jueves. 25.04.2024
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Maier, Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Beckenbauer sí, Beckenbauer, Bonhof, Hölzenbein, Wimmer… Vestidos de chándal, de chándal Adidas de aquellos tiempos, un chándal Adidas entre gris y azulito, de algodón, no de esos plateados color acero más recientes. Todos allí, de pie, junto a los límites del campo A, en el parque de la Arganzuela. Hace tantos años, y en realidad fue hoy. Hoy los tengo ahí, mirándonos jugar al fútbol. A nosotros. Miro a los campeones del mundo que van camino del campo del Atleti, o que vienen de allí, del estadio de fútbol tan cercano a nuestro campito, donde ahora estamos haciendo lo que teníamos que hacer: quedarnos mirándoles a ellos, a los mejores futbolistas del momento, al equipo que iba a jugar esa tarde contra la Selección española de Iríbar, de Santillana y de un jovencísimo Camacho. Paramos el juego, nos olvidamos de la pelota y sin mirarnos apenas, sin hablarnos, nos plantamos embobados ante los dieciséis jugadores de la Selección alemana de Fútbol, la selección de la Alemania Occidental, que por aquel entonces había otra, otra Alemania, la comunista, la Oriental, que se llamaba a sí misma Democrática con la desfachatez de los que miran para otro lado, ja, Democrática.

Dejamos de jugar al fútbol para contemplar el fútbol. Que nos contemplaba a nosotros.

Aquella misma tarde de abril de 1976, cuando el futuro estaba a punto de llegar a España, los que dejamos de jugar al fútbol para ver a los campeones del mundo fuimos a ver a los campeones del mundo contra el equipo de nuestro país, fuimos a ver un partido presidido en el palco por el rey de España, que estaba acompañado por alguien que seguramente no nos imaginábamos ninguno de nosotros que iba a ser Suárez, que ya era Adolfo Suárez, y que entonces era ministro del primero de los gobiernos de Juan Carlos de Borbón, quien acudió a aquel partido, lo veo ahora en la web de RTVE, con su hijo, el futuro Felipe VI que presidirá muchos años después una final de Copa en mi relato “Gadafi”. Un cuento que habría de escribir muchos años después de aquellos días del pasado que no quiero que se vayan nunca del todo. Me embalo, lo sé, y recito ahora todos vuestros nombres como versos de un poema arcano y poderoso: Sepp Maier, Berti Vogts, Bernhard Dietz, Hans-Georg Schwarzenbeck, Franz Beckenbauer, Rainer Bonhof, Bernd Hölzenbein, Herbert Wimmer, Erich Beer, Dietmar Danner y Ronald Worm, además de Rudolf Kargus, Peter Reichel, Bernhard Cullmann Hans Bongartz y Klaus Toppmöller.

Y fuimos a ver jugar contra nuestra Selección a los alemanes de Alemania (algún día os contaré el chiste que en la juventud de mi padre, y de los que eran jóvenes cuando mi padre lo era, debió causar furor a juzgar por las veces que tantos de los chicos de mi edad escuchamos de nuestros padres aquello de alemándeAlemania) porque a todos mis amigos, y a nuestros padres, el padre de Manolo, que entonces era El Gordo, nos consiguió gratis las entradas para ir al Vicente Calderón aquella tarde madrileña de primavera, al estadio junto al río Manzanares, en los límites de mi barrio, cerca del campito donde aquella mañana habíamos detenido nuestro fútbol de barrio para ver cómo los campeones del mundo nos miraban jugar a nuestro fútbol reglamentario de barrio, con árbitro y todo. Nuestra Selección, la española, a la que nadie llamaba aún La Roja, y que era sólo eso, la Selección por antonomasia, eso sí, aquella tarde de abril del año 76 alineó a Iríbar y a Sol y a Benito y a Capón y a Migueli y a Camacho y a Quini y a Villar y a Santillana y a Del Bosque y a Churruca con Alabanda, Satrústegui, Miguel Ángel y Solsona de suplentes.

No recordaba cómo había acabado aquel partido en el campo del Atleti hasta que me puse a buscarlo con Google, y tampoco puedo recordar cómo quedó aquel partido en el que los campeones del mundo se detuvieron para vernos jugar en el campo A del parque de la Arganzuela contra quienes tampoco recuerdo que jugábamos. Eso, eso me va a costar más encontrarlo en Internet. Creo.

Campo A del parque de la Arganzuela