me gustaría desearle buen viaje, pero su singladura acabará en el mismo sitio en el que empezó. Una pena.

Esta casa cuenta su historia a los que quieren escuchar