jueves. 25.04.2024
“GUERRA DE CLASES”

Bienvenidos a la casa de muñecos

En el prólogo a su célebre Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh confesaba que en 1944, año en el que, aprovechando su convalecencia por heridas de guerra, se consagró a escribir la novela que le catapultaría al olimpo literario, era imposible preveer el culto que en la actualidad se rinde a la casa de campo inglesa.

“En aquella época, las mansiones ancestrales, que significaban nuestro mayor logro artístico, parecían condenadas a la decadencia y al expolio, como los monasterios en el siglo XVI. Quizá por eso me excedí en su defensa, pero lo hice con apasionada sinceridad. Hoy en día, el castillo de Brideshead estaría abierto a los turistas, manos expertas habrían reordenado sus tesoros, y toda la tapicería se hallaría en un estado de conservación mejor que cuando pertenecía a lord Marchmain. Además, la aristocracia inglesa ha conservado su identidad hasta un punto que entonces parecía imposible. La ofensiva de Hooper y los suyos ha sido detenida en varios frentes. Esto hace que gran parte de este libro consista en un discurso fúnebre ante un ataúd vacío.”


El castillo
de Brideshead

Estas líneas, escritas en 1959, no podrían estar más vigentes hoy en día. La serie que arrasa la noche de los martes en Antena3 y que hizo furor durante su emisión en Reino Unido el pasado otoño, Downton Abbey, nos devuelve la casa de campo inglesa de más rancio abolengo en todo su esplendor. Las intrigas de la aristocrática familia Crawley para evitar la partición del patrimonio vinculado a su titulo nobiliario conviven con las de su corte de sirvientes por mantener su puesto, escalar posiciones o, incluso, cambiar de vida, dejando atrás la servidumbre para pasar a formar parte de la nueva clase trabajadora. Y, como testigo de excepción del sinfín de estrategias susurradas, mudas renuncias y puestas en escena perfectamente calculadas, una de esas apabullantes mansiones cuya decadencia erróneamente previó Waugh mientras escribía su Retorno a Brideshead. Si la novela constituía una declaración de amor a toda una institución inglesa, emblema de identidad nacional, como la casa de campo en un momento en el que la aristocracia parecía a punto de convertirse en un recuerdo del pasado, la mítica serie homónima de 1981 no se quedó atrás. De igual modo que la también exitosa Arriba y abajo o la actual Downton Abbey.


La serie del año en Reino Unido

Los ingleses adoran el té de las cinco, las frases ambiguas o poco comprometedoras, las puñaladas verbales lanzadas con la mejor de las sonrisas y las grandes mansiones capaces de concentrar en su interior el más brillante catálogo de miserias humanas que, si no justifique, al menos explique la existencia de un sistema de clases para mantener el statu quo. Los 10 millones de espectadores que respaldaron Downton Abbey en el Reino Unido la convierten en la serie dramática más vista de la televisión británica desde Retorno a Brideshead. Entonces corría el 1981, año convulso para el Thatcherismo, marcado por los disturbios de Brixton, uno de los altercados más serios ocurridos en Londres en el pasado siglo, acaecido como respuesta a una dura situación de desempleo, criminalidad y carencia de servicios sociales. Un total de 279 policías y 45 civiles resultaron heridos, mientras que un centenar de coches y 30 edificios acabaron pasto de las llamas. La ciudad ardía pero la gente frente a sus televisores se dejaba deslumbrar por el fulgor del fastuoso castillo campestre de Brideshead.


Fuego en la manifestación del 26 de marzo en Londres

Veinte años después la historia se repite. El pasado sábado 26 de marzo tuvo lugar en Londres una gran concentración convocada por el TUC (Trade Unions Congress), la federación sindical británica que representa a la mayoría de sindicatos del país, en protesta contra los ingentes recortes en gasto público que el gobierno de la coalición entre Conservadores y Liberales-Demócratas está llevando a cabo. La manifestación fue una de las mayores que se recuerdan en el Reino Unido, con una asistencia de entre las 250.000 y el medio millón de personas, tan sólo superada por las movilizaciones del 2003 en contra de la Guerra de Irak. En los cristales de una sucursal del banco Lloyds en Picadilly Lane, se podía leer “Class War” (“Guerra de Clases”), reflejo de la creciente división entre la clase pudiente y la clase trabajadora (en un país de por sí profundamente clasista), así como de la lucha que la clase trabajadora británica está librando contra las políticas neoliberales del gobierno.


La casa de muñecos

Entretanto, otra clase, la teleespectadora, huérfana tras el fin de la primera temporada de Downton Abbey, espera ávida el regreso de la familia Crawley, cuyas nuevas andanzas seguirá casi con la misma devoción con la que, hipnotizada, disfrutará de los esfuerzos de su corte de lacayos por sacar brillo hasta el último rincón de la abadía. Y es que, como bien decía Dorothy en El Mago de Oz: “como en casa, no se está en ninguna parte”.


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