viernes. 19.04.2024
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@Montagut5 | En estos días se pueden visitar dos exposiciones en Madrid que giran sobre el Barroco francés. En el Museo del Prado nos podemos acercar a Georges de La Tour (1593-1652), un mago de la soledad, del silencio; y no muy lejos de la gran Pinacoteca podemos apreciar la grandiosidad clásica francesa en Caixa Forum con la muestra Dibujar Versalles. Los Cartones de Le Brun, una selección de trabajos de Charles Le Brun (1619-1690), primer pintor del rey Luis XIV, donde podemos disfrutar de los dibujos preparatorios para la Galería de los Espejos de Versalles, además de otras decoraciones del palacio barroco por antonomasia.

El objetivo de este artículo es enmarcar ambas exposiciones dentro del contexto general del Barroco francés con una serie de reflexiones sobre el mismo, y que giran en torno a su principal aportación, el triunfo del clasicismo.

El elemento fundamental de la era barroca francesa fue, como hemos indicado, el clasicismo, debido al anhelado deseo de orden después de los turbulentos años de las Frondas y que encarnaba el triunfo de Luis XIV. Es evidente que el ideal clásico se basaba en un nuevo o renacido culto a la Antigüedad en todos los ámbitos de la cultura y el arte. En literatura se imponen la denominada “regla de las tres unidades” de Aristóteles, y la imitación de la forma de escribir de los clásicos. Por su parte, en la arquitectura francesa no se da la fantasía y el recargamiento que tradicionalmente se asocia al Barroco, si no que se intenta recuperar la interpretación que realizó el Renacimiento de las formas clásicas con los órdenes superpuestos, el frontón clásico, las columnatas, las cúpulas y las terrazas, todo ello perceptible en Versalles. En la artes figurativas -escultura y pintura- es el momento del triunfo de las escenas mitológicas y de los retratos denominados “a la antigua”, al adornarse con atributos de la época grecolatina. Pensemos en los retratos que se le hicieron del rey Sol. Luis XIV se convirtió en un moderno emperador romano.

El clasicismo francés no sólo se basaba en el culto a la Antigüedad, también buscaba la claridad de formas y el rigor

Pero el clasicismo francés no sólo se basaba en el culto a la Antigüedad, también buscaba la claridad de formas y el rigor. Estos dos objetivos solamente podían conseguirse a través de la aplicación de los principios de la razón, que se dedicaría a controlar la imaginación y la fantasía, dos cualidades consideradas nefastas, algo que contrasta vivamente no sólo con nuestros actuales presupuestos culturales, sino también con otros Barrocos. Había que establecer normas muy claras y estrictas para poder alcanzar el ideal de belleza. Así pues, el Barroco francés rechazaba lo superfluo, excesivo, espontáneo, excepcional, y abrazaba la claridad, lo sobrio, verosímil y el valor universal de lo que se producía. En este sentido, los artistas y escritores debían ser muy cuidadosos a la hora de imitar a la naturaleza, porque ésta era la fuente de todas esas virtudes, pero también de la fealdad. El arte con sus reglas superaba a la naturaleza porque ésta era defectuosa. 

El ideal clásico debía tender a la grandiosidad, a lo majestuoso. Pero esa grandiosidad también tenía que ser medida, con reglas, sin caer en el vicio de la exageración. Los defensores del ideal clásico establecieron una estricta jerarquía en relación con los temas y géneros en literatura y arte. La tragedia con sus personajes clásicos era superior, por ejemplo, a la comedia. En pintura los temas mitológicos, históricos y los retratos estarían por encima de otros géneros como los paisajes, las escenas domésticas o las naturalezas muertas. Tenemos que tener en cuenta que esta característica del ideal clásico se vincula claramente con el triunfo de la monarquía absoluta de Luis XIV. Este monarca se convierte en un poderoso factor de influencia e intervención en la cultura y el arte, que debían realizarse para glorificación de su reinado. El rey Sol puso en marcha una corte impresionante de literatos y artistas que, primero en París y luego, especialmente en Versalles, estuvieron dedicados a cumplir con ese objetivo. Por otro lado, es la época de las Academias, organizaciones dedicadas a la enseñanza, cultivo y difusión de las reglas del ideal clásico y que tanto éxito tendrían en toda Europa en el siglo siguiente, como atestiguaría el caso español. La Academia francesa se dedicó a pulir la lengua francesa para hacerla pura. Por su parte, la Academia de pintura y escultura y la posterior de arquitectura fueron encargadas de crear el “buen y gran gusto francés”. Por fin, la creación de la Academia Francesa en Roma permitía que los artistas se formasen directamente en la cuna del clasicismo. Estas Academias terminaron por ejercer un control exhaustivo de la cultura y el arte, al que no se podía sustraer ningún artista o literato que desease prosperar.

El ideal clásico también supuso, por fin, el triunfo de un nuevo tipo de persona, el denominado “hombre honesto”. Se trataría de un hombre que se guiaría en la vida por el cultivo de la razón, del comedimiento y del dominio de las propias pasiones, alejado de prototipos anteriores.

En conclusión, hemos podido apreciar que el Barroco francés se basaba en unos presupuestos que difieren de la imagen estereotipada que tenemos de la cultura y el arte en el siglo XVII.

El Barroco francés, el triunfo del clasicismo