miércoles. 24.04.2024

Con este nombre y otros parecidos (consumo colaborativo, economía de colaboración, consumo conectado, sharing economy) se conoce a un modelo de intercambio emergente, para el que todavía no tenemos una definición consensuada. Podemos identificarlo por tres características: se basa en cooperar, no en competir; los intercambios se realizan entre pares; los papeles de productor y consumidor no están claros ya que se fusionan (do it together) o se intercambian.

Las iniciativas que se incluyen bajo esta denominación son muy antiguas. La novedad está en la escala que están desarrollando gracias a la tecnología: internet, que permite conectar a miles de usuarios en comunidades, y otras como la geolocalización y otras aplicaciones para smartphones. En 2011, la revista Time propuso el consumo colaborativo como una de las diez ideas que cambiaría el mundo, y lo veía como una forma de “arreglar los peores problemas, desde la guerra y la enfermedad hasta el paro y el déficit”.

Además, estas iniciativas reciben mucha atención de la prensa, porque se presentan como solución a la crisis económica, por dos razones. En primer lugar, porque generan posibilidades de (auto) empleo. En segundo lugar, porque permiten que a pesar de la falta de liquidez tengamos acceso a bienes y servicios que permiten mantener un cierto nivel de comfort.

Muchas de estas iniciativas consiguen aligerar la mochila ecológica de los bienes y servicios

Sin embargo, sería miope verlas solo como respuesta a la crisis económica. Son una respuesta a la policrisis, porque también quieren paliar la crisis social y la ecológica. La social, fomentando un modelo de intercambio entre personas, que crea lazos, que recupera el vecindario y la comunidad. Esto tendrá como consecuencias la creación de capital social. Además, como señala el dictamen del Consejo Económico y Social Europeo, podrían servir para re-equilibrar, resolviendo las desigualdades en acceso a bienes. Igualmente, los modelos de consumo colaborativo son un modelo más sostenible porque se basan en un mejor aprovechamiento de recursos existentes, mediante la reutilización, recirculación, reventa o uso conjunto de bienes. Al fomentar los mercados locales se busca reducir la huella de carbono. En definitiva, muchas de estas iniciativas consiguen aligerar la mochila ecológica de los bienes y servicios.

La economía en colaboración se da en las distintas esferas que conforman la economía: la producción (por ejemplo, el coworking o los modelos de producción en abierto), la financiación (crowdfunding) y el consumo. Aparecen en todas las categorías, aunque no en igual número. Así, hay modelos de consumo colaborativo para el ocio (alojamiento en casas particulares), la movilidad (coches compartidos, coche social) o la ropa (trueque, regalos, segunda  mano). Otros modelos son las monedas sociales, los bancos de tiempo y los bancos de conocimiento. Puede verse un listado más amplio en la web Consumo Colaborativo.

Aunque es cierto que estos modelos tienen indudables ventajas, también tienen riesgos y hay un buen número de problemas sobre los que debemos reflexionar.

En primer lugar, está el problema de la definición. Puede ser que estemos asistiendo a una burbuja de la economía en colaboración: como no hay una definición consensuada, muchas iniciativas se presentan como tal. Por ejemplo, algunos excluyen de la definición las iniciativas promovidas por corporaciones (por ejemplo, esquemas de coche compartido promovidos por Mercedes Benz) o las iniciativas que no generan valor social o ambiental. Es fundamental clarificar qué es y no es, sobre todo, de cara a una futura regulación. En relación a las empresas, es preciso aclarar qué papel pueden jugar dentro del consumo colaborativo, diferenciando entre las grandes corporaciones y las pymes.

En segundo lugar, el trabajo. Una economía basada en el uso implica menos oportunidades de empleo ligadas a la producción. Al generalizarse este modelo, el consumo caería y, con él, el empleo en muchas industrias, especialmente las de bienes de consumo. Es, por tanto, urgente, pensar donde estarán los nichos de empleo en este modelo. O generalizando, este modelo de intercambio supone un cambio radical de modelo económico que nos debe llevar a repensar y reconfigurar la visión y modelo actual del trabajo remunerado y no remunerado.

En tercer lugar, el problema de las barreras de acceso. Una de las ventajas teóricas de la economía en colaboración es la democratización: todos tienen acceso a bienes y servicios, porque el dinero no es una barrera de entrada. Sin embargo, hay otras barras culturales, aunque muchas veces unas van ligadas a las otras. En concreto, para participar en las iniciativas que existen en internet, hace falta tener dos capitales: capital relacional y capital cultural. Tener una red de contactos o posibilidad de construirla es necesario para entrar en muchas de las iniciativas que existen. Como explica Schor, aquí es clave la confianza y la reputación que se construyen con los votos y opiniones de los pares. Si no eres capaz de atraer estos votos y opiniones, nunca serás elegido; y entonces, nunca tendrás votos ni opiniones y empezará el círculo vicioso. En cuanto al capital cultural, la competencia clave es la digital. Si no se tiene acceso a internet o teniéndolo no se sabe desenvolverse con soltura no se puede participar en estas iniciativas. Como se decía, muchas de estas son digitales, no físicas, y trascienden lo local, por lo que poder leer en inglés es clave. Entonces, los “desempoderados digitales” no tendrán acceso a la economía de colaboración o solo a aquellas iniciativas que existen a nivel local (los bancos de tiempo o las monedas locales, por ejemplo).

Hay que pensar qué hacemos con los que no tienen esta competencia, porque estarán excluidos del modelo. Por ello la educación, desde los hogares, los centros educativos o los medios de educación, puede ser un elemento fundamental para favorecer un mejor aprovechamiento de este tipo de iniciativas. Educación no solo en competencias sino también en valores, pues los valores de cooperación, equidad, interdependencia, respecto y valoración de la diferencia son fundamentales para una verdadera comprensión y extensión del modelo. Facilitar el acceso a este modo de satisfacer necesidades exige cambiar otros procesos, como el de la organización actual del trabajo de manera que se pueda participar activamente en la gestión y promoción de este modelo de intercambio.

Ligado a esto está el problema de la gestión y gobierno de estos modelos. Asumiendo que no son comprados por empresas convencionales, como sugiere Schor, cabe esperar que cuando organizaciones de pares vayan creciendo se perderán los canales democráticos. Cuando estas organizaciones tengan más poder o haya posibilidad de conseguir más recursos, empezará una carrera por tomar el mando. Entonces, se enfrentarán a los mismos problemas de gobierno que las organizaciones actuales: no hay nada que proteja de la tentación de la corruptela.

Finalmente, hay que repensar las implicaciones para lo público. Este modelo puede acabar en una desinstitucionalización completa de la economía. Y no es posible tener una sociedad sin Estado porque necesitamos un Estado que ponga, al menos, el marco regulatorio para que esta forma de economía prospere. Un tema de especial interés es el fiscal. Si los intercambios no se visibilizan, si no hay pago de impuestos, ¿cómo sostendremos los bienes comunes? ¿Habrá un modelo colaborativo para la sanidad, la educación o el cuidado? Cabe pensar que no. Otro problema es la frontera entre el favor y el trabajo. Esta frontera debe quedar claramente marcada o tendremos iniciativas que emplean sin dar ningún tipo de protección. Para los favores no hay marco legal. Para el trabajo sí. Y lo mismo se puede decir de la prestación de servicios.

Que aparezcan estos problemas no quiere decir que este modelo sea inválido. Al contrario. Porque este modelo busca desde el inicio el triple valor económico, social y ambiental ya que es mejor que otro basado en la acumulación individual de bienes. Porque la gente que está impulsando o participando busca, precisamente, objetivos más relacionales, trascendentes y de crecimiento personal, ya es mejor que otro modelo más hedónico y materialista.

Es necesario seguir avanzando en la puesta en marcha de iniciativas, en la resolución conjunta de los problemas, en garantizar la viabilidad de los proyectos iniciados. Y para eso es imprescindible que más y más ciudadanos empiecen a favorecer este mercado complementario para satisfacer sus necesidades. Porque de este modo iremos creando una sociedad más cohesionada y más sostenible.


Por Carmen Valor | Profesora Universidad Pontificia Comillas | Coordinadora del dossier Economía en Colaboración, Economistas Sin Fronteras

Economía en colaboración