viernes. 19.04.2024

Veo con ilusión el titular del diario Público llamado “Los lugares abandonados más bellos del mundo”. Ese interés está dado en parte porque reconozco el edificio que aparece en la foto que lo acompaña, pese a que debe estar tomada hace ya un tiempo. Es el antiguo hotel “El Refugio del Salto” en el lugar conocido como el Salto del Tequendama.

Pero mi gozo se queda en el pozo al desplegar la noticia y ver que la referencia a tan espectacular lugar, que ocupa el cuarto puesto entre los diez sitios descuidados que el autor del artículo menciona, se resuelve con un simple párrafo que dice

“Sin duda, uno de los más espectaculares edificios abandonados del mundo. El Hotel del Salto se ubica en Colombia, junto a las Cataratas de Tequendama. Su altura es tal que muchos han elegido este lugar para lanzarse al vacío y acabar con su vida.”


El Salto del Tequendama

Creo que el sitio ameritaba algo más que tres líneas en las que se da un nombre equivocado al hotel, se tilda de cataratas a lo que todo el mundo en Colombia conoce como el Salto y se destaca que es elegido para suicidarse por su elevada situación geográfica.

El Salto del Tequendama es una caída de agua de ciento cincuenta y siete metros, según lo medido en su día por Humboldt con un barómetro, que la coloca como la segunda catarata más alta de la Tierra, después del salto del Ángel en Venezuela.

Está situada a algo más de treinta kilómetros de la capital colombiana y es uno de los obstáculos que se encuentra el río Bogotá en sus trescientos ochenta kilómetros de recorrido, desde su nacimiento a más de dos mil setecientos metros de altitud hasta llegar al caudaloso río Magdalena en donde desemboca después de atravesar cañones como el que se forma en el municipio de Soacha al que pertenece el salto.

El edificio que está en la foto del diario español fue en su día el hotel “El Refugio del Salto” y hoy forma parte de un proyecto conjunto entre la Universidad Nacional de Colombia y una fundación ecologista para convertirlo en museo y contribuir con ello a recuperar la zona. Para lo que también se está trabajando en la rehabilitación del río Bogotá que sufre altos niveles de contaminación.

A ese espacio natural le dediqué una entrada en mi antiguo blog, hoy eliminado, en enero de 2015 después de realizar un recorrido por aquellos parajes durante una salida de campo. Lo titulé “Viaje al principio de todo” y decía lo siguiente:

Por lo general, nos empeñamos en viajar al fin del mundo cuando no sé sabe bien qué es y dónde está.

Nuestro recorrido empezó con una vuelta al pasado reciente, el vehículo que nos transportaba marcaba las ocho de la mañana del día 24 de agosto de 2001. ¿Una premonición? No lo creo, pero sí un aviso de que nos dirigíamos hacia atrás en el tiempo.

Llegamos al lugar previsto hacia las cuatro de la madrugada, un inicio de día frío y ventoso que no nos adelantaba qué sería y cuál iba a ser el calor que nos produciría la experiencia. La niebla nos fue introduciendo en la mañana, el día aparecía lentamente y sin la fuerza del sol. Solamente nos acompañaba un ruido que no mostraba lo que lo originaba y un olor no muy agradable.

Entre la bruma, las gotas golpeaban suavemente el rostro, el poco que quedaba al aire entre una vestimenta cercana a los equipos de intervención ante desastres químicos.

Cuando los tenues rayos de sol hicieron acto de presencia entre las nubes y la niebla, ante nosotros se presentó un espectáculo. El río Bogotá llegaba al salto del Tequendama y se precipitaba en una caída de ciento cincuenta y siete metros, según lo medido por Humboldt con un barómetro, al fondo de unas hoces verdes y rocosas. La majestuosidad del agua en su torrente opaca las contradicciones de una corriente de gotas contaminadas por muchas de las prácticas que los humanos producen, provocan y no limitan en su actividad como depredadores del planeta.

La segunda catarata más alta de la Tierra, después del salto del Ángel en Venezuela, reúne en su imagen la belleza y la tristeza. Un prodigio de la naturaleza perjudicado por el mal uso y escasa protección que se le da por parte de quien la disfruta y la explota. Frente al verde de múltiples tonalidades, los humos blancos y grises de una cementera; contra la prístina agua que acompaña al río en sus inicios en Villapinzón, la alba espuma y el negro aceite de vertidos y desechos que le caen en su recorrido por tierras cundinamarquesas.

Era realmente un viaje al principio de todo, al agua que nos ha permitido la vida en el planeta, a los tiempos de naturaleza virgen y salvaje, a la biosfera sana y al hábitat impoluto. Pero la realidad es muy otra. Llama la atención la poca fauna a la vista en el aire y entre el bosque primario que recorre la margen derecha del Bogotá. Tampoco es probable que haya vida de peces o anfibios en aguas tan castigadas por la contaminación.

Los originarios muiscas desaparecerían como fantasmas si vieran en qué estado se encuentra uno de sus lugares sagrados. Las puertas abiertas, significado de Tequendama, han sido cerradas por la ignorancia y la falta de ética del hombre. El salto no nos lleva al cielo, aunque en su entorno nos sintamos como rozando las nubes.

El lugar pertenece al municipio de Soacha, a unos 30 km al suroeste de la capital colombiana, en el Departamento de Cundinamarca. El Bogotá recorre cerca de trescientos ochenta kilómetros en los que desciende desde los más de dos mil setecientos metros de altitud hasta desembocar, atravesando cañones y valles en el río Magdalena a unos doscientos ochenta metros sobre el nivel del mar.

La falta de interés efectivo por el río y su esplendoroso salto por parte de las administraciones públicas, que no se ponen de verdad a la tarea de recuperar un paraje único de la naturaleza; como de las empresas que se aprovechan de él, desde las curtimbres a la empresa de electricidad pasando por la cementera, como de las personas, tanto las que habitan la zona como las que viven de su atractivo turístico o las que lo visitan, que botan los residuos al cauce como si fuera un basurero, hacen que se pierda gran parte del atractivo del salto.


Antiguo hotel “El Refugio del Salto”

La casa que “cuelga” al borde de uno de los precipicios de estas serranías fue en su momento el hotel El Refugio del Salto, edificación de arquitectura francesa inaugurada en 1923 como lugar de reposo y alojamiento para las clases pudientes. Hoy, una iniciativa del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia junto a la Fundación Granja Ecológica El Porvenir está intentando recuperar la mansión que acoge ahora la Casa Museo del Salto del Tequendama, propuesta aún en pañales pero que ojalá consiga rescatar no solamente el edificio sino todo su entorno, sobre todo el río y su maravilloso salto.

Al margen de los fantasmas de la hoy casa museo y de los suicidios al borde de la cascada, la zona merece una visita para contemplar un enclave natural sorprendente, para escuchar el ruido del agua al precipitarse a la fosa y para, en definitiva, disfrutar de un viaje al principio del mundo, al lugar donde los muiscas asentaban su hogar y sus dioses disfrutaban de la Tierra, algo que uno no se puede perder. Antes de que la dejadez y la falta de entendimiento de personas e instituciones terminen de llevar a cabo un ecocidio. Un lugar del que von Humboldt, uno de los pintores de la naturaleza, describía a principios del siglo XIX así:

“ (…) El gran muro de roca, cuyas paredes baña la cascada y que por su blancura y la regularidad de sus capas horizontales recuerda el calcáreo jurásico; los reflejos de la luz que se rompe en la nube de vapor que flota sin cesar por encima de la catarata; la división al infinito de esta masa vaporosa que vuelve a caer en perlas húmedas y deja detrás de sí algo como una cola de corneta; el ruido de la cascada parecido al rugir del trueno y repetido por los ecos de las montañas; la oscuridad del abismo; el contraste entre los robles que arriba recuerdan la vegetación de Europa y las plantas tropicales que crecen al pie de la cascada, todo se reúne para dar a esta escena indescriptible un carácter individual y grandioso. Solamente cuando el río Bogotá está crecido, es cuando se precipita perpendicularmente y de un solo salto, sin ser detenido por las asperezas de la roca. Al contrario, cuando las aguas están bajas, y así es como las he visto, el espectáculo es más animado. Sobre la roca existen dos salientes: la una a 10 metros y la otra a 60 metros; éstas producen una sucesión de cascadas, debajo de las cuales todo se pierde en un mar de espuma y de vapor.” (*)

Nuestro viaje terminaba con el regreso a nuestros días a bordo del vehículo que ahora marcaba la una de la madrugada del 25 de agosto de 2001. Nuestro recorrido había ido mucho más atrás en el tiempo, habíamos contemplado el lugar que el personaje mitológico muisca Bochica creó a partir de romper una gran roca con su bastón, dejando las puertas abiertas para que saltará el agua. Unas aguas que están llamando a que la flora y la fauna vuelvan a llenarlas.

El Salto del Tequendama