viernes. 19.04.2024
matute
La escritora Ana María Matute.

Me dicen que ha muerto Ana María Matute. Nos deja otra de las grandes figuras de la literatura que comenzó a asomar en el horizonte  gris, sombrío, de la postguerra española. Con Carmen Laforet, con Miguel Delibes, con Carmen Martín Gaite o con Ignacio Aldecoa, entre otros --muertos todos ellos--, dibujó, a lo largo de décadas, la geografía sentimental y narrativa de mi generación. Fue parte inseparables del renacimiento de nuestra novela a partir de finales de los años cuarenta. Ella se incorporó  a esa nómina de manera muy temprana, en 1948, con Los Abel, y desde entonces sería para muchos la  gran narradora barcelonesa nacida en 1925, en el corazón de una España que todavía no había alumbrado la Segunda República ni vivido el drama de nuestra Guerra Civil, que acometería la realidad de unos años difíciles a través de la escritura cuando, casi diez años después del final de la Guerra, la sombra de la humillación todavía pesaba en el ambiente. Con Ana María Matute se va todo un tiempo y toda una generación artística especialmente brillante.

La conocí en 2009, con motivo de la entrega de su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Fue la antesala de lo que vendría después: el Premio Cervantes, que le fue concedido en 2010 y en el que se expresaría, por parte del mundo literario español e hispanoamericano, un reconocimiento tardío, que se llevaba esperando, al menos, desde comienzos de los años noventa. La recuerdo en los jardines de la Universidad de Alcalá, hablando pausadamente, contando anécdotas sobre su vida y sobre sus obras, e intentando asimilar un premio que la abrumaba. Y la recuerdo, de manera muy especial, en una mesa redonda acompañada de dos jóvenes narradoras, Juana Salabert y Espido Freire, reflexionando sobre su obra y sobre la literatura y las mujeres en general.

Desde Los Abel (1948) o Fiesta del Noroeste (1952), pasando por Los soldados lloran de noche (1963) o La torre vigía (1971) hasta Olvidado rey Gudú (1996) o la relativamente reciente Paraíso inhabitado (2008), su narrativa ha sido una permanente indagación en la condición humana, en su relación con el medio y en los mundos que se construyen  en la infancia y en la adolescencia desde la doble perspectiva del niño o del joven y del adulto. Su realismo nunca lo fue del todo. Aunque en sus primeras novelas el peso de la historia, sobre todo la que se basa en la traumática y dolorosa experiencia de nuestra Guerra Civil (que Ana María Matute vivió en el umbral de la adolescencia, entre los  once y los catorce años) es fundamental, lo que ha llevado a críticos y académicos a incluirla en la generación de escritores acogidos bajo el marchamo de “niños de la  guerra”, con el paso de los años ha ido incorporando a sus novelas otros temas no menos importantes como la indagación en los conflictos de la relación amorosa, la recuperación de un pasado remoto, arraigado en el tiempo medieval (sobre todo en sus novelas posteriores a La torre vigía) y un mundo urbano condicionado y relacionado con el mundo rural.

Ana María Matute ha sido, también, una escritora preocupada por las limitaciones que el poder impone al desarrollo de los seres humanos y defensora radical de los derechos de la mujer y de la igualdad entre hombres y mujeres, una preocupación que atraviesa toda su obra. Aunque no cabe encuadrar su literatura en el ámbito de la literatura social o del compromiso que tanto frecuentaron sus compañeros de Generación (Luis Martín Santos, Ignacio Aldecoa, el Sánchez Ferlosio de El Jarama, Juan García Hortelano), no es menos cierto que en todas sus novelas es visible una mirada solidaria, compasiva con los desheredados y víctimas de la Historia.

Como escritora con una vocación poliédrica, su obra no se ha ceñido exclusivamente a la novela. Ha publicado 26 libros de narrativa corta, tanto de relatos para adultos como cuentos para niños. En eso muestra un paralelismo notable con una escritora coetánea como Carmen Martín Gaite o con los citados Aldecoa o García Hortelano. Su primer libro de relatos, La pequeña vida, apareció en 1953 y entre sus títulos más significativos cabe destacar El país de la pizarra (1957), El polizón de Ulises (1965), De ninguna parte (1993) y La oveja negra (1994). En La puerta de la luna (2010), publicado este año, se recogen los cuentos completos.

Su técnica narrativa es de una controlada complejidad. Aunque el realismo (que en ocasiones podemos calificar de realismo lírico) es la espina dorsal de toda su obra, nunca ha desdeñado la utilización de planos superpuestos, la introspección, el juego con distintas voces y tiempos narrativos y la búsqueda de espacios en los que fantasía y realidad se mezclan e interrelacionan. Una gran escritora de nuestro tiempo a la que los escritores de las generaciones posteriores, incluso los narradores jóvenes del siglo XXI han considerado siempre plenamente contemporánea y vigente. Y plenamente suya.  Incluso ahora, cuando físicamente ha dejado de acompañarnos.

Adiós a Ana María Matute, una de nuestras imprescindibles