jueves. 28.03.2024
capitan-lagarta

Si tiene usted una idea interesante no se la cuente a nadie, madúrela en profunda soledad. No se deje asesorar por ningún chiringuito de la Administración Pública de esos que pretenden ayudar a los emprendedores recomendándoles pedir un crédito; haga caso al capitán. Ni se le ocurra lo de compartirla en  internet, se la copiarán. Guarde absoluto silencio o toda su ilusión se irá al traste. Existe la creencia popular de que los proyectos se gafan al contarlos, pero no hay magia en verdad tan cierta pues son las personas y no el destino quienes, con buena intención, liquidan la creatividad, matan la iniciativa y asesinan los proyectos de los demás. Si usted suelta por ahí que quiere montar una empresa le dirán por su bien y para que desista que está usted loco. Diga que quiere volver a estudiar y escuchará, por su bien, eso de “¿a tu edad?”. Pruebe a decir que va a practicar deporte y le contarán, por su bien, lo del vecino que empezó a hacer footing y le dio una alferecía. Buen estribillo aquel de Paco Ibáñez: “a la gente no gusta que uno tenga su propia fe”. Iban dos ranas paseando por la hierba y hablando de sus cosas cuando, descuidadas, cayeron en una olla llena de leche. El capitán es consciente de que debería buscar una explicación al hecho de que hubiera una olla de leche sobre la hierba pero los argumentos serían tan rocambolescos que, en vez de sumar, restarían credibilidad al relato. Sabe también que permitir que dos ranas hablen constituye grave transgresión de la naturaleza pero ruega benevolencia al lector asegurándole que el subterfugio es absolutamente necesario para conducir la historia hasta el final. Pues bien, las dos ranas comprobaron de inmediato la calamidad de que ni daban pie, ni podían alcanzar el borde. Otras ranas que se hallaban en la zona acudieron al oír el griterío -esto se antoja un poco más creíble pues posee la estilística propia de un atestado de la Guardia Civil- y situadas al borde del recipiente, observando como las dos pobres desgraciadas querían infructuosamente salir, les decían, por su bien, cosas como: “no os esforcéis, es inútil que intentéis salir, es imposible, en el fondo de la olla hay otras dos ranas que cayeron ayer”. Una de las ranas poco a poco fue rindiendo y murió, pero la otra no dejó ni un instante de agitar sus palmeadas patas traseras de modo que, tras una hora de batalla, consiguió batir la leche y hacer una espesa nata sobre la que se aupó y pudo al fin salir. La moraleja del cuento podría ser que la perseverancia lleva al éxito: “los que fracasan son muy pocos pues la mayoría está formada por los que renuncian” que diría el viejo Ford. Pero esa no es la clave, lo realmente memorable, la moraleja máxima es que la rana que consiguió salir era sorda. Pensaba que las otras ranas, desde el borde, la estaban animando. Si tiene usted una idea déle forma de proyecto, marque metas parciales, tape los oídos, cierre la boca y tenga solo ojos para la meta final. Y si le preguntan qué está haciendo, despísteles como hace el zorro al borrar sus huellas con la cola, respóndales, por ejemplo, que está leyendo un libro; solo si le toman por loco le dejarán en paz. No lo olvide: hay amores que matan. 

Amores que matan