viernes. 19.04.2024
Daniel-Viglietti

Si nada es más cierto que esta vida es un andar hacia la muerte, destino común, no es menos cierto que no deja de afectarnos de manera ingrata cada vez que nos llega la noticia, de que alguien se ha ido, alguien ligado a tu juventud en lo personal, en lo artístico, y en lo que no nos olvidemos sigue importando, el compromiso con el hombre nuevo, como Daniel Viglietti.  

Especialmente cuando eso vuelve a ocurrir allá lejos, en la distancia, y se repite con distinta resonancia, pero igual repercusión interna cuando un amigo, un conocido, un familiar se nos ha ido, aunque si es destino común, ese paso final no sea nada más que un acercamiento al encuentro que tal vez “espiritualmente” teníamos pendiente,  ya que “físicamente” no lo hayamos tenido desde hace un tiempo.

En el caso de DANIEL VIGLIETTI esa especie de ícono de la canción protesta latinoamericana de los años sesenta y setenta, ese uruguayo impaciente, inconforme y rebelde hasta los tuétanos, que se autodefinía como un intelectual que le ponía música a lo que quería decir, la noticia nos golpea por varios frentes. Cuando no se ha mitigado aún el dolor por la muerte de otro amigo como Federico Luppi, a quien escribía en estas mismas páginas, y por el mismo cauce de amigos comunes nos haya llegado  ahora la noticia; “Lo siento, se ha ido Daniel”… Entonces esa pequeña pantalla del teléfono móvil  que ha invadido nuestra intimidad, y con la cuál te has acostumbrado a mantener diálogos en la distancia, y al unísono,  a enviar mensajes solidarios, reivindicativos, de afecto, o hasta dando rienda al humor a veces desopilante como para hacerte reir solo, se convierte en la evocación de un recuerdo, en un nuevo enfoque de lo que venimos hablando más arriba. Un definitivo pensamiento justificarte para uno mismo de los motivos por los cuáles no pude encontrarme  o comunicarme con Viglietti, cuando visité Montevideo la última vez, en marzo de este año. Al preguntar por él a amigos uruguayos, me dijeron que no sabían si estaba en Montevideo, y por el poco tiempo disponible que suele dificultar más las cosas a quien quieres ver, no insistí en el tema… Y mi interés en este caso no sólo iba tan sólo por el recuerdo de un admirado Daniel Viglietti, intérprete y compositor de canciones que se nos han quedado en la memoria. 

Tal vez todo sea cuestión de edad, pero esto cada vez ocurre con más frecuencia, tratándose de amigos de la misma generación que deciden irse, especialmente cuando uno, en este caso yo,  sea el menor por pocos años de esos amigos famosos, que nos sacuda toda la historia.. Conocí a Daniel en casa de dos amigos íntimos uruguayos, en Londres, como confesaba también en estas mismas páginas a otro uruguayo como Eduardo Galeano. Pablo y Cristina, que hace años han partido por caminos distintos en este andar por la vida, alojaban a Daniel cuando iba Londres, incluso a dar conciertos. Es que mi  amigo Pablo, que hace poco en Madrid,  tuvo él mismo una incidencia que afortunadamente puede contar, era compañero anterior de Daniel en la locución de Radio SODRE, de Montevideo. El trío de mosqueteros del éter con ideales comunes, tres uruguayos que venían de disciplinas  distintas, pero confluían en un interés común por la música, se completaba en esa radio pública uruguaya con otro oriental que se marchó primero, cuando también él había alcanzado la notoriedad, Alfredo Zitarroza. Y para terminar este ciclo de conexiones entre jóvenes conectados por la amistad y los mismos ideales, aparecí yo mismo como un Dartagnan argentino, para integrar un cuarteto, ya que con Pablo Cardoso trabajábamos juntos en una BBC de Londres, a la que aunque yo era más más joven por poco, había ingresado antes, en junio de 1966.

Así conocí y empecé a escuchar a Daniel Viglietti no sólo cantar, sino tocar la guitarra maravillosamente bien, en directo en Londres. Porque Daniel, hijo de la reconocida pianista uruguaya Lyda Indart, y del guitarrista César Viglietti, se crió con la música,  y con su instrumento  la guitarra estudió antes que nada  música clásica con dos prestigiosos maestros uruguayos. Unido esto a su pasión por la poesía comenzó uniendo amores con la  adaptación musical de diversos poemas españoles y latinoamericanos.  Si entre los españoles desde los albores de su obra de composición eligió versos de García Lorca  y Alberdi, queda claro desde los comienzos por donde iban sus inclinaciones más allá de la propia lírica,  que quedan confirmadas entre los latinoamericanos favorecidos con su elección, como el cubano Nicolás Guillén y el  peruano Cesar Vallejo. Pero a partir de la propia inspiración adentrándose en la tradición anónima  precolombina,  su fue querenciando con los autores e intérpretes  del folclore, que siendo Uruguay país tan cercano a Argentina,  pasaron irremediablemente por la obra de Atahualpa Yupanqui, o el cantar de Los fronterizas,  para identificarse con su propio estilo en el folclore no sólo de Uruguay y Argentina.  Abrió fronteras en la patria grande del sur y se adentró en la música y poesía de la chilena Violeta Parra.  No hay duda que esta generosidad en la búsqueda de la fuente con cauces abiertos a los caudales que vinieran ya de la costa pacífica o de la costa atlántica de nuestra América,  le abrió la  puerta para cantar con voz propia.   Lo que alguna vez calificó  en su modestia como la mera aportación de un pobre letrista,  frente a las palabras de los poetas, terminó abriéndole también el corazón de un publico de costa a costa,  de norte a sur, y que se llegó a extender más allá hasta países europeos, por supuesto como España, pero también como Francia, Portugal y hasta en Italia.   

DANIEL

Y esa generosidad  en la elección del repertorio, de pronto se vio correspondida, especialmente en la  época en que estuvo preso del régimen que por primera vez mostraba sus garras en esa Uruguay que hasta entonces había sido conocida como la Suiza de América, y a la vez que personalidades de todo el mundo, como Jean Paul Sartre, Francois Miterrand y  Julio Cortázar, y de cantidad de artistas mundialmente reconocidos de su pequeño gran país,  como Onetti, Benedetti y Galeano, clamaban por su libertad,  le cantaban sus composiciones, desde  Violeta Parra a Joan Manuel Serrat, con quien llegó  a tener una fraternal amistad, de Mercedes Sosa a Soledad Bravo, Silvio Rodríguez a la casi eterna  Chavela Vargas y un Victor Jara que iba a caer inmolado  por la dictadura chilena, entonaban esas modestas letras, poniendo en sus canciones  todos los acentos de nuestra América.  A  desalambrar, que con su permiso usé más de una vez en mis referencias, fue ciertamente un  himno de los 60 y los  70  más eficaz en su mensaje universal, que cualquier posible integración   como  guerrillero urbano Tupamaro,  por lo que supuestamente fue  apresado.

 Y  no hace falta mucho esfuerzo de imaginación para saber que sigue teniendo su vigencia, si te descuidas aún más hoy, en aquello de que “si   Molesto con mi canto,   a alguno que ande por ahi,  seguro que es un gringo  o un dueño del Uruguay” redobla su vigencia  con los millonarios,  dueños de sus países e instrumentos de las todopoderosas multinacionales,  que han llegado al poder ya no sólo en EEUU, con la implantación de Trump, sino también en Brasil y Argentina, con una tendencia equivocada de creer que si los políticos tradicionales han defraudado, son los millonarios los que salvarán al mundo.  Esta fenómeno se ha visto  tambien en países europeos, interpretando la democracia,   como una forma de otorgar el poder político a  la meritocracia del poder financiero, es decir del dinero.

Después de salir en libertad se exilió en Francia más de diez años, lugar  repetido en sus viajes porque desde principios de 1960 alli residía su madre, y durante ese tiempo compuso o escribió a dúo con Eduardo Galeano. De esa experiencia que no era nueva para él comenzó una nueva en México que lo llevó por el mundo con un concierto recital a Dos Voces, con Mario Benedetti, trabajo que pudo grabar posteriormente en Uruguay. Lo de sus grabaciones  también tiene una historia personal de lucha por recuperar los derechos de sus discos originalmente grabados para el sello Orfeo, que fue comprado por multinacionales que prácticamente  hicieron desaparecer sus discos del mercado no permitiéndole grabar tampoco.  Esa lucha individual por sus derechos la ganó finalmente en 1999.

Creo que sus amores principales fueron  el amor por su madre, y la música que le llevó a luchar por la libertad de los pueblos, siendo así su principal medio de comunicación pero también de disfrute individual porque asistía a cuanto concierto podía dentro de lo atareado de su vida. Puedo ilustrar esto con dos anécdotas personales.  En el 2007 mi madre cumplió 95 años en Buenos Aires y yo estando en Madrid no pude ir a visitarla por razones profesionales. Se lo mencioné a un gran amigo, el actor argentino Manuel Callau, y él me dio la sorpresa de enviarme una foto de mi madre, que él sacó ese día de su cumpleaños, con un ramo de flores que le había llevado en mi nombre. Emocionado decidí hacer una postal de la foto en homenaje no sólo a mi “vieja” sino también a la amistad y enviársela a mis amigos más cercanos, diseminados por el mundo, entre ellos a Daniel Viglietti. He guardado las respuestas y transcribo la de él enviada a fines de octubre:  “Querido Jorge, comparto tu emoción, que entiendo más que nunca por haber perdido a mi vieja en junio pasado. Dale un abrazo de mi parte a la tuya. Y cuidala siempre. Salú: Daniel”  Mi vieja murió al año siguiente, en 2008, poco después de haber podido celebrar con ella su 96 cumpleaños.

La otra anécdota fue anterior cuando había presentado su recital A dos voces con Mario Benedetti en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.  Fui a verlo con mi hijo mayor músico, contrabajista, y con el guitarrista argentino José Luis Merlín. Al final del concierto fuimos a saludarlo, ya que nos conocíamos bastante,  pero no así José Luis que le dijo que era un honor poder escucharlo en vivo después de haberlo oido tanto en disco. Y Daniel le respondió con gran humildad, que el honor era suyo, porque él habìa asistido a un concierto de guitarra  de Merlín en Paris el año anterior, y había quedado maravillado.

Que lástima, Daniel, que te fuiste antes de poder oir al tercero de mi hijos, que es guitarrista profesional y acaba de terminar un master de interpretación, en jazz, en un reconocido conservatorio de Holanda. Me hubiera gustado mucho. Pero, al menos te prometo que haré lo posible para que lo escuche otro gran maestro uruguayo de la guitarra que ha enseñado a muchos latinoamericanos, pero tambien el Conservatorio de Música de París,  mayor que nosotros dos pero igual de amigo nuestro, tuyo y mío,, como Oscar Cáceres, que vive retirado en un pueblo de la Bretaña francesa.

Para terminar me gustaría terminar con tus palabras al terminar un disco:  “No estoy conforme, pero me siento feliz, con la sencillez de alguien que sale a caminar, un día más, al sol, lleno de esperanza en el destino del hombre, el hombre nuevo”.

Consecuente con esto saliste a caminar por un sendero nuevo, después de haber participado hace poco en un concierto de homenaje al Che Guevara. Salú, como cuando tomabas mate.

Jorge Bosso. Actor, colaborador de CCOO en temas de Cultura, ex SG de la Unión de Actores y de la Federación de Artistas de España, y vicepresidente de la Federación Internacional de Actores. 

Acerca de Daniel Viglietti