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Curiosamente, en la 72 edición del Zinemaldia se ha dado un tema con cierta recurrencia. Se trata de la eutanasia. En algún caso se aborda la cuestión directamente como hace Pedro Almodóvar en La habitación de al lado. El cineasta que ha recogido uno de los premios Donostia entregados este año coincidiendo con su septuagésimo quinto aniversario, presentaba su primera película rodada en inglés, la cual acaba de recibir el León de Oro en Venecia. ¿Por qué se considera un delito poner término al absurdo sufrimiento de los enfermos terminales o a quienes les asistan al practicar una eutanasia voluntaria y bien acreditada? ¿Cuál es el perjuicio social que causa esa decisión tan terrible y ardua de tomar? El que algún credo religioso lo considere un pecado imperdonable no debería tener ninguna repercusión social y lo suyo sería dejar dirimir a su dios la sentencia que corresponda cuando toque dictarla. Pero, sin embargo, se persigue con saña, como si con ello se pretendiera asumir alguna competencia divina. Un guion inteligente y unas brillantes actuaciones plantean lo difícil que resulta encontrar compañía para ese último viaje, al dejarnos llevar por los prejuicios de unas convenciones muy arraigadas y por el temor de tener problemas con la justicia en muchos lugares del planeta, donde hay que recurrir a oscuros circuitos comerciales para hacerse con el utillaje necesario.
Un guion inteligente y unas brillantes actuaciones plantean lo difícil que resulta encontrar compañía para ese último viaje
Costa-Gavras, quien a sus vigorosos noventaiún años continúa dirigiendo películas con guion y montaje propios, presentaba otra cinta con el mismo tema en El último suspiro. Aquí se nos recuerda que la medicina tiene una triple vertiente, aunque predomina la curativa por ser aquella que genera más dividendos mediante las pruebas diagnósticas y los fármacos. Tendemos a olvidarnos de la vertiente preventiva, cuando la profilaxis podría evitar muchas enfermedades con otros hábitos menos nocivos para nuestra salud. Pero también existe la vertiente paliativa, que quizá cobre mayor entidad con el progresivo envejecimiento de la población. Un escritor que ha reflexionado mucho sobre la muerte, como el personaje que coprotagoniza The next room door por cierto, se interesa de repente por los cuidados paliativos y es iniciado en su práctica por un médico dedicado a ellos. Una vez más este cineasta hace diana en una problemática social, como en tantas otras cintas memorables que van desde Z a esta por ahora su última entrega. Afortunadamente se trata de un oficio en el que no hay una edad predeterminadamente para la jubilación, como podemos apreciar a poco que meditemos al respecto y demuestran tantos veteranos en activo.
La película Los destellos también versa sobre lo importante que resulta verse acompañado en esa última etapa de la vida por quienes te han importado, aunque lo haga de muy otro modo y con su propio ritmo. A su actriz protagonista se le ha galardonado con toda justicia por interpretar un papel donde los diálogos quedan complementados con una elocuente gestualidad. Desde otro punto de vista, la película danesa Mi eterno verano. En ella se narra cómo una joven adolescente que rezuma vitalidad asume la muerte agónica de su madre y se hace sin concesiones a la galería, mostrando las contradicciones que puede acarrear una situación límite como esa.
No se trata de ganar a la muerte al ajedrez, como sugería Bergman en ‘El último sello’, sino de no dejarse avasallar por ella
En la propia clausura del festival donostiarra se proyectó Vivir el momento, una suerte de Love story tan divertida como sugestiva, donde los espectadores deben ir ordenando una historia cuya cronología va dando saltos en el tiempo. Si en la cinta de 1970 el cáncer cerraba un melodrama que ha envejecido muy mal, ahora es la espoleta que dinamiza un ingenioso guion lleno de humor muy bien dirigido e interpretado maravillosamente por sus dos protagonistas. La muerte sirve para recordarnos cuánto cuenta disfrutar de cada instante y no renunciar a los proyectos vitales por conocer nuestra fecha de caducidad. No se trata de ganar a la muerte al ajedrez, como sugería Bergman en El último sello, sino de no dejarse avasallar por ella y utilizar su amenazante sombra para decidir aferrarnos a la vida con mayor fuerza mientras nos quede algún aliento.
A esta nómina puede añadirse la película que cosechó el premio del público y que se titula Por todo lo alto. De nuevo las adversidades pueden tener sus compensaciones, aun cuando el desenlace sea inevitable. Siempre podemos afrontar cualquier trance con muy diferente actitud y eso sí queda siempre a nuestro alcance. François Ozon aporta un buen colofón a estas reflexiones cinematográficas con su planteamiento sobre cómo gestionar los duelos por las perdidas en Al caer el otoño. El cine con ideas aporta siempre ideas de cine.