jueves. 18.04.2024
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@jgonzalezok | Abelardo Castillo, que murió este martes en Buenos Aires a los 82 años, fue uno de los grandes cuentistas que tuvo Argentina, comparable a Julio Cortázar. Autor también de novelas, ensayos y obras de teatro fue, además, el creador de grandes y míticas revistas literarias de las últimas décadas, como El grillo de papel, que después pasaría a llamarse El escarabajo de oro, en la década del 60, y El Ornitorrinco, que lanzó en 1977, en plena dictadura militar, y que perduró hasta 1987.

Entre sus libros, traducidos a numerosos idiomas, destacan los tomos de relatos Las otras puertas (1961), Cuentos Crueles (1966), Las panteras y el templo, y novelas como La casa de cenizas (1968), y Crónica de un iniciado (1991). 

Tuvo enorme influencia en numerosos escritores jóvenes que se formaron en sus talleres literarios, como Juan Forn y Guillermo Martínez. Casado con la también escritora Sylvia Iparraguirre, formaron una formidable pareja al estilo Sartre/Simone de Bouvoir.

Extraordinario lector, dijo alguna vez que la literatura es la lectura de los libros ajenos, no la escritura de sus propios libros. “Los libros que yo escribo no están en mi biblioteca, el lugar de un libro tuyo está en la biblioteca de otros”, le dijo en una entrevista a Hernán Isnardi.

Recibió numerosos premios, el primero a los 24 años, cuando ganó un concurso de cuentos convocado por la revista Vea y Lea, que contaba entre los miembros del jurado a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou. El primer tomo de sus Diarios (1954-1991), publicado en 2014, es una obra imprescindible para conocer el paisaje literario argentino de las últimas décadas, así como su personal relación con la escritura.

Tuvo trato con todos los grandes escritores de la época: desde Borges a Sábato, pasando por otros menos conocidos fuera de Argentina, pero no menos importantes. Es el caso, por ejemplo, de Leopoldo Marechal, con el que se veía todos los miércoles, desde 1965 hasta que falleció, en 1970. Con Sábato tuvo también una intensa relación, lo consideraba un amigo, aunque casi siempre acaban peleándose.

Odiaba empezar algún párrafo con la letra “A”, la letra de su nombre, y supo mucho tiempo después que lo mismo le sucedía a Kafka con la “K”. Definió la literatura como el arte de los pueblos pobres, porque alcanza un lápiz y un block de notas para encararlo. También dijo que los dos únicos muebles imprescindibles para un escritor eran una buena biblioteca y una buena cama.

Sostuvo que para conocer bien a un escritor hay que recurrir a sus obras de ficción, no a sus diarios. Al escritor y periodista Rodolfo Braceli, que lo entrevistó para su libro Escritores descalzos, le dijo: “A los escritores mejor no conocerlos. Un escritor, si es grande en serio, tiene que estar por debajo de sus libros. Si Shakespeare hubiera estado por encima de su obra, la obra sería menor. Cervantes era insignificante al lado del Quijote”.  

En 1981, todavía gobierno militar, su revista El Escarabajo de Oro fue el primero de los medios que publicó un manifiesto de las Madres de la Plaza de Mayo reclamando por los desaparecidos. También fue de los pocos que hablaron del Premio Nobel de la Paz de Adolfo Pérez Esquivel. Fue esa la primera revista de resistencia, “no había más que leerla para saber que estaba en contra de la dictadura”, diría años más tarde.

Hombre comprometido políticamente, fue uno de los escritores que permaneció en el país durante los años de plomo. Consideraba que un escritor comprometido podía escribir cuentos fantásticos o poemas de amor. “Una literatura, para ser literatura comprometida, debe ser previamente literatura”, dijo hace unos años al diario Última Hora, de Paraguay. “Los que se comprometen son los hombres y no tienen por qué comprometer a su disciplina”, diría en otra entrevista.

En enero de este año, le preguntaron en una entrevista con el diario La Nación sobre su relación con la muerte, uno de los temas que aparece en casi todos sus cuentos, desde los 20 años. “Si la miramos desde un punto de vista literario, podríamos hablar últimamente de una masacre”. Recuerda que el día que murió García Márquez escribió en su diario -que aclara no publicaría- que no iba a anotar la muerte de nadie más: “Se han muerto muchos amigos, Félix Grande, el poeta, Carlos Fuentes, Laiseca, Ricardo (Piglia), China (Josefina) Ludmer. Antes, Dalmiro Sáez, David Viñas, Sábato. Arreció la muerte sobre la literatura argentina del siglo XX. Yo odio la muerte, la detesto. La vida es algo que sucede en un sentido. Todo lo que nace debería ser inmortal si aplicamos una lógica abrumadora”.

Las muestras de pesar por su desaparición son numerosas. El escritor Eduardo Sacheri, resumió como ninguno el sentimiento por su muerte: “Leerlo, seguir leyéndolo, más que un homenaje, es un favor que nos podemos hacer como lectores”. 

Murió el escritor argentino Abelardo Castillo