martes. 23.04.2024

Mina, de las vertientes montañosas / llegaste como hilo de agua dura / España clara, España transparente / te parió entre dolores, indomable, / y tienes la dureza luminosa / del agua torrencial de las montañas. / A América lo lleva el viento / de la libertad española... (Pablo Neruda, “Canto General”).

Paseando por la Ciudad de México, hace algún tiempo me encontré en la calle nombrada en honor a Xavier Mina, el liberal y guerrillero navarro que, después de luchar en Europa, lideró una expedición a la Nueva España con la intención de unirse a la lucha insurgente americana contra el dominio colonial. Me dirigía al encuentro de una pareja de amigos españoles que vacacionaban aquí, en “la región más transparente”. Uno de ellos, navarro, me dio una sorpresa al responderme que no, que no había oído nunca de ese personaje que dio una bocanada de aire (“un relámpago de gloria y esperanza”, según la imagen de Lucas Alamán que ha hecho fortuna) al movimiento independentista mexicano a costa de su vida.

Quizá a causa de la confusión de Xavier con su tío, el militar Francisco Espoz y Mina, que también hizo la guerra en España, o porque quienes dictan cátedra sobre a lo que hay o no que rendir honores no conciben celebrar a un “español que hizo la guerra contra los españoles” (aunque Mina declarase su guerra no a españoles o franceses, sino a la Tiranía). El caso es que Mina no era un héroe en Navarra.

En México, por el contrario, sus andanzas como General Auxiliador para la Independencia son bien conocidas. Están contenidas en la Historia oficial que se lee en los libritos de la Secretaría de Educación Pública para colegiales. Pero eso es sólo un fragmento: cuento parcial que no permite aprehender la totalidad de la dimensión histórica de su figura, ni su importancia como nexo de unión entre dos hitos de la Modernidad: la revolución liberal española y los procesos de independencia americanos.

Aprovechando la ocasión de este mes, en que se celebra la Independencia mexicana, quiero evocar la figura de Mina en toda su magnitud: como guerrillero, liberal, y patriota. Lo haré en dos entregas: ésta, la primera, con un esbozo de su vida que parte especialmente de los trabajos de Manuel Ortuño (académico español y gran especialista); y la segunda, en breve, con una interpretación de lo que significa para España y México.

Mina nació en Otano, un pueblo de Navarra, en 1789, y su nombre fue Martin Xavier (no Francisco Xavier, como se le conoce en México). Como Cortés siglos antes, Mina empezó estudios de Derecho, pero los abandonó cuando la invasión francesa a España lo arrastró en su turbulencia bajo la protección del patriota y militar retirado Arceiziga. Apenas contaba 18 años. Tanto talento tenía y tanto gusto le cogió al oficio que a los 20 años se le autorizó crear un cuerpo franco, el Corso Terrestre de Navarra, con el que, según sus propias palabras “dio algo que hacer al enemigo” y con el que inauguró el sistema de partidas y guerrillas en España contra los invasores. El éxito de la campaña del joven fue tal que entre los navarros “irse a Mina” se convirtió en sinónimo de “echarse al monte”.

Tras un año de triunfos, Mina fue finalmente hecho prisionero en Labiano, conducido a Bayona escoltado por 400 hombres y hecho prisionero cerca de Paris, en Vincennes, en un encierro que duraría de 1810 a 1814.

Este encierro le serviría como periodo de aprendizaje y formación, de la mano del General Victor Lahorie, con quien Mina llevará a cabo su reeducación militar e intelectual. No es ya sólo un joven patriota y guerrillero, sino un lector de Polibio, Tácito, Plutarco y Jenofonte: un liberal y un enemigo de la tiranía.

En 1814, tras el desastre en Rusia, cae Napoleón y Mina es liberado por el Zar, que ocupa París. El retorno a la patria no fue, sin embargo, feliz: en 1814 empieza el ominoso periodo en la historia de España en que Fernando VII (de vuelta en el trono que había entregado a los franceses) se niega a jurar la Constitución de Cádiz, la declara abolida, hace prisioneros a los diputados de las famosas Cortes gaditanas y restaura el Absolutismo.

La Tiranía la encarna ahora ese rey, que en palabras del escritor mexicano Martín Luis Guzmán sube de nuevo a su trono “pisoteando y mancillando a aquellos mismos que se lo habían conservado mientras él lo perdía cobardemente”.

Esto causa un terrible desengaño a los patriotas liberales, y es en esta época cuando “El Mozo” se va dando cuenta de que lo que está en juego en ese momento histórico, la libertad, puede defenderse en varios escenarios: la idea de partir a América y luchar desde allá empieza a rondarle.

Un intento de levantamiento en Navarra lo lleva al exilio londinense en una Inglaterra que, enemiga del Imperio español, daba refugio a muchos liberales exiliados. Ahí es donde Mina entablará relación con liberales americanos, y especialmente con Fray Servando Teresa de Mier, quien le ayudará llevar a cabo su última travesía: hacer las Américas para ponerse a las órdenes del caudillo insurgente José María Morelos. Proseguir en ultramar la guerra que en la Península comenzó en 1808.

La expedición organizada en 1815 contará con el apoyo económico de ingleses, españoles y americanos, y se irá perfilando cada vez más como una expedición de carácter internacionalista liberal: la conformaban españoles, franceses, italianos, e ingleses, todos dispuestos a aponerse a las órdenes de Morelos para enfrentarse a las tropas realistas y acabar con el Absolutismo a ambos lados del Atlántico, restaurar la constitución gaditana, y conseguir la autonomía de las provincias americanas, rompiendo los apoyos novohispanos en los que se apoyaba el Tirano.

Viajaron primero a Estados Unidos y finalmente llegarán a costas mexicanas en abril de 1817, al mando de la “División Auxiliar de la República Mexicana” que pensaba apoyar a Morelos.

Llegaron tarde: en el peor momento de la lucha independentista. La muerte de Morelos había dejado a los insurgentes al borde de la derrota. Peor aún: los expedicionarios no conocían México. Y sin embargo, su campaña fue el balón de oxígeno más importante que recibió la Insurgencia en sus 11 años de duración.

Durante ocho meses de campaña desde su desembarco en Tamaulipas, Mina y su Expedición intentaron llegar a la capital del país para derrocar al Virrey. No lo lograron. Abortada una segunda expedición londinense y sin apoyo exterior, rodeado de la envidia y desconfianza de sus compañeros insurgentes, y abandonado por sus soldados, Mina finalmente cae prisionero del coronel Orrantia, y el 11 de noviembre de 1817 es fusilado por los realistas en Guanajuato, en la misma región donde la noche del 15 de septiembre de 1810 inicia la gesta insurgente. Por la espalda, como los traidores, sin reconocerle ninguna gradación.

Murió con tranquilidad y compostura, dicen los cronistas. Tenía 28 años. “Mi edad”, pienso al revisar este texto.

En su “Proclama” se declaraba compatriota americano, pedía se le permitiera cooperar en la “noble empresa insurgente” y una sola recompensa: que se les dijera a los futuros mexicanos que “esta tierra feliz fue dos veces inundada en sangre: por españoles serviles, esclavos abyectos de un rey; pero hubo también españoles amigos de la libertad, que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien”.

En 1823, el Congreso Mexicano (ya era México país independiente desde 1821) le declaró “héroe en grado heroico”.

Hoy, una estatua suya corona el flanco surponiente del pedestal del Monumento a la Independencia en la principal avenida de la capital mexicana.

Xavier Mina: Un guerrillero navarro en la Independencia de México (I)