jueves. 18.04.2024
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@jgonzalezok | No pasaron 48 horas desde que se informó del hematoma cerebral que se le encontró a Cristina Fernández, con la recomendación de un mes de reposo, que la presidente argentina volvió al Hospital Universitario de la Fundación Favaloro para ser sometida a una operación. Un hormigueo en el brazo izquierdo alertó a los médicos, que decidieron proceder a la solución quirúrgica, sin esperar a que la sangre se subsumiese de forma espontánea.

Esta situación plantea un nuevo escenario, que no es compatible con el estilo de gobierno de Cristina Fernández. Como sucedió con su fallecido esposo, Néstor Kirchner, ejerce un hiperpresidencialismo que concentra todas las decisiones de gobierno en su persona. No hay reuniones de gabinete y es ella la que da las órdenes a los diferentes funcionarios. A esto se añade el recelo que suscita el vicepresidente, Amado Boudou, que es el segundo en el orden de sucesión.

No obstante, el lunes al mediodía se procedió al traspaso de mando, de manera formal, en presencia del escribano mayor de gobierno. Y Boudou ya empezó a reemplazar a la mandataria en varios actos programados con anterioridad. Empezó recibiendo en su domicilio particular al ministro de Economía, Hernán Lorenzino, que llegó con varias carpetas; después ambos partirían hacia la Casa Rosada. Una coreografía adecuada para transmitir imagen de normalidad. En sus primeras declaraciones Boudou afirmó que la presidente le había pedido “mantener la gestión”. Recordó que cuando fue operada de la tiroides, a principio de 2012, él ya se hizo cargo del Poder Ejecutivo y que esta etapa era exactamente igual, “no tiene ninguna cuestión de incertidumbre”.

Pero el interinato de Boudou es incómodo para el gobierno. Siendo ministro de Economía, fue elegido personalmente por la mandataria para acompañarla en su fórmula presidencial, una decisión que casi nadie entendió. Su figura provocó siempre recelos: en la oposición, en el peronismo tradicional y, sobre todo, en los sectores más a la izquierda del gobierno, fundamentalmente por su origen político en la UCeDe, la expresión más acabada del neoliberalismo argentino. Su estilo de vida ostentoso –vive en Puerto Madero, el barrio más caro de Buenos Aires, le gusta conducir sus motos, una Harley Davidson, una Honda y una BMW- difícilmente lo puede sostener con sus ingresos y menos con un pasado familiar que no tiene fortuna. Demasiado para un gobierno que pretende ser la encarnación del pueblo.

Fallecido Néstor Kirchner, en algún momento se especuló con que podía ser el elegido de Cristina para la sucesión, si no forzaban la reforma constitucional que habilitase la reelección. En marzo de 2012, sin embargo, estalló el primer escándalo y su figura se opacó, aunque para Cristina es difícil admitir el error. Y más después de que su primer vicepresidente, Julio Cobos, terminara siendo un apestado del gobierno, aislado y repudiado por haber votado en el Senado contra de los deseos de la Casa Rosada, en un tema crucial.

La imagen negativa del vicepresidente Boudou es del 60%, según el director de la consultora Poliarquía, Fabián Perechodnik, que recuerda que de hecho estaba fuera de la escena pública para no complicar el proceso electoral en marcha. Mariel Fornoni, directora de otra encuestadora, Management & Fit, coincide en que es el funcionario con peor imagen, “peor incluso que Moyano”, en referencia al líder de los camioneros y dirigente de la CGT opositora. 

La situación de Boudou ante la justicia es realmente complicada. Llegó a tener 54 causas abiertas, aunque algo más de la mitad fueron cerradas. La más importante es la que estudia su participación para salvar de la quiebra a una empresa calcográfica, Ciccone, que había sido comprada por un supuesto socio o testaferro. La empresa recibiría después encargos millonarios para fabricar papeletas de votación del Frente para la Victoria –nombre electoral del kirchnerismo- y billetes de banco.

Una de las últimas denuncias es por posible tráfico de influencias y uso de información privilegiada. Antes de que el gobierno decidiera reabrir el canje de la deuda, en 2010, podría haber usado dicha información para comprar a precio vil bonos de la deuda argentina. También es investigado por presunto enriquecimiento ilícito, al igual que algunos de sus familiares, su novia y amigos. Y por no haber devuelto las dietas o viáticos de viajes oficiales que no realizó, incorporando dichas sumas a su patrimonio.

A partir de la dolencia de Cristina Fernández, el escenario político cambió radicalmente. Aunque el consultor Perechodnik no cree que cambie el panorama electoral. Las encuestas, hasta ahora, venían señalando que un 65 % de la gente quería votar a candidatos no kirchneristas. Si bien después de las elecciones primarias la valoración política de la presidente mejoró algo, se mantuvo un rechazo muy importante a la política económica. Para Beatriz Sarlo, una de las pensadoras y ensayistas más importantes del país, “un giro sentimental puede traer algunos votos inesperados” para el gobierno.

En la agenda del gobierno para las próximas semanas hay cuestiones especialmente importantes. En primer lugar, la campaña electoral, y su desafío de recuperar alguno de los 4 millones de votos que perdieron en solo dos años, desde las presidenciales del 2011. Aunque la comparación no es exacta, ya que hace dos años las elecciones fueron presidenciales y ahora solo se renuevan parcialmente las dos cámaras del parlamento, no es posible esconder el desgaste político que ha sufrido el gobierno.

Está también el tema de los fondos buitre, con la posibilidad de que el Supremo de los EEUU decida no asumir la apelación presentada por el gobierno argentino. En varias de las últimas reuniones ya rechazó aceptar el tema, aunque la decisión no es definitiva. Si lo fuera, llevaría a Argentina al peligro del default o suspensión de pagos. A todo esto hay que sumar una situación económica que se sigue deteriorando -aunque no de forma dramática- y un equipo económico con diferencias importantes, que hasta ahora era contenido por la propia presidente.

La operación de Cristina Fernández plantea un nuevo escenario político