viernes. 29.03.2024

“Dejando un silencio como si los momentos no se atrevieran a pasar”.
James Hilton: Horizontes perdidos.


raymond-carr

“El hombre es una criatura que pinta cuadros de sí mismo y después se las arregla para parecerse al retrato”, decía Raymond Carr, el hispanista británico, es decir, Raymond Carr, el historiador británico especializado en el pasado de España (en este caso, especializado en el pasado contemporáneo, en el de los siglos XIX y XX españoles). Raymond Carr, quien habitualmente citaba aquella brillante frase de Hegel que decía:

«Lo trágico no es el conflicto entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien.»

Determinismo, accidente y elección. Ahí está el intríngulis de la Historia para Raymond Carr, el otro Carr, el Carr que no es el imbatible campeón aún hoy de los quéeslaHistoria. Lo decía él:

“Algo que fascina a cualquier historiador es la diferencia entre determinismo, accidente y elección”.

Para sir Raymond, si “el determinismo es el refugio de los historiadores que quieren pasar como profetas”, tanto el accidente como la elección personal son “el material del que está hecho la historia”. Entendida la historia aquí como el pasado. De ahí la minúscula.

Para un conservador como Raymond Carr, para quien los posmodernistas no aportan nada a su oficio (“a este paso, dentro de poco se sabrá más de Bambi que de Bismarck”), la neutralidad es lo que la sociedad civil ha de esperar de los historiadores. Palabra de Raymond Carr, esta:

“Los historiadores no tienen que pasar casi nunca por el riesgo de la destitución. Quizás serían mejores historiadores si corrieran ese riesgo”.

Para el autor de España 1808-1975, la historia [el pasado, recuerda] “es algo gris, confuso, sin delimitaciones exactas, todo entremezclado y sin muchas líneas divisorias”. Lo que llevó a otro historiador británico, Richard Gott, a decir al hablar de aquella obra de Carr, que en ella la Historia [el oficio] era concebida “como una maldita cosa detrás de otra”.

CarrTodo esto lo he aprendido en un magnífico libro, el que la historiadora española María Jesús González dedicó a la vida de Raymond Carr (que llevaba el significativo subtítulo de “La curiosidad del zorro. Una biografía”, porque entre el erizo que tiene una visión “única y globalizadora”, y el zorro y sus “percepciones múltiples confusas (y aun conflictivas”, Carr prefería al zorro, sobre cuya caza, por cierto escribiría él mismo una obra), y que acababa así:

         “Todo el mundo dice que es muy afortunado”.

El libro había sido publicado en 2010. Carr falleció cinco años más tarde, pero parece que sí, que los historiadores hemos sido muy afortunados por haberle tenido como maestro, aunque sólo sea porque considerándose un zorro, en el fondo era capaz de admitir que “sin las generalizaciones del erizo (sobre la lucha de clases, sobre todo), los pobres zorros” como él estarían “condenados a una especie de puntillismo intelectual, sin dibujo general”.

Raymond Carr “seguía pensando —nos informa su biógrafa— que la novela daba vida y calor, carne a los huesos fríos de la estadística y la Historia”. Es decir, el insigne historiador no achacaba a los responsables de escribir una historia cultural los mismos males que a los posmodernistas en general, sino que más bien, creía, como el historiador español Jaume Vicens Vives, que…

“Poetas y novelistas pueden esclarecer en un instante repliegues íntimos donde jamás podrá llegar el microscopio mejor montado”.

Ciencia o literatura. Raymond Carr, pese a denostar con ahínco los excesos suicidas del posmodrnismo, es de los que vio en la Historia más literatura que ciencia. Y creo que no le faltaba razón.

[¿Explico por qué he titulado así este artículo? De acuerdo.

Raymond Carr fue amigo del autor de la saga del agente 007, Ian Fleming. El de Bond, James Bond.

Pues eso.]

Carr, Raymond Carr