viernes. 29.03.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

Carlos Pardo: “La lucha de clases no desapareció, se quedó dormida”

Por Emma Rodríguez | En El viaje a pie de Johann Sebastian Carlos Pardo consigue apresar la tristeza de la realidad que estamos viviendo y la descomposición de una sociedad levantada sobre falsos pilares.

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Carlos Pardo / Fotografía: Karina Beltrán

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | En El viaje a pie de Johann Sebastian Carlos Pardo consigue apresar la tristeza de la realidad que estamos viviendo y la descomposición de una sociedad levantada sobre falsos pilares. Lo hace a partir del deterioro de una familia, a través de las relaciones entre unos padres y sus hijos en el momento en que los primeros envejecen y enferman y los segundos han de cuidarlos. Lo hace a partir de los conflictos que surgen entre los hermanos, preocupados por la falta de perspectivas, por la supervivencia, incapaces de dejar de lado el egoísmo. Es, desde el plano íntimo, desde lo que sucede de puertas adentro, en un hogar que podría ser cualquier hogar de clase media española, como el autor consigue trazar una lúcida radiografía de un país varado entre las maneras del pasado y, al mismo tiempo, asomado a los horizontes de una nueva construcción, de un nuevo discurso.

No estamos, sin embargo, para nada, ante una novela realista al uso. Lejos de hacer un retrato ajustado a las circunstancias del presente, lo que consigue el autor es reflejar, no tanto lo que sucede, lo que acontece, sino lo que sentimos y cómo nos sentimos en esas circunstancias. Por eso este viaje resulta doloroso, incómodo y al mismo tiempo estimulante. Por eso nos lleva lejos y nos aproxima a nuestras cercanías, a esos temores, inquietudes y enojos que laten en lo más hondo y que no siempre somos capaces de nombrar.

Carlos Pardo (Madrid, 1975), poeta antes que narrador, lector compulsivo y sujeto crítico y reflexivo por naturaleza, habla en primera persona de lo que de verdad conoce, su propia vida, sus experiencias familiares y generacionales, convencido de que el trayecto hacia el territorio de la biografía, del yo, es una vía idónea para llegar al nosotros, para captar las emociones, los deseos, las frustraciones colectivas.

- ¿Fuiste consciente al escribir la novela de que por ella estaba entrando la conflictividad de la calle, la sociedad, la política, los enojos y sinsabores de tanta gente en su día a día?

- Ahora mismo podemos hablar de una moda política, que yo percibo como ligera y leve en la literatura, y de un auge político en la sociedad que me parece muy interesante. Era consciente de todo esto cuando me puse a escribir esta novela que partía de mis propias preocupaciones, unas preocupaciones comunes a muchísima más gente. Lo que hago es narrar el proceso de decadencia, de renuncia, de unos personajes que viven en la sociedad española, en un país periférico del imperio. Quería analizar la situación de mi familia en este momento histórico concreto, sabiendo que cuanto más me acercara a mi familia, más allá de buenas y malas intenciones, iba a ser capaz de contar esta sociedad sin necesidad de insistir en ello de manera explícita. Y ahí, aunque pueda resultar un tópico, en lo más íntimo, es donde acabamos encontrando lo universal. Esa ha sido siempre la aspiración de la poesía.

- ¿Qué supuso para ti enfrentarte, destapar, las circunstancias familiares? ¿Desde que posición, desde qué actitud, decidiste mirar?

- Tuve claro desde un primer momento que lo que me interesaba no era hacer una novela convencional, que adoptase las distancias clásicas, tantas veces normalizadoras, de la ficción, sino una novela capaz de pisar el terreno de lo emocional, de lo sentimental. Para ello tenía que dejar de lado el pudor, la vergüenza, algo que no es muy frecuente en la literatura española. Es lógico que no se quiera aceptar el fracaso, pero asumirlo era el único modo de contar lo que quería contar. ¿Desde qué ángulo? Pues desde la construcción de mí mismo, desde la sinceridad a la hora de narrar un mundo que no es nada heroico. Creo que precisamente por eso, por esa sinceridad, tanta gente se siente reconocida.

- En la novela se transmite la sensación, la angustia, de la precariedad.

- Bueno, la precariedad a muchos les ha cogido por sorpresa, pero no a mi generación. Los que nacimos en los 70 casi siempre hemos desempeñado trabajos precarios. Nos criamos como burgueses sin propiedades, pero desempeñamos trabajos precarios. Eso no es nada nuevo para mí. Lo que sucede es que ahora estamos pasando de precarios a pobres. Lo que sucede es que muchos asalariados pierden su trabajo y, o bien se hacen autónomos, o bien cobran el paro hasta agotarlo. En España está claro que los hijos de la gente pobre, que fue progresando desde los últimos años de la dictadura, en un momento dado hemos vuelto a ser pobres. La lucha de clases no desapareció, se quedó dormida, anestesiada. Uno de los fracasos del Partido Socialista fue creer y decir que esa lucha había desaparecido.

- Dices que los cambios sociales están impulsando en España una nueva forma de contar. ¿Lo puedes explicar un poco más?

- Sí. Hay una necesidad de reinventar la historia desde un punto de vista propio, no desde el punto de vista del pasado, del padre, de la madre. Se trata de mostrar la voz de los descendientes, de interpretar políticamente el mundo desde un ángulo de visión renovado. Esto tiene un evidente paralelismo con la situación de cambio que se está viviendo, no sólo en  España, sino en Occidente en general. A los descendientes les corresponde volver a dar cuerda al reloj de la historia, volver a narrar los hechos. Construimos la realidad con ficciones, con relatos. Y aquí tenemos que construir el relato del 15-M, de la precariedad, de la desigualdad… No hablamos de un relato autobiográfico nostálgico, sino de un relato crítico con la realidad, con el sentido de la realidad y de la propia identidad.

- Hay en la novela una indagación en el concepto de pueblo, un intento de acercamiento al nosotros, a lo comunitario.

- Sí. Me planteo cómo definir el concepto de pueblo en una sociedad producto de muchos borrados de memoria, cómo surge el concepto de pueblo, de comunidad, de nosotros, después del 15-M. Creo que es ahí donde podemos hablar de un antes y un después, aunque no nos podemos engañar y creer que fue una explosión que surgió de repente, espontáneamente. Había mucha gente, a la que se denominaba antisistema, manejando los discursos de las movilizaciones desde mucho antes. Lo interesante es que esos discursos fueron pasando a capas cada vez más amplias de la población y ahora han adquirido fuerza política a través de distintas plataformas ciudadanas y de una formación como Podemos. Lo mejor del 15-M es que se convirtió para muchos en un curso de posgrado político, de economía, de derechos sociales. Cuando yo escribí la novela fue el momento en que había tenido mucho peso el discurso libertario, que está muy bien en algunas cosas, pero que conduce a una perpetua irresolución, que funciona más que nada como una metáfora estética.

- La convivencia generacional es clave en la novela. Hay una brecha evidente entre padres e hijos, pero también un intento de comprensión.

- Sí. Me preocupaba mucho reflejar esa complicidad entre generaciones. Creo que la Transición fue un proceso que no ha terminado. Habría que hacer una lectura crítica, más compleja, de ese momento. Convertirlo todo en una lucha generacional es un peligro...

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