viernes. 29.03.2024

“El discurso del Rey” o las verdades inconfesables

Imagino que muchos hemos visto ya “El discurso del Rey”. Supongo también que, una vez la película reciba los previsibles y cinematográficamente merecidos Oscar, sus niveles de audiencia se multiplicarán exponencialmente. Por eso no me resisto a hacer por un día no de crítico de cine, pero sí de ayudante de crítica histórica sobre el trasfondo de la cinta.

nuevatribuna.es | 05.02.2011

En eso no soy original. Basta seguir los pasos del británico Christopher Hitchens para darse cuenta de que el filme modifica los hechos históricos hasta el punto de hacerlos poco reconocibles. Algo preocupante si pensamos que muchos espectadores se irán con una idea equivocada de cómo fueron las cosas hace 70 años.

Hitchens, en un memorable artículo en The Guardian titulado “Unspeakable truths” (que ha provocado tanto interés y debate en el Reino Unido como nula referencia en España), se centra en tres personajes de “El discurso del Rey”: Eduardo VIII, Jorge VI y el inefable Winston Churchill (http://www.guardian.co.uk/film/2011/jan/31/the-kings-speech-gross-falsification).

Eduardo VIII aparece en la película como el frívolo enamorado de la Sra. Wallis -tanto que llegó a abdicar por ello-, con alguna que otra simpatía por Alemania. Pero la cosa no fue tan suave: su admiración por el Tercer Reich y sus simpatías pro-nazis eran tan evidentes que mantuvo continuos contactos abiertos con el régimen de Berlín, hasta el punto pasar su luna de miel en Alemania y ser recibido en varias ocasiones por el propio Hitler o contar entre sus amigos con una mayoría de “camisas negras” (los fascistas británicos). Hitchens le califica de “playboy pronazi”.

Jorge VI, el protagonista del filme, aparece como un hombre serio y riguroso que no dudó en declarar la guerra a Alemania. La verdad es que fue un gran adalid del appeasement o “apaciguamiento”, es decir, de la política basada en llegar a un entendimiento con los nazis aunque fuera a costa de cesiones continuas: la política de no intervención durante la Guerra Civil Española -que supuso un lastre insuperable para la victoria de la República- o el Pacto de Munich -que entregó atada de pies y manos Checoslovaquia a Berlín-. Hasta el punto de rubricar tal Pacto recibiendo a su principal hacedor británico, Neville Chamberlain, en su palacio para respaldarlo antes incluso de que fuera refrendado por el Parlamento –rompiendo una larga tradición no escrita en el Reino Unido-, de maniobrar a fondo para evitar la dimisión de ese primer ministro, tratando sustituirlo en todo caso por alguien de igual pensamiento (Lord Halifax, que se resistió como gato panza arriba a declarar la guerra tras la invasión de Polonia) y evitar así el nombramiento de Churchill.

Este último también jugó papeles contradictorios. En una lamentable intervención en los comunes, Churchill defendió la lealtad hacia Eduardo VIII y, en una carta que dirigió al monarca, Churchill afirmó que Eduardo VIII “brilla en la historia como el más valiente y querido de los soberanos que han portado la Corona de la Isla”. Para, finalmente, distanciarse de él y otorgarle el gobierno colonial de las Bahamas a fin de alejarle de Europa.

Conviene que las figuras históricas ocupen su lugar. Una película no tiene por qué ser una lección de historia, por supuesto, y puede permitirse licencias para desarrollar su argumento. Lo malo es cuando esas licencias ocultan verdades y contribuyen a crear o mantener mitos. Los mitos ocultan realidades que otros –como los republicanos españoles cuando tuvieron que enfrentarse casi en solitario a una sublevación fascista apoyada por Hitler y Mussolini ante la pasividad de las democracias occidentales, empezando por Inglaterra- han pagado dura y largamente.

Es bueno recordar estas verdades cuando se entreguen los Oscar.

Carlos Carnero

“El discurso del Rey” o las verdades inconfesables