Aparición del número 20 de Pasos a la izquierda

Portland protests night 59. Mark Graves

Carta de los editores de Pasos a la Izquierda

Por JAVIER ARISTU y JAVIER TÉBAR

Cuando se puso en marcha este proyecto de revista de debate político y cultural desde y para las izquierdas en un sentido amplio, corrían tiempos del arriba-y-abajo, del fin del llamado Régimen del 78, de procesos de intensa y conflictiva movilización política por la independencia en Cataluña orientados a una ruptura con el Estado. Procesos de secesión que se traducían a nivel europeo en el Brexit y que en este caso terminaron confirmándose. Todo esto se producía en el contexto generado por un crac como el de la crisis económica y financiera de 2008 y el daño social que ha provocado. Eran tiempos donde Europa seguía debatiéndose en un mar de confusiones de proyecto y sujeta a los corsés de las rigideces presupuestarias; tiempos en que los Estados Unidos estaban gobernados todavía por un Obama ya no reformador sino simplemente continuista de políticas financieras clásicas.

Cinco años después el mundo es muy diferente de aquel, pero, a su vez, imprevisto respecto de lo que muchos vaticinaron. El ciclo político en que surgió Pasos a la Izquierda, en muchos aspectos, hoy está agotado. Esto no significa que los problemas que entonces se plantearon se hayan resuelto; permanecen, pero de manera muy diferente y, a su vez, han surgido otros de impacto global y que nadie había previsto. Una pandemia de consecuencias históricas todavía sin calcular ha roto cualquier modelo y cualquier expectativa de hace solo seis meses. Una completa definición de los principales problemas a los que hacer frente en la economía, la sociedad y la política no podría dejar de lado la naturaleza de la pandemia global que nos azota, y de qué manera, en la actualidad. 

La pandemia es una metáfora del conjunto de problemas que afectaban a un mundo que llegó a 2020 en un estado cuyo diagnóstico no era nada halagüeño. El proyecto neoliberal compraba tiempo para capear la crisis, pero, en muchos sentidos, las debilidades del proyecto político y económico lo frenaban sin tapujos. Estúpido: son las desigualdades de diferente tipo (material y de clase, de género, de raza, de edad), es la crisis medioambiental son las expresiones que, desde nuestro punto de vista, resumirían mejor el conjunto de problemas a los que la sociedad y el mundo global se enfrentan. En definitiva y como se ha reiterado en numerosas ocasiones estamos asistiendo a una crisis civilizatoria y de valores propios que nos conectaban, ya de manera maltrecha, con el proyecto de la Ilustración: que más allá de la razón y autonomización del individuo, de la posibilidad de progreso y de la Modernidad como una etapa nueva de la Humanidad, se articulaba sobre el tridente de libertad, igualdad y fraternidad.

La pandemia ha sacado a la luz, intensa y descaradamente, la particular crisis del modelo de globalización que el neoliberalismo había venido dirigiendo y gestionando hasta ahora. Las manifestaciones populistas y nacionalistas, multiplicadas por todo el orbe en formas y pieles diversas, eran ya hace años síntoma claro de una deriva que no hacía sino aumentar precisamente las tendencias disgregadoras. La pandemia no ha hecho sino consolidar con precisión hacia dónde nos dirigíamos. El populismo en sus diferentes facetas en marea alta durante estos últimos años ha encontrado un terreno adecuado para los movimientos que agruparían el fenómeno del post-fascismo como amenaza real para las democracias realmente existentes. La pandemia sanitaria ha sacado a la luz una pandemia social: la democracia liberal, tal y como la hemos venido concibiendo y formando a lo largo de las últimas décadas, está en una crisis indudable pero, al mismo tiempo, es un bastión frente al asalto populista de la sociedad.

No son tiempos para la lírica, seguramente; o, más bien, son tiempos en que vemos cumplirse aquel axioma marxiano de que todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Tiempos de destrucción o tiempos de recomposición? El mundo simbólico y conceptual nacido de las crisis del siglo XX y que con el sistema representativo ha aportado una de las innovaciones políticas más importantes de todos los tiempos, tal como planteó Robert Dahl, está siendo atacado y agredido por renacidas fuerzas provenientes de la irracionalidad y el pensamiento mágico. Si nuestro mundo de ideas partía de los principios de racionalidad y coherencia, instrumentos intelectuales creados para gestionar la propia complejidad del mundo real, hoy son sustituidos por el simplismo o la simplificación. El político moderno, constituido en gestor intelectual de esa complejidad social, es reemplazado por el demagogo y el predicador de discursos vacíos de contenido pero repletos de retórica. Es la corrupción del lenguaje de la política de la que habló tiempo atrás el periodista Mark Thompson (“Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?” , 2017). Tiempos difíciles y de horizonte tormentoso. El 3 de noviembre, con las elecciones norteamericanas, puede darnos una previsión del tiempo por venir.

España no se aparta mucho de esa dinámica descrita anteriormente. No somos el vértice de ninguna excepcionalidad histórica; sufrimos de una u otra forma los mismos fenómenos que los demás países. En Estados Unidos, hoy y seguramente con más gravedad que a finales de la década de los años sesenta del pasado siglo XX, se asiste a un proceso de división social (que es étnica, de género y de culturas) que algunos denominan incluso como “guerra civil sin armas”. En el Reino Unido no se pasa precisamente, tras el Brexit, por la mejor de las situaciones unitarias; al contrario, la sociedad anglosajona ofrece en carne viva sus heridas y sus hendiduras, también de etnia, de clase y de culturas. En España constatamos igualmente el proceso de rupturas, continuidades y prolongaciones históricas, de nuestra historia, que nos forman como sociedad compleja, homologable al resto de las sociedades de nuestro entorno. Ni España es un proyecto acabado o finiquito ni tampoco es un proyecto eterno. Seguimos pensando en una España necesaria capaz de integrar todas sus diversidades y toda su dinámica compuesta.

Algo, sin embargo, novedoso está aportando esta crisis que viene arrastrándose desde 2008 o desde 2014, según como queramos secuenciarla. Ese algo es la incapacidad o insolvencia de una parte de la política española para resolver ciertos problemas que solo desde la política tendrán solución. No queremos usar el concepto discutible y carente de valor de «clase política», pero es algo indudable que los gestores políticos, más que intervenir para resolver problemas, por lo general y salvando las excepciones positivas, están actuando para empeorarlos. El papel que hasta el pasado debate de la moción de censura de Vox ha venido jugando la histórica derecha española, el PP, la que ha gobernado buena parte de nuestra etapa democrática, es incomprensible y descorazonador: parecía una imposibilidad manifiesta que Casado y su equipo fueran capaces de comprender el momento, la etapa que se viene prefigurando por la crisis de la Covid-19. Podemos decir que esta derecha hoy en la oposición tiene mucho presente pero poco futuro. Intuimos que los vientos rachean hacia direcciones distintas a las que hasta ahora creía el actual equipo popular. El discurso de Casado -todo el mundo coincide- en ese debate parlamentario abre, quizás, una vía para recomponer el papel y la estrategia del PP en nuestro país; papel que no debería ser sino el de una «derecha civilizada», algo extraño en la historia de España.

Todo lo contrario ha ocurrido con los agentes sociales, sean sindicalistas o patronos empresariales, que a lo largo de la pandemia han mostrado niveles de colaboración, acuerdo y resolución que han ayudado a que la crisis no fuera mucho peor de lo que ya es de por sí. Este dato positivo muestra que sí hay resortes útiles en nuestra sociedad. Todo aquel que tiene sus pies asentados en la sociedad, en la vida real, con sus visiones, valores e ideologías distintas y enfrentadas al contrario, es capaz de encontrar la salida ante la dificultad. Es indudable que el dicho «con las cosas de comer no se juega» lo tienen perfectamente metabolizado tanto el sindicalista como el empresario productivo.

Y cerramos este acercamiento a la crisis con una pregunta que no es inocente: ¿Qué habría ocurrido en esta pandemia si España no hubiera sido parte de la Unión Europea? ¿Nos imaginamos cómo hubiéramos resuelto el problema generado por una combinación de crisis económica, crisis sanitaria y crisis social sin precedente en los últimos cien años? ¿Podemos atisbar qué hubiera pasado sin el apoyo de una Unión a cuyo frente están personas como Angela Merkel o Ursula von der Leyen, por poner dos ejemplos y no precisamente de varones? Hace cuatro años, en plena crisis institucional europea, el politólogo Ivan Krastev se hacía esta reflexión: «La UE no sobrevivirá porque haya afianzado su legitimidad, sino que, al demostrar su capacidad de supervivencia, afianzará su legitimidad en el futuro» (“Europa después de Europa”, 2019). Pues bien, así ha sido: la Unión se ha salvado a sí misma y ha salvado a sus miembros más afectados y golpeados por la crisis pandémica. Europa ha salido adelante por el momento, confiemos que sin vuelta atrás, porque es un proyecto construido por los propios participantes. Europa se ha salvado porque buena parte de los países y estados, al margen de sus más profundas diferencias, han comprendido que son/somos ya un proyecto inseparable. No se puede seguir jugando ya con la metafísica del papel de la nación frente a una Europa ajena a nosotros mismos. La Covid-19 también ha hecho saltar una frontera epistemológica: no es posible sanar a la nación de su epidemia sin que sanemos a la vez la pandemia europea.

Y buena parte de este proyecto que supera dos décadas de conflictividad nacional/europea se hace mediante un programa de reconstrucción económica que nadie duda en calificar de histórico, tanto por las cantidades de recursos económicos que se manejan como por lo que supone de giro estratégico y federal a la manera de acometer las crisis. Queda ahora definir y concretar ese programa, –en España es fundamental precisarlo y acometerlo con ideas claras e innovadoras y con gestión eficaz– así como el diferente rol global que sin duda deberá jugar Europa (sin Reino Unido) en el futuro del mundo.

Con este número 20 clausuramos también un ciclo de la historia de Pasos a la Izquierda. Del trabajo de coordinación se encargaron desde el principio Paco Rodríguez de Lecea, Javier Tébar y Javier Aristu; Alejandro del Pino ha sido el editor gráfico y de la web, llevando a cabo un magnífico trabajo, y Enric Berenguer se incorporó para realizar la tarea de selección de imágenes que ha ayudado a situar la fotografía como documento de valor en sí mismo y no como mera ilustración. Paco creyó oportuno el año pasado pasar a una segunda fila aunque nos ha ofrecido traducciones impecables de autores ingleses e italianos en los números de este año. Los actuales editores que firmamos esta carta nos comprometimos a continuar un año más. Ahora dejamos este papel, pero no otros, porque si la energía ni se crea ni se destruye sino que se transforma ha llegado el momento de ese transformación en forma de relevo. Nos gustaría que otras personas, a ser posible más jóvenes y con más energías intelectuales, tomasen el testigo y continuasen, mutatis mutandis, desarrollando este proyecto de debate político y cultural. La etapa que se abre a partir de 2021 viene cargada de nubarrones pero también de luces y esperanzas. Nos gustaría que ahí estuviera Pasos, pero eso ya no depende de nosotros. De cualquier manera, ha sido un placer y un lujo editar cada número y poder haber estado con nuestros lectores a lo largo de estos cinco años. Vale.

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