jueves. 18.04.2024
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Toda civilización se configura en torno a una imágenes compartidas colectivamente, una manera de ver el mundo que manda la diversidad de cada civilización, al menos así lo explica Mary Beard en uno de sus más recientes trabajos. Ahondando más en esta reflexión, cabría añadir que toda civilización también se configura en torno a unos sonidos compartidos colectivamente. El verso permanece, pero solemos olvidar el timbre del poeta y el pasado parece volverse mudo para los oídos inexpertos. Quizá en un futuro, arqueólogos e historiadores concluyan que las civilizaciones mueren cuando el pasado pierde la voz, cuando los músicos y los trovadores rompen la cadena invisible que une a cada pueblo con sus raíces. 


Veinte años sin Alfredo Kraus


El tiempo con sus caprichos, borra éxitos y construye el canon clásico de cada momento histórico. En cien años, además de todos calvos, la gran mayoría de la música, la literatura o de las series contemporáneas serán olvido, no quedando más rastro de ellas que en un efímero listado de curiosidades de algún especialista en bagatelas. De lo poco seguro que tiene el futuro es que se seguirá escuchando la música de Eliseo Parra, aunque su nombre se borre, porque estos sonidos forman parte de ese hilo rojo que conecta a los seres humanos con sus antepasados. En este tiempo de rupturas, la música es uno de los últimos anclajes a una forma de vida ancestral que hunde sus raíces en milenios atrás, cuando las gentes empezaron a cultivar la tierra. Un legado que estamos a punto de perder, si no lo hemos perdido ya. 

1Sonidos barridos por la cultura pop globalizada y sustituidos en los libros de historia por una música clásica escuchada por las élites. En un siglo XX en el que, en palabras del siempre certero Eric Hobsbawm, la música por primera vez en la historia cruzó el muro de comunicación puramente física entre instrumento y oído, y en el que la mayoría de los sonidos son reproducidos mecánicamente, la tarea titánica de los “Eliseos Parra” de cada tierra, de cada lugar, de cada pueblo, es sustancial para conservar la civilización en “la era de la reproducción”, según el concepto de Walter Benjamin. Última generación que ha escuchado a las viejas cantar y son capaces de transmitir lo heredado. Última generación que ha compartido corrales y cocinas, que ha escuchado, grabado y aprendido el sonido de cada pueblo de la tierra. 

Cada disco de Eliseo Parra ha de vivirse como una celebración, como un canto de esperanza, como una conexión con algo que llevamos en la sangre pero que la ciencia aún no ha sabido descifrar. Ritmos que aún perdidos para nuestros oídos, nuestros genes reconocen. Patrones rítmicos abandonados y apartados de lo cotidiano aún cuando la sociedad actual considere el silencio como algo casi delictivo y la música comercial muestra síntomas inequívocos de agotamiento creativo. 


Judit Neddermann, este segundo que “passa per davant”


‘Cantar y batir’ se llama el trabajo más reciente de Eliseo, creado y recreado en solitario durante los meses de confinamiento. Voz y percusión. Eliseo con Parra. Armado únicamente de memoria y de alma creadora, Eliseo acompaña su voz de panderetas, almireces y panderos cuadrados. Pura vanguardia descarnada. Eliseo pinta sonidos con una riqueza cromática de compases quebrados y cojos, asimétricos y vitales. Canciones nuevas que brotan de manantial antiguo. Sonidos de vida que evocan a las comadres compartiendo mesa de madera, fatigas del campo y pucheros de ayuno y abstinencia, pero también alegrías y picardías. Eliseo en ‘Cantar y batir’ es ese niño al que el confinamiento dejó solo en casa y que se divierte jugando con la ropa de sus mayores mientras conversa en mil dialectos olvidados con los muchos Eliseos que le habitan. De tan puro, de tan esencial, de tan inverosímil, ‘Cantar y batir’ es hijo de un tiempo presente que todavía encuentra consuelo en las voces de los que aquí habitaron. Eliseo es de esta tierra, pero cada tierra tiene su Eliseo. 

Cada tierra tiene su Eliseo