viernes. 29.03.2024
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lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Los lugares que habitamos, las estancias donde nos refugiamos, las calles que transitamos y que nos alejan del confort, los rincones en los que nos sentimos a salvo, las ventanas que abrimos para los otros, las grietas que emergen y que van construyendo la propia identidad. De todo eso habla Fernanda Trías (Montevideo, 1976), en una novela sumamente atractiva que parte de la autobiografía y recurre a la ficción para bucear en las verdades escondidas. Esa novela se titula “La ciudad invencible”, acaba de ser publicada en España por la editorial Demipage y trata de muchas cosas, pero, sobre todo, de la conquista de un espacio geográfico, de un territorio urbano que lleva por nombre Buenos Aires y que sería un simple escenario de cartón piedra sin la presencia de esos paisajes afectivos, emocionales, que son en realidad los que le otorgan la fuerza y el significado.

Nada grandilocuente, humilde y limitado, el Buenos Aires de Trías se construye en los márgenes, lejos de mitos y enclaves célebres. Los ecos literarios, los rastros de Borges, Cortázar o Pizarnik, se convierten en meras sombras, en orillas que deben ser traspasadas para llegar a un entorno diferente. La mirada, las huellas de alguien que llega de nuevas y acaba viviendo en ese destino episodios que serán cruciales en su vida, en su crecimiento, otorga personalidad a una entrega que narra un período de inquietud y de reflexión, de ruptura y también de construcción. “Cuatro mudanzas, una separación, una muerte. Así me recibió la ciudad de mi abuela”, empieza uno de los capítulos.

Nada es convencional en esta historia sobre la soledad, el miedo, la inseguridad de quienes han de empezar de cero. Trías no se queda en la superficie, intenta acceder, con puntadas sutiles y a la vez afiladas, a esas honduras del ser en las que todos nos reconocemos. “¿Cómo nombrar las cosas? Cómo acercarse lo más posible al asunto que se quiere contar, es decir, al corazón del asunto, no a la anécdota”, se pregunta en un momento dado, una pregunta que dice mucho de su manera de entender y abordar el trabajo literario.

– Aunque se trata de una novela, de un testimonio personal, claramente autobiográfico, “La ciudad invencible” transmite las incertidumbres, las angustias, las extrañezas, el miedo del que emigra, de todo el que llega a un lugar desconocido. El miedo es una emoción muy potente aquí [“El miedo era esa costra negra que se acumula entre los azulejos del baño, era la mugre endurecida dentro de mí, mis propias articulaciones, de modo que no podía vivir sin él, pero anquilosada como estaba, tampoco podía moverme”, leemos muy al comienzo].

– El miedo me parece una emoción sumamente interesante para explorar en la escritura, porque el miedo tiene un efecto paradójico: puede ser paralizante, pero también puede llevarte a adoptar acciones radicales, a una especie de movimiento que podríamos denominar kamikaze. Puede que eso suene un poco fuerte, tal vez debería referirme a un cierto arrojo que desde fuera puede verse como un acto de valentía cuando en realidad es una reacción desesperada. Para no quedarnos paralizados ante el miedo tendemos a saltar y en este libro quise explorar ese saltar al vacío, incluso ese entregarse al fracaso, como en un determinado momento se dice.

– Hablas de Buenos Aires, una ciudad muy literaria, muy mitificada e idealizada por grandes autores. ¿Hasta qué punto quisiste romper esa imagen?

– No me planteé desmitificar la ciudad, pero sí era consciente de enfrentarme a una serie de estereotipos muy marcados. Para mí enfrentarme a una ciudad tan transitada por grandes escritores, tan recorrida literariamente, era un gran desafío. Tenía claro que no debía intentar hacer lo mismo, que no debía perseguir estar a la altura de esas ciudades tan célebres. Desde muy pronto vi claro que debía salir por completo de ahí y abordar el asunto desde otro lado, desde la periferia y el desconocimiento. Mi narradora parte de la ignorancia absoluta de la ciudad, no sale de un barrio, incluso de unas pocas calles dentro de ese barrio. Se trata de todo lo opuesto a hablar de una ciudad, pero también genera el efecto de llegar al todo a partir de la observación de un espacio reducido. Cuéntame tu aldea y te describiré el mundo…

– “La literatura de Buenos Aires es Buenos Aires. No se puede buscar (…) La peregrinación a la casa donde nació Borges, al Parque Lezama, al departamento de la Pizarnik fue, para mí, tan inútil como desilusionante…” escribes en “La ciudad invencible”. Me imagino que no hay nada inventado en esta declaración.

– En absoluto. Despojar del romanticismo a todos esos lugares de peregrinación está relacionado con cierta aversión que he desarrollado hacia el turismo. He viajado mucho en mi vida y al principio lo hice con verdadera inocencia y deseos de conocer, pero poco a poco me fui desencantando y le fui encontrando menos sentido a viajar a una ciudad sin una razón de ser más válida que visitar un monumento o ir a la tumba de grandes celebridades. Lo hice. Lo hice muchísimo. En París visité la tumba de Oscar Wilde y de otros grandes escritores a los que admiraba muchísimo, pero… Creo que fue en China, en un viaje muy interesante, muy intenso, cuando empezó a forjarse ese cambio de percepción. Una de las cosas que descubrí allí fue que, como todas las antiguas pagodas y edificios religiosos habían sido destruidos durante la revolución cultural, lo que hicieron fue construir réplicas nuevas, réplicas ante las que los turistas chinos se agolpaban para sacarse fotos. Nosotros, como civilización occidental, le damos un valor enorme al original, pero a ellos les daba igual. Eso me resultó muy Duchamp, me hizo mucha gracia, pero también me llevó a darme cuenta del absurdo.

– Pero si tuvieras que elegir un Buenos Aires literario, ¿por cuál te decantarías? ¿Has viajado alguna vez en busca de la ciudad de un libro en concreto?

– Es difícil porque, en todos los casos, se trata de Buenos Aires propios. Borges, Cortázar, Pizarnik, todos son de allí, todos conocieron a fondo la ciudad. Yo prefiero un Buenos Aires extranjero, porque nunca voy a tener la experiencia que tuvieron ellos. En cuanto a lo de buscar la ciudad de un libro, eso ha pasado mucho con París. Hay mucha gente que va a París buscando el París del libro y siempre acaba encontrando otra cosa. Es así porque las ciudades literarias están atravesadas por la experiencia subjetiva y porque no puede existir un relato fehaciente, un retrato que no haya sido adulterado de algún modo. Al respecto yo tengo una experiencia muy curiosa. Hice una peregrinación a Salzburgo porque desde siempre fui sumamente devota de Thomas Bernhard y esa era la ciudad que él más odiaba en el planeta. Bernhard sentía que esa ciudad le arruinó la vida y por eso quise ir a conocerla, saber cómo era. Fue una aventura impresionante porque yo también la odié (risas). Casi muero… Hubo una peligrosa tormenta de nieve, de la que, por supuesto, no estaba enterada, y de pronto todo el mundo desapareció puertas adentro mientras yo quedé totalmente expuesta, atemorizada.

– Uruguay ahora mismo es una especie de país-isla. Miramos hacia él desde fuera, y comprobamos que, hasta cierto punto, ha logrado salirse, situarse al margen, del orden imperante a nivel global. Otra mirada, otra manera de hacer política de la mano del presidente Mujica. ¿En qué medida, no sólo a nivel social, también cultural, se percibe esa diferencia?

– Bueno, lo que está sucediendo a nivel político es algo nuevo que le otorga a Uruguay una gran personalidad. Se trata de un pequeño país con una gran personalidad que está atravesando por un buen momento y, como siempre, eso se ve reflejado en la educación y en la cultura. Ahora hay mucha más efervescencia, hay una proliferación de escritores jóvenes con ganas de hacer cosas. Se fomentan políticas de apoyo, fondos y becas destinados a emprendimientos culturales. Este octubre, por ejemplo, va a haber un encuentro literario de escritores de toda América Latina que van a convivir, a dialogar, y a escribir sus crónicas de Montevideo, crónicas que después se van a reunir en un libro. Se trata de ver cómo cada uno de ellos retrata la ciudad y tal vez contribuya a que por fin Montevideo adquiera un mayor protagonismo como escenario de la literatura. Yo llevo como diez años fuera de mi país, pero siempre me he sentido muy cerca y he regresado con frecuencia. Nunca he dejado que pasara un año sin volver. Nunca me he alejado del todo. Como escritora me siento parte de lo que está pasando en Uruguay y sigo con atención todo lo que acontece. Pronto habrá nuevas elecciones y veremos qué pasa. Yo espero que la línea progresista de Mujica continúe, pero Uruguay es todavía un país muy conservador en muchos aspectos. Tengo mucha curiosidad por ver en qué dirección se va a seguir avanzando, qué puede salir de la línea progresista en pugna con esa otra tendencia conservadora...

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El Buenos Aires extranjero de Fernanda Trías