miércoles. 24.04.2024

El tiempo pasa y lo arrasa todo, aunque no sea el tic-tac del reloj quien acaba con esos sitios de encuentro, charla y bebercio

La desaparición de lugares emblemáticos es una casi constante de la vida. Por estos días se ha hablado mucho del cierre del café “Comercial”, la cafetería más antigua de Madrid que data de 1887. Pero no ha sido el primero y, por desgracia, no será el último.

Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar.

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Portada del disco "Al calor del amor en un bar" de Gabinete Caligari

En mi memoria anidan recuerdos de algunos de esos sitios que dejaron indeleble huella en el corazón. Algunos cerraron y otros cambiaron, perdiendo ese hálito que les imprimía un sello distintivo.

Empezando por el “Goype”, ese bar, de los de antes, que se inauguró, a bombo y platillo de los de entonces, el día en que cumplí los once años y estuvo con nosotros hasta que la enfermedad de mi padre nos obligó a traspasarlo. Estaba situado al lado de la iglesia de la Beata Ma. Ana de Jesús, en él te podías encontrar tanto los trabajadores del matadero de Madrid, como a los del mercado de abastos de Legazpi o a los mecánicos de los talleres de autobuses Juliá. También era sitio de parroquianos, restaurante de menú casero a mediodía, encuentro para las partidas de mus, dominó o dados en la tarde y lugar para el penúltimo trago por la noche. Sus especialidades: los boquerones en vinagre, los callos a la madrileña y la tortilla de patatas.

Su ubicación al lado de una iglesia que sirvió de escenario para más de una película española de los setenta y primeros ochenta hizo que por su barra pasaran José Orjas, Aurora Redondo, “Saza” y otro montón de grandes secundarios de la filmografía de la época.

Ahí se podían juntar con aquellos desheredados que visitaban la sacristía para que el párroco don Eusebio, un cura cristiano de los de verdad, les diera un “vale” canjeable en el “Goype” por un bocadillo y un café. La mayoría pedían a don Ignacio, el dueño del bar, a sabiendas de la negativa respuesta, que se lo cambiara por un vaso de vino. Fallecieron don Eusebio y don Ignacio y los vales se quedaron sin cobrar. Así los dos hicieron su buena obra, uno con la intención y otro con la dación.

Mozo, ponga un trozo
De bayonesa y un café
Que a la señorita la invita monsieur.

Otro de los baretos eran las antiguas bodegas “el Maño”, en la calle de la Palma esquina con la del Acuerdo, del barrio de Malasaña. Ahí, hace años, otro Eusebio, trabajador en la madrugada del mercado de pescado en la puerta de Toledo, amable, serio y servicial, despachaba a espuertas botellines de Mahou junto con aperitivos variados de los de entonces: cortezas, aceitunas, almendras, panchitos, alguna que otra banderilla picante y las maravillosas berenjenas de Almagro. Su especialidad: las gambas y los boquerones que Eusebio se encargaba de traer desde aquel mercado que hacía de Madrid el primer puerto de mar del país.

Pollo, otro bollo
No me tenga que levantar
No hay como el calor del amor en un bar.

Un recuerdo especial para el “Bur-bur”, otro clásico de barrio. En Vallekas este lugar era punto de encuentro obligado para las cañas y las raciones. Olor a fritanga y a parrilla rociada de aceite y limón. La cercanía y la hospitalidad de los camareros eran su seña de identidad, además de sus especialidades. Sobre todo, los mejillones a la plancha. Ya no hay lugar donde los sirvan como allí.

Jefe, no se queje
Y sirva otra copita más
No hay como el calor del amor en un bar.

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Foto del bar "Noviciado", tomada de www.somosmalasana.com

Ahora me entero del cierre de otro bar emblemático, el “Noviciado”. Conocía a su dueño, un enorme tipo, por tamaño y corazón, de la pandilla del tío de mi hija. Ahí se podían juntar decenas de personas los fines de semana a la hora del vermú, más bien a las horas, porque los encuentros se alargaban hasta más allá de las cuatro de la tarde. Si entresemana querías almorzar barato, el bar de Luis Ángel era el sitio. Platos combinados, con sus huevos fritos, sus patatas y su cinta de lomo, o beicon o chorizo, que podías acompañar con pimientos y ensalada. Todo ello servido en un abrir y cerrar de ojos con toda su grasa. Una delicia para la vista y para el gusto. Para el estómago, sal de frutas si llegaba el caso.

Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar.

A todos estos bares, de los que solíamos llamar cutres pero que tenían el encanto especial de sus gentes, les ha ido llegando su hora, para transformarse o para desaparecer.

Los motivos han podido ser distintos, desde la especulación inmobiliaria a la invasión de cadenas multinacionales de hostelería, pasando por la competencia de otros tipos de bares más modernos. Tal vez con nueva imagen y buen diseño, mejoras que algunos te cobran “clavándote” un cuchillo en el bolsillo.

Nuestros descuidados bares han pasado a mejor vida, pero siempre conservaremos su alma, sus olores, la amistad de sus dueños y camareros y el recuerdo entrañable de haberlos disfrutado. Eran los bares de nuestros barrios, de los sitios donde  nos hemos criado, donde crecimos y, de cuando en vez, nos emborrachamos. Siempre sabíamos que nos ayudarían en el camino de vuelta a casa.

A ellos se ha unido el café "Comercial", un lugar más “señorial”, más de tertulia que de algarabía. En sus mesas mantuve una entrañable entrevista con José María Izquierdo. Era uno de los sitios de encuentro del centro de Madrid, donde quedábamos para charlar, pasar la tarde o encontrarnos antes o después de ir a ver alguna película de estreno.

Hemos ido diciendo adiós a las tiendas de barrio (charcuterías, variantes, fruterías,…). Fueron cerrando también las librerías, los cines,…

Ahora nos vamos quedando sin los bares. ¡Qué lugares!

Las estrofas en cursiva que acompañan el texto pertenecen a la canción “Al calor del amor en un bar” de Gabinete Caligari

Bares, ¡qué lugares!