miércoles. 24.04.2024
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La celebración el 21 de noviembre del Día Mundial de la Televisión ofrece la oportunidad de reflexionar sobre su futuro como medio de comunicación específico, pero también sobre las peculiares circunstancias en las que se mueve la situación televisiva en España.

Desde un punto de vista  global, llama la atención la persistencia del modelo de televisión generalista y en abierto, a pesar de las voces que en los últimos tiempos venían pronosticando el trasvase de ese modelo hacia una oferta audiovisual bajo demanda, tematizada y de pago. Seguramente la crisis económica ha tenido mucho que ver en esa consolidación del consumo televisivo, digamos, convencional, aunque no cabe duda de que el proceso, más o menos ralentizado, apunta hacia una integración de la televisión en la oferta convergente de las llamadas comunicaciones electrónicas, interactivas y multipantalla. Las actuales polémicas sobre la televisión terrestre, por cable o satélite, o sobre la televisión conectada versus la televisión híbrida acabarán por perder su sentido, al tiempo que irá creciendo y universalizándose el fenómeno del maridaje con las redes sociales.

En clave doméstica, nos encontramos con incógnitas añadidas. Que afectan a la viabilidad de la televisión pública estatal,  por la carencia de un modelo de financiación estable. A la propia supervivencia de muchas televisiones autonómicas, cuyo futuro parece dirimirse entre la privatización y el cierre una vez han sido deslegitimadas ante la ciudadanía por su gestión insostenible y su manipulación política. A la pérdida de espectro radioeléctrico (el llamado “dividendo digital”) a favor de las empresas de telecomunicaciones , que puede resolverse con una importante reducción de los canales concedidos a los grandes operadores y actualmente emitiendo, mientras proliferan las televisiones ilegales dedicadas a la adivinación y a todo tipo de contenidos bizarros.  

Y el panorama se completa con una preocupante ignorancia de algunas cadenas ante lo que dictan las leyes en aspectos como la saturación publicitaria o la protección de los menores, con practicas arbitrarias en lo que afecta a la calificación de los contenidos por edades y a su ubicación en parrilla. Practicas que empañan el esfuerzo, por otro lado, indudable,  realizado en los últimos años por mejorar la calidad de los productos televisivos, especialmente en el ámbito de la ficción, y por restar peso específico (con poco honrosas excepciones) a la denominada telebasura.

La televisión, entendida como oferta audiovisual para la ocupación del ocio, está lejos de desaparecer y se presenta cada día más potente, independientemente de sistemas tecnológicos y de difusión de la señal. Su desafío está en dejar de ser aquel “nirvana de los pobres” al que se refería Raymond Chandler cuando hablaba del medio, y convertirse verdaderamente en una herramienta para la cohesión social y la participación ciudadana en la información y la cultura, tal y como la soñaron los artífices de las grandes televisiones públicas europeas en la inmediata posguerra de la segunda mitad del siglo XX.     

Alejandro Perales | Presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC)

El futuro de la televisión: amenazas e incógnitas