sábado. 20.04.2024
LIBROS | PEDRO L. ANGOSTO

Alfredo Calderón y el nacimiento de la España vital (Artículos, 1890-1907)

Ensayo sobre la persecución de las libertades en España durante los últimos siglos y una selección de artículos de Alfredo Calderón, periodista, introductor de la Teoría de la Evolución en España y fundador de la Institución Libre de Enseñanza.

Preguntado por un periodista sobre cuál era el principal problema de España, el economista y maestro de historiadores Ramón Carande respondió con un escueto: “Demasiados retrocesos”. Se refería don Ramón a lo muchísimo que ha costado en nuestro país cualquier tímido avance, hasta el extremo de que cualquier paso adelante liderado y dirigido por personas preparadas y dispuestas, siempre conllevó un retroceso mucho mayor impuesto con violencia y olvido. Y es el olvido consecuencia de la violencia de los retrocesos que, como si fuésemos un Sísifo colectivo, nos obliga una y otra vez a subir hasta lo alto del monte la piedra que tantas veces habíamos elevado. Los retrocesos de que hablaba don Ramón tuvieron, entre otras muchísimas y desgraciadas consecuencias, la destrucción de la memoria colectiva, somos un pueblo con una memoria fraccionada, perdida, interesada, manipulada y poco coherente. Si durante un corto periodo unos hombres vitales, honrados, generosos se entregaban a la modernización de España, a recuperar el tiempo perdido por tantos años de mal gobierno, ingenua, cándidamente, creyendo que bastaba para ello con la voluntad popular, con las mayorías parlamentarias de que hablaba Manuel Azaña, un golpe de fusil, de mosquetón, de cañón, seguido por una represión brutal dejaba ese pequeño instante histórico en una isla inconexa con otras islas de otros tiempos, de modo que la historia de este país y de las partes que lo conforman ha sido escrita –sobre todo la difundida mayoritariamente- por lo vencedores, y esos han sido siempre los mismos, los retardatarios, los absolutistas, los privilegiados, los reaccionarios de toda laya que encaramados sobre las columnas del poder jamás estuvieron dispuestos a que este país fuese algo diferente a lo que cabía en su cabeza egoísta y su corazón seco.

Y no fue por falta de hombres. Mucho se ha hablado sobre la sequía intelectual del país, de la falta de pensadores, filósofos, hombres de ciencia, críticos, reformadores y revolucionarios. Empero eso es una falacia interesada por quienes han escrito nuestra historia ajenos a la realidad, por quienes quisieron apagar la disidencia mediante la prohibición, la tortura o el disparo, padres del silencio y del olvido. Desde los tiempos más lejanos de nuestra historia, existió un espíritu crítico y reformador, una inquietud intelectual que los poderes de entonces, y por qué no decirlo también los de hoy, se encargaron de exterminar. Desde los hermanos Valdés hasta Manuel Azaña, nuestros mejores hombres fueron quemados en la hoguera de la intransigencia, su memoria borrada, su obra sepultada. Las islas de lucidez se sucedían, pero la impiedad de los poderosos la enterraba con tal insistencia que era muy difícil que la generación siguiente supiese qué había hecho la anterior conformando de ese modo, una mentalidad ignorante, resignada y abúlica que daba por bueno tanto la tradición beata impuesta como el mendrugo de pan duro. Jugó para ello un papel fundamental la Iglesia Católica, en un principio mucho más nefasto que el del ejército, pues primero con la Inquisición, institución que se impuso en todos los reinos proveniente de Aragón tras la unión de los Reyes Católicos, quisieron conformar un pensamiento único imposible que ahogó lo mejor de entre nosotros, y luego, tras su disolución, con las facciones reaccionarias que siguieron batallando en nombre de Dios hasta la última cruzada de 1936 para impedir que el país fuese lo que merecía por méritos y esfuerzos: Un país civilizado y de su tiempo.

España se fue construyendo contra alguien, y ese alguien tuvo rostro de musulmán, de judío o de protestante durante muchos siglos, hasta su expulsión o ejecución. Se trataba de eliminar al contrario, de aniquilar sus raíces y su historia para imponer la verdadera que era la religión cristiana. La mal llamada reconquista, un conjunto de guerras y paces que, dirigida por los reyes de Castilla y Aragón y de común acuerdo, se prolongó durante ocho siglos con idéntico propósito homogeneizador, condicionó nuestro futuro histórico al prolongarse después en las empresas ultramarinas de aragoneses en el Mediterráneo y de castellanos en el Atlántico, Pacífico y Mediterráneo. Poco después de la pérdida de las últimas colonias, que afectó de manera especial a Cataluña, Joaquín Costa enunció el lema que resumiría el programa regeneracionista del que fue máximo representante: “Escuela, despensa y siete llaves al Sepulcro del Ci”. Ya estaba bien de refocilarse en las glorias del pasado, de lamentarse del estado de postración en que había caído la nación española, ahora se trataba de europeizarla mediante la enseñanza, el conocimiento, el espíritu crítico y la investigación. Costa, los hermanos Giner, Leopoldo Alas, Benito Pérez Galdós, Salmerón, Pi y Margall, Estévanez, González-Linares formaron parte de la primera generación de la nueva España vital, a ella pertenecían también Alfredo Calderón –fundador junto a Salmerón y Francisco Giner de los Ríos de la Institución Libre de Enseñanza- y sus hermanos Salvador –uno de los más reputados geólogos y naturalistas europeos de su tiempo- y Laureano, farmacéutico y químico de prestigio internacional.

Alfredo Calderón fue, desde la primera hora, un abierto opositor al régimen de la Restauración, y por ello perseguido sin denudo por el aparato represor de la monarquía restaurada que le negó la cátedra repetidas veces, lo encarceló por delitos de opinión y por haber introducido en España las blasfemas teorías de la evolución y le impidió el desempeño de un trabajo acorde con sus cualidades y preparación hasta el extremo de que en 1907, cuando le sobrevino la muerte, carecía de medio alguno que legar para el sostenimiento de su única hija. En este libro –Alfredo Calderón y el nacimiento de la España vital. Artículos, 1890-1907- se hace un pequeño análisis de esa España castradora, madrastra de sus mejores hijos, que habitó entre nosotros desde que el primer cristianismo se instaló en la Península, para luego continuar con una selección de los mejores artículos que escribió Calderón en el periodo citado. Quizá la cantidad de artículos escogidos no sea suficiente, pero se trataba de rescatar a un excelente representante de aquella generación perdida –otra más- y no de sistematizar su obra, empresa ardua para la que se necesitaría mucho tiempo y una financiación de la que hoy carecemos.

Alfredo Calderón fue un republicano convencido por la razón y el sentido común. El sistema creado por Cánovas del Castillo se basaba en la corrupción y en el mantenimiento, a costa de la salud del país, de los privilegios seculares que lo habían dejado exangüe y exánime. Algunos compañeros de ideología como Castelar o el último Ruiz Zorrilla, decepcionados de todo, se entregaron a la Restauración como último salvavidas, cuando ya se sabía sobradamente que era un régimen al servicio de intereses espurios, alegando para ello la imposibilidad de articular en España un régimen republicano. No así Alfredo Calderón quien desde el primer momento vio que la chapuza canovista era un ardid urdido por el político de Málaga para prolongar la agonía de la nación española para mayor gloria de la plutocracia que vivía a sus expensas. Esa actitud le llevaría a involucrarse de lleno en los proyectos de Nicolás Salmerón y Francisco Giner de los Ríos con la esperanza de poder educar a unas clases dirigentes comprometidas con los intereses del pueblo y con un altísimo concepto de la ética personal y pública. Su proyecto chocaba de lleno con los del régimen y de ahí que durante el periodo que abarca el libro, 1890-1907, el único medio de sustento de Calderón fuese el periodismo. El periodismo era entonces algo muy parecido a lo que es hoy gracias al todo gratis que promueve internet, apenas existían periodistas en nómina y la mayoría cobraban unos cuantos duros por artículo publicado, es decir, que para poder vivir del periodismo había que publicar muchos artículos y en muchos diarios. Calderón publicaba asiduamente en La Justicia –diario madrileño del que fue director y que desapareció a causa de la censura-, El País, que dirigía Roberto Castrovido, El Pueblo –de Blasco Ibañez y Félix de Azzati-, El Mercantil Valenciano, La Publicitat, La Unión Democrática y un sinfín de periódicos provinciales y locales. Su estilo nos puede hoy parecer un poco engolado, lento y perfumado, pero en sus escritos late el pulso del nuevo periodismo español cargado de ironía, fuerza y valentía, el pulso de la España vital que intenta rebelarse contra los atavismos, la superchería, la ignorancia, el abuso, el privilegio y la miseria, el pulso de esa generación que, con mucho esfuerzo, generosidad y peligro, consiguió formar a la buena parte de las personas que trajeron en el albor de la década de los años treinta del siglo XX a la II República.

Además de la fuerza y la viveza de los artículos escritos por Calderón y presentados en este libro que ha editado el Centro de Investigaciones y Estudios Republicanos que dirige Manuel Muela, hay algo que no puede escapar al lector: Su actualidad, hasta el punto que muchos de ellos podrían ser publicados hoy sin que nadie adivinase que hablan de finales del siglo XIX y principios del XX. Desde la paralización y el empobrecimiento general del país debido al tremendo déficit derivado del mal gobierno, al derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad; desde la necesidad de poner en movimiento la riqueza del país acumulada en unas cuantas manos a la urgencia de implantar la jornada laboral de ocho horas, el seguro de enfermedad y las pensiones; desde lo pernicioso de los impuestos indirectos y lo justo de los directos hasta la autonomía de Cataluña, que considera imprescindible para la europeización del Estado en su conjunto; desde la inaplazable implantación de una escuela laica y única, hasta la rémora que supone para el país el poder de la Iglesia, nada escapa al bisturí de Alfredo Calderón, que disecciona la realidad nacional con tal habilidad y capacidad de análisis que hacen de él uno de los mayores periodistas de nuestra última historia, hecho que fue reconocido por sus contemporáneos ya que sus artículos se leían y comentaban en las redacciones, en los clubs republicanos, en los ateneos y en las Casas del Pueblo con avidez, como los más esperados y los más jugosos. Su entierro en Valencia, ciudad en la que pasó sus últimos años, se convirtió en la mayor manifestación que hasta entonces había acogido la ciudad.

Estamos, pues, ante uno de los escritores más influyentes de la España moderna, en un verdadero educador de muchedumbres sobre el que, pese al tiempo en el que escribió, cayó también la losa del olvido que el franquismo dejó caer sobre nuestros mejores hombres, fuesen del tiempo que fuesen. Sirva este libro –ojalá así fuese- para sacar del ostracismo al grande hombre que fue Don Alfredo Calderón.


Pedro L. Angosto (Ed.)

Alfredo Calderón y el nacimiento De la España vital. Artículos, 1890- 1907.

CIERE EDICIONES. MADRID, 2013. Pgs.: 288.

 

Alfredo Calderón y el nacimiento de la España vital (Artículos, 1890-1907)