jueves. 25.04.2024

En este período están en la plenitud de sus facultades, Malthus (1766 – 1834), Karl Marx (1818 – 1883), Napoleón Bonaparte (1769 – 1821), J. von Liebig (1803 – 1873) L. Pasteur (1822 – 1895) y Nicolás Appert (1749 – 1841), entre otros. Los dos primeros del mundo del pensamiento, los dos últimos de la ciencia y la tecnología y Napoleón como representante del poder político.

Cabe reconocer a Malthus que fue el primero en identificar un problema de sostenibilidad, centrado en la relación entre el aumento de la población y los recursos alimentarios disponibles. Definido el problema, ya en la 1ª edición (1798) de su penoso estudio, que por cierto se publicó  anónimo, la solución que planteaba era totalmente demográfica, y opinaba que la ayuda a los pobres sólo hacía aumentar el número de pobres y por tanto resultaba inútil. Este enfoque se materializó en la denominada “ley de los pobres” (1834) del gobierno liberal inglés del momento. Malthus no considera en su edición ya formada y más extensa de 1803 ninguna posibilidad de ir más allá del crecimiento aritmético de la producción.

Pero en el exterior del universo pesimista de Malthus, aparece un mundo cambiante fruto de la Revolución Francesa y abanderado por la ciencia experimental. Y en este mundo en ebullición aparecen, entre otros, Justus von Liebig químico alemán que hizo el primer descubrimiento científico, básico en química agrícola: identificó el papel del nitrógeno (y por ello de los abonos) en su aplicación a la producción vegetal.

Empiezan a surgir voces que quizá la tecnología que genera la ciencia podrá acercar la producción a la adecuada alimentaria. K. Marx es, junto con la comunidad científica, uno de los defensores de esta esperanza. El mismo Malthus, en las últimas ediciones de sus textos (5 ediciones desde el 1806 al 1830), ya lo admite.

Pero en todo este entorno de generación de nuevas posibilidades fruto de los nuevos conocimientos científicos, se necesitaba un núcleo de cristalización que produjese la aparición de un nuevo sistema alimentario. Y este núcleo fue, en este aspecto y curiosamente, Napoleón Bonaparte.

“Finalmente, asediadas por todas partes, sin haber sacado a forrajear durante tres días a los animales, sin agua, sin trigo, piden una entrevista”, esto escribe J. Cesar en su crónica de la Guerra de Hispania. Napoleón, 17 siglos después comprende que la ebullición que se da en el campo científico le puede ayudar a resistir el cerco, y que como escribió J. César la disponibilidad alimentaria es una poderosa arma estratégica.

El ejército de Napoleón sufría graves problemas en los sistemas de conservación de sus alimentos y también en ciertas materias primas para el suministro a la población civil. Así, promueve unos premios al desarrollo tecnológico en el campo agroalimentario utilizando los nuevos conocimientos. Napoleón se establece como mecenas de este cambio. Hoy en día aún disfrutamos de lo que dieron de sí algunas de estas novedades: azúcar a partir de la remolacha, la margarina a partir de aceites vegetales y las conservas esterilizadas. Napoleón es el impulsor estratégico de una nueva tipología de empresa, la empresa alimentaria que resuelve los problemas de conservación, aumentando el número de técnicas existentes, con lo que se permite el suministro a las grandes concentraciones urbanas de población que emergen por efecto de la revolución industrial.

A este gran empuje en la mejora de la conservación de los alimentos dado por Napoleón, se le vuelven a añadir los esfuerzos del investigador y empresario J. von Liebig, que del campo de la producción agraria pasa a la tecnología alimentaria, aplicando los conceptos de Appert (conservas) a un complejo sistema de transformación que le permite convertir el exceso de vacuno de Sudamérica en dos productos de conservación estable: el extracto de carne y la carne enlatada (“corned beef”), productos aún hoy existentes en el mercado y que permitieron, la conservación antes que apareciese la nueva tecnología de refrigeración y congelación en Europa, y que en sus abigarradas ciudades, dispusiesen de abundantes productos cárnicos aptos para comer.

Este empuje, debido a emprendedores, diríamos hoy, con una visión de empresa con responsabilidad social, siguió, en la segunda mitad del siglo XX, por acción de nuevos pioneros, nos referimos a de G. Borden, J. Maggi, … entre otros. Pero ello puede ser el tema de otro artículo.

Si. Realmente una época apasionante la primera mitad del siglo XIX, y eso que solo nos hemos referido al mundo agroalimentario. Pero en esta etapa, se coloca la semilla conceptual de lo que en Fundación Triptolemos definimos  como el Sistema Alimentario Global: Su interrelación entre la disponibilidad de alimentos (J. von Liebig, Appert, Lavoisier, …) la economía, las políticas y el conocimiento (J. von Liebig, Napoleón, Malthus, K. Marx). Ellos descubrieron la problemática e intentaron resolverla desde su área, pero el problema aún persiste. Al ejemplo de que la vida se desarrolla a través de reacciones químicas en equilibrio, también la estabilidad del Sistema Alimentario Global se conseguirá en un equilibrio entre los sistemas demográfico, social y el científico- tecnológico. No puede haber vuelta atrás o se resuelve o la catástrofe esta anunciada.


Ramon Clotet | Secretario de la Fundación Triptolemos

La última esperanza de Malthus y Napoleón Bonaparte