jueves. 18.04.2024

Unos días antes de que el estado de alarma se decretara en España, y que el país entero entrara en una cuarentena obligatoria, Alberto Díaz presentaba en Barcelona su segunda novela: La cólera (Ediciones Oblicuas), exponiendo a su manera lo que podría ser el fin del mundo.

Durante la presentación, entre bromas y anécdotas, el escritor Federico Navarro la describió como una obra “dura”, salida de las entrañas de un escritor al que le gusta abordar situaciones críticas y jugar con un lenguaje desazonador. Lo que le faltó decir era que también podría considerarse una novela premonitoria, pero esto, evidentemente, sólo se nos ocurre ahora, es decir, después de que Barcelona haya vivido su propio apocalipsis.

Para recrear ese mundo que acaba, Alberto Díaz podría haber acudido a la cólera de los CDRs saltándose las reglas y destrozando negocios, podría haberse inspirado en la incompetencia de un Quim Torra dispuesto a destruir la convivencia, o incluso a la tendencia de grupos de jóvenes en ocupar las viviendas de quienes han trabajado toda su vida para comprarla, pero como es un rockero de pura cepa, un hombre que lleva años describiendo las producciones musicales y los conciertos más vibrantes del panorama nacional e internacional, optó naturalmente por algo levemente más eléctrico (y sanguinario).

En “La cólera” de Alberto Díaz, todo ocurre de manera inadvertida, así como también ha sucedido con el Coronavirus. Nadie se imagina que el suicidio de un hombre en el metro, en plena mañana, augura una cadena sinfín de hechos que terminará definitivamente con la tranquilidad de los ciudadanos y los llevará a encerrarse en sus casas, almacenar comida enloquecidamente y rezar en sus sofás para que el Armagedón no se los trague.

Aquí el fin del mundo se presenta como una crisis de nervios repentina, una implosión súbita del comportamiento –que deriva rápidamente en un cuadro horripilante que recuerda las peores escenas de películas de zombis y otras creaciones de horror–, y se extiende por todas partes, lo invade todo, empezando por el lugar en el que trabaja Vítor Antona, el gran protagonista de una historia con un principio claro y un fin improbable.

En este contexto tétrico en el que las cifras de fallecidos retumban a diario con el mismo ruido que el de los contagios de Covid-19 en los medios de comunicación, Víctor Antona se agarra al amor que siente por Eva (su compañera de trabajo y su pareja). Con ella vive los momentos más duros que pueda vivir un ser humano, espantando algunos de los fantasmas que alimentan a la gran cólera de este siglo: la soledad, la incomprensión y el egoísmo.

La Barcelona apocalíptica de Alberto Díaz