jueves. 25.04.2024

Cada cierto tiempo el mundo fracasa y se desordena. En esos años, el caos y la furia reinan bajo los cielos, pero pocas veces la revolución o un final de etapa del modelo socioeconómico hegemónico hacen acto de presencia. En 1968, el mundo tropezó y dio muestras palpables de agotamiento, sin que la creatividad o la imaginación de las fuerzas que lo impugnaban acertaran a ofrecer una alternativa viable. 

Bruno Estrada escribe en su más reciente libro, “1968. El año de las revoluciones rotas” (Catarata, 2022), un vívido relato que se aposenta en la fructífera tierra de nadie de los textos que no son un ensayo ni una novela. Un artilugio literario que narra historias de hipotéticos actores en los grandes lances históricos que se evocan y que participan en ellos desde los márgenes y las alcantarillas del poder. Una invitación a revisitar lo que pasó aquel año y observar el continuo tejer y destejer que sucede en los múltiples escenarios en los que se desarrolla una acción que no cuenta con ningún guion ni avanza hacia un final preestablecido. 

A mi parecer, 1968 no fue un fracaso ni una revolución, aunque contenía gotas de ambos fenómenos. Fue algo más y mucho menos: la manifestación de malestares con un mundo que no podía sostenerse por mucho más tiempo, porque generaba más desazón, riesgos e indiferencia que seguridad, certezas o herramientas para avanzar en la liberación individual y de grandes colectivos que exigían más y nuevos derechos.

A mi parecer, 1968 no fue un fracaso ni una revolución, aunque contenía gotas de ambos fenómenos

Las últimas revoluciones sucedieron hace décadas, pero el último gran fracaso del mundo es muy reciente, sucedió en la crisis financiera global de 2008 (iniciada el año anterior en la economía estadounidense), cuando el pensamiento y las políticas económicas neoliberales desvelaron toda su irresponsabilidad e ineficacia, ocasionando múltiples heridas por todas partes y en todos los ámbitos de la vida económica, social y política. En sentido contrario, la multidimensional crisis pandémica de 2020, pese a los desastres que provocó, no concluyó en fracaso. Y se pudo superar con gran rapidez y eficacia, gracias a un cambio sustancial que arrumbó las políticas neoliberales aplicadas entre 2010 y 2014 y las sustituyó por una nueva caja de herramientas de política económica con la que los estados y las instituciones públicas tomaron las riendas y la responsabilidad de aminorar los costes y negativos impactos de la recesión más aguda desde la II Guerra Mundial e impidieron que se tradujera en graves pérdidas de tejido empresarial, bienes públicos, empleos o rentas de la mayoría social. 

Ahora, en la nueva crisis global desatada por la guerra de agresión contra Ucrania emprendida hace 8 meses por el régimen de Putin, el mundo y, especialmente, Europa sufren una tragedia humanitaria, un desastre económico y una gran conmoción geopolítica y cultural, pero no podemos saber todavía si desembocará en un nuevo fracaso histórico que añadirá más desorden a un mundo desordenado o supondrá el final de una criminal pesadilla que vuelva a situar a la Unión Europea en el camino de intentar superar sus debilidades e incoherencias institucionales y construir un nuevo orden mundial sustentado en reglas e instituciones multilaterales que lo hagan más inclusivo, democrático y comprometido con la transición ecológica y la lucha contra el cambio climático; tampoco se puede vislumbrar cuándo llegará el final de la confrontación militar que sigue desangrando al pueblo ucraniano o sobre qué bases se construirá una paz que, si se quiere duradera y justa, tendrá que respetar la legalidad internacional y, por consiguiente, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Hay que esperar, ver y exigir que el final de esa guerra se logre lo más pronto posible.

En 1968 se produjo una espectacular concentración de grandes acontecimientos que daban cuenta de los síntomas de agotamiento del mundo surgido de la II Guerra Mundial

Los sucesos de 1968 ya no forman parte del equipaje vital o emocional de la mayoría de los posibles lectores o lectoras de este libro; lo que permite leer los hechos que se narran y reflexionar sobre ellos con el desprendimiento que proporciona la distancia. 

En 1968 se produjo una espectacular concentración de grandes acontecimientos que daban cuenta de los síntomas de agotamiento del mundo surgido de la II Guerra Mundial, tras la victoria de las fuerzas aliadas sobre el fascismo: un mundo ordenado por una confrontación bipolar que producía más riesgos, horrores y guerras periféricas que seguridad o estabilidad; un sistema monetario internacional creado en Bretton Woods al borde del colapso, como consecuencia de los privilegios que otorgaba al dólar estadounidense y de la pérdida de confianza en su papel como moneda de reserva y referencia; una acumulación de ineficiencias en los modelos de crecimiento económico existentes, tanto en el mundo capitalista desarrollado y el universo soviético como en los modos de integración y desarrollo que se ofrecían a los países del llamado Tercer Mundo que aspiraban a abrirse un hueco entre el ya renqueante bienestar capitalista y los ineficientes sistemas de tipo soviético que habían agotado en gran parte su capacidad de impulsar la modernización industrial en los países en los que se habían implantado; un hastío creciente de las nuevas y educadas generaciones con los valores momificados y la cultura y la moralina unidimensionales y con olor a naftalina de los modelos de sociabilidad y desarrollo personal y social imperantes.

Hechos históricos que se amontonan en el año 1968 y parecían capaces de engendrar una descomunal montaña, pero acabaron pariendo un ratón

Las manifestaciones de aquellos malestares estallaron en 1968 y sus alrededores, dando lugar a una variada muestra de síntomas que señalaban el momento agónico de aquel mundo y el lento y accidentado nacimiento de otro, muy distinto, al que difícilmente, ahora lo sabemos, podría calificarse de peor o mejor. De eso trata el libro de Bruno Estrada, de los grandes hechos históricos que se amontonan en el año 1968 y parecían capaces de engendrar una descomunal montaña, pero acabaron pariendo un ratón y muchas ilusiones sobre la capacidad de transformación de los nuevos artefactos culturales e ideológicos emergentes. 

Una sucesión inusual de espectaculares fuegos artificiales, hazañas reales, estragos, héroes y villanos que han dejado prendidas en nuestras retinas imágenes nítidas, como si los hubiéramos visto y vivido en aquellos momentos con la intensidad que merecían, en lugar de con la distraída atención que nos permitían unos medios de comunicación sometidos a la férrea dictadura franquista y, como era mi caso, una mirada adolescente sobre un mundo ajeno, demasiado ancho y extraño para prestarle atención, o visiones tan cargadas de ideología como de desconocimiento, en el caso de tantos amigos y amigas que en aquel año formaban ya parte o comenzaban a involucrarse en la resistencia democrática contra el franquismo.

Una vez despejadas las ideologías demasiado densas y pesadas que desaparecieron como se pierden las lágrimas en la lluvia, puede darse un nuevo sentido al mundo de 1968

De la ofensiva del Tet en Vietnam al aplastamiento de la Primavera de Praga por los tanques soviéticos; de la criminal y desaforada purga emprendida por Mao en China durante la Revolución Cultural contra todo tipo de disidencia a las actividades criminales y golpistas de la CIA en Perú, México o Panamá para limpiar de demócratas, soberanistas y revolucionarios el patio trasero de EEUU; de la playa escondida debajo de los adoquines del Mayo francés a la victoria electoral del atrabiliario Nixon en las presidenciales estadounidenses.

Una lectura que sirve para volver a interesarse por lo sucedido entonces y revisar las muchas imágenes y los pocos recuerdos conservados o, en mayor medida, recreados en años posteriores. Ahora, una vez despejadas las neblinas que generaban la adolescencia o ideologías demasiado densas y pesadas que desaparecieron como se pierden las lágrimas en la lluvia, puede darse un nuevo sentido al mundo de 1968 y una reflexión menos parcial o intoxicada. 

Feliz lectura y encuentro o encontronazo con el año 1968. Hoy, un mundo diferente, pero igual de convulso, y 54 años nos separan y vinculan con un pasado que se recrea, desde dentro y en directo, en un texto literario brillante y esclarecedor. 

El año 1968 contado desde dentro