sábado. 20.04.2024
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Alejandro Gándara. 2014 © Nacho Goberna

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por  Emma Rodríguez | “Nos preguntamos para qué sirve conocer. ¿Y quiénes somos nosotros, los que se preguntan? Nosotros somos los que van a morir. Los que van a morir en un universo que permanecerá cuando nos hayamos ido y que nunca entenderemos del todo. De modo que hay una respuesta: el conocimiento sirve para aprender a morir y el conocimiento sirve para distinguir lo que podemos llegar a saber de aquello que no sabremos nunca. Lo primero nos quita miedo. Lo se gundo ahorra dolor”. Lo escribe Alejandro Gándara. Lo dice el protagonista de “Las puertas de la noche” (Alfaguara), su última novela. Un viaje en busca de respuestas al sentido de la vida. Un trayecto en el que se escuchan las sabias palabras de los filósofos clásicos y del que es imposible salir indemne.

Igual que el protagonista se transforma y crece en el camino, el lector que toma el tren de esta historia nada convencional, mezcla de biografía, de pensamiento, de relato indagador, percibe que ciertos resortes de su conciencia dormida empiezan a desperezarse, que ciertos interrogantes guardados en el pozo profundo comienzan a emerger. Acercarse a esta entrega es como devolver al primer plano los asuntos esenciales y olvidarse de lo banal por un tiempo. Gándara (Santander, 1957) ha llegado hasta aquí después de un largo trecho vital y profesional; recordemos títulos suyos como “La media distancia” o “Últimas noticias de nuestro mundo”. Espoleado por su propia vida, por sus circunstancias, este hombre que compagina actualmente la escritura con su labor docente en la innovadora Escuela Contemporánea de Humanidades (ECH), de la que es fundador y director, ha construido una obra que parte de la experiencia, del estudio, de la observación y de la mirada atrás, a la cultura, al pensamiento, para encontrar sentido al loco presente en el que vivimos.

Mientras iba avanzando en la lectura no podía dejar de pensar que sin haber atravesado edades, miedos, vicisitudes, hubiera sido imposible afrontar de un modo tan valiente una obra sobre lo que nos duele; que hay que sentirse muy seguro como escritor, muy libre, para concebir en esta época de frivolidad, números y mercados, una novela que habla de esos temas incómodos que esta sociedad quiere rehuir: la muerte, la pérdida, el duelo, la ruptura. Y, sin embargo, me atrevo a decir que quien descubra este libro, un libro que a mí me ha devuelto en susurros algunas de las argumentaciones del emperador Adriano de Marguerite Yourcenar, no podrá dejar de agradecerlo, de disfrutarlo como un regalo, de transmitir a otros el placer, la necesidad de su lectura.

- Estamos ante una obra que ayuda a ver el recorrido de la vida de otra manera, con lucidez en toda su dureza, a través de los hallazgos de tantos filósofos que no dejaron de hacerse preguntas, de bucear en su misterio.

- Bueno, eso es lo que pretendía. Podría decir que se trata de una investigación sobre la actitud ante la existencia de un grupo de personajes, una investigación que recurre a todo el pensamiento que necesitamos, a toda la historia de la filosofía que nos ha traído hasta aquí y que nos ayuda a comprender. Yo quería contar historias, pero también quería encontrar la manera de introducir dentro del libro ese pensamiento que es la fuente de nuestra forma de vivir.

- El tiempo es un tema esencial en la novela. La vida es un camino, un viaje. Es crecimiento y aprendizaje. Me imagino que esta novela también es consecuencia de tu tiempo, de tu tiempo privado, íntimo, biográfico. Sin el camino que has recorrido hasta ahora no creo que hubieras podido escribir este libro.

- No. Habría sido imposible. La tradición filosófica antigua, tanto la oriental como la occidental, habla del hombre como alguien que emprende un camino. En esa tradición del camino tal vez el exponente más antiguo, más exótico, sea Confucio, pero están también Sócrates o Parménides. Podemos decir que esta vida es un deseo en tránsito hacia otra cosa y desde ese punto de vista su propia estructura es la de la búsqueda, no en el sentido de la consecución de logros, de las metas, sino realmente en el de la búsqueda propiamente dicha, esa búsqueda que no acaba nunca. Se supone que nuestra felicidad, que nuestro placer, se encuentra precisamente ahí, en ese trayecto que no termina. De hecho los deseos que concluyen, que finalizan, son muy insatisfactorios para todos. Necesitamos deseos que nos puedan construir a lo largo del tiempo y a lo largo de la vida.

- ¿En qué momento, en qué tiempo está ahora mismo Alejandro Gándara, como persona y como escritor? ¿Qué es lo que se plantea ahora que no se planteaba antes?

- Es difícil de determinar, pero sí te puedo decir que yo he ido, de alguna manera, retirándome de los mundos grandes, demasiado exteriores, y recogiéndome en los mundos pequeños, que son básicamente los de los amigos, la familia, la Escuela… No ha sido una retirada, un apartamiento buscado. Simplemente ha sucedido que he acabado encontrando esos espacios donde me siento mejor, donde más disfruto. Si soy sincero también debo decir que esos otros mundos ahora mismo ofrecen pocas satisfacciones, me parecen bastante idiotas. El ámbito cultural es un ámbito de carreras, igual que cualquier otro, y lo cierto es que tampoco se encuentra a la gente más inteligente entre los escritores, o por lo menos yo no la he encontrado. Me di cuenta de que ese territorio al que yo pertenecía tenía que ver con aspectos muy superficiales de la propia vida, y a medida que fui descubriendo otros; en los que no había crecido, de los que conocía muy poco, me fueron interesando más y me fui quedando en ellos. Ahora yo no me veo pensando en una carrera literaria o en cuántos ejemplares puedo vender de mis libros. Todo eso me da igual...

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Alejandro Gándara: “Hoy vivimos en una edad infantil”