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NUEVATRIBUNA.ES - 11.7.2010

...que enseñan que cumplir deseos es más importante que otros 5 minutos en una cama calentita. Es el pistoletazo de salida de nueve días de fiesta grande, el prólogo a un encuentro por el que pasarán un millón de personas. Es, obviamente, el Tren Negro.

La playa del Arbeyal de Gijón vuelve a alojar el mayor festival de literatura de nuestro país, la Semana Negra, que cumple ya 23 años. Y en el año de la crisis, la organización ha hecho lo que mejor sabe hacer: sorprender a todos y demostrar que cuando se quiere, se puede. Y es que hay que señalar, y no precisamente como un mérito sin importancia, sino justamente al contrario, que los números de este año son mayores que cualquier otra edición. Hay más invitados, más actividades, más librerías presentes... Más cultura y más fiesta que nunca.

Pero estábamos en el Tren Negro y en los reencuentros. Se suceden abrazos, risas, cantos, ojos brillantes al empezar a descubrir en qué consisten estos días de maravillas guardadas entre las cubiertas de libros desconocidos pero largamente ansiados. Empiezan nuevas amistades nacidas de una simple pregunta, un “¿tienes fuego?” que en cualquier otro contexto no serviría más que para un breve cruce de miradas y, quizás, un gesto amable que caería en el olvido pocos segundos después. Sin embargo, parte de la magia que encierran los vagones del Tren Negro es precisamente esa, convertir en importante lo intrascendente, recordarnos que toda relación empieza con charlas y debates, que pedir fuego, o un cigarro, o una botella de agua son nuestros equivalentes a los “¿Puedo jugar?” que con tanta naturalidad forja amistades irrompibles cuando somos pequeños.

El Tren Negro abandona Madrid y se desplaza por raíles durante nueve horas, dando tiempo a que la chispa prenda entre los viajeros. Hay sueño, ganas de juerga y trabajo duro en sus vagones. Hay sonrisas inesperadas, deseos concedidos, sueños que nacen, ideas que empiezan a forjarse y luchan por despuntar entre tanto alarde creativo. Porque si es verdad aquello que decían de que todo se pega menos la hermosura, el talento inunda los vagones y salta de asiento en asiento, despertando chispas de genialidad que, con suerte, acabarán convertidas en historias contadas en cientos de páginas para nuestro disfrute y envidia, si no hemos sido capaces de convertir nuestros destellos creativos en algo real.

Nueve horas atravesando una España que espera el veredicto de un pulpo. Enseñando a aquellos que ponían un pie por primera vez en nuestro país que nuestro encanto residen en los marcados contrastes. Que si bien algunos nos hemos acostumbrado de la maravilla de pasar del gris al marrón y de éste al verde, sólo necesitamos unos ojos vírgenes para que nos recuerden la belleza de nuestra tierra. Nueve horas de chistes, de anécdotas que arrancan carcajadas, de planes compartidos, de narraciones inesperadas, de sonrisas que prometen quedarse fijas en nuestros labios, de brillo en los ojos, de lecturas en voz alta y descubrimientos. De debates, de conciertos en la cafetería, de páginas emborronadas, de artículos que intentan encerrar la magia de una fiesta en unos pocos folios, sabiendo que fracasarán, pero que aún así merece la pena intentarlo. Porque igual, después de leer esto, alguien decide visitar Gijón estos días en busca de su propia Semana Negra.

¡Viajeros al tren!