viernes. 19.04.2024

Amanecía la mañana. El verano se hacía presente nada más asomarse el sol por el altozano.  Hasta el ocaso sería el protagonista. Había que aprovechar la fresca para aprovisionar de fruta y verdura la despensa para que madre estuviera contenta y la abuela no retoliqueara.  Me gustaba la tarea.  La recogida de frutos del huerto me hacía sentir su salvador, el que imposibilitaba su reseco impidiéndoles cumplir con su destino. 

—¡Vamos, Loba!, invita mi padre como si la perra lo necesitara. Pasos adelante o detrás de él, según intuya que está necesitado de desbrozar el camino o resguardar su espalda, ahí estará ella, la Loba, nuestra perra, parte integrante de mi padre.

Mi padre también sabe lo innecesario del «¡vamos Loba!», expresión que brotó de su boca cuando era cachorra, alimentada según crecía y adoptada como latiguillo después.

En esta ocasión, como en tantas otras, eché a andar tras la pareja formando un conjunto disjunto.

Muchos años más tarde, con ocasión del resurgir de Loba en el recuerdo, confesé a mi padre que, de niño, en aquellos días de verano, sentía envidia de nuestra perra; que me habría gustado un «—¡Vamos, hijo!» al iniciar su camino para ir tras él al confín del mundo. Mi padre, mirándome desde adentro, respondió: «—¿Por qué no me lo dijiste, hijo?, lo habría dicho todas las veces sin faltar una».

El tiempo no me dio ocasión para hablarle de otras cosas que nunca le dije. De momentos que me hubiera gustado compartir con él y de otros en los que me sentí en abandono. A buen seguro que de haberlo hecho su respuesta habría sido idéntica: «—¿Por qué no me lo dijiste, hijo?» … O eso necesito creer.

Las preguntas sin hacer, las respuestas que no obtuve por no hacerlas, me siguen pesando como losa de granito encajada en el hondón, sin resquicio que permita introducir una palanca para izarla.

Las interrogaciones, no. Me acompañan el vivir como plaga de moscas tenaces, cojoneras del alma que machacan mi pensar sin descanso alguno: —¿Pretendías que adivinara tus deseos?, —¿Qué buceara en tu interior en busca de sentires? —Le dijiste ¿te necesito? O, iniciado su caminar, —¿aferraste su mano para ir a su vera? —¿No?

Cuando llego al final de las interrogaciones musito: —¡Vamos, Loba!

Y continuo mi caminar de vida y el regreso al rosario de preguntas y adivinanza de respuestas.

Caminando veranos