jueves. 28.03.2024
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Fotos: Jose Manuel Rambla

Brasil parece haber conjurado, al menos hasta el momento, el fantasma de las grandes movilizaciones vividas por el país precisamente hace ahora un año durante la pasada Copa de Confederaciones. Pese a que las movilizaciones protagonizadas por diversos colectivos laborales las semanas previas al inicio del Mundial de Fútbol parecían confirmar los augurios que señalaban que la protesta volvería a ser la protagonista, lo cierto es que hasta ahora su impacto está siendo más discreto.

El analista político Leonardo Barreto considera que esta aparente desmovilización tiene su origen en el incremento de la violencia durante las últimas manifestaciones. A su juicio, esté fenómeno se plasma en dos hechos: el protagonismo adquirido por grupos anarquistas como los blacks blocs y la muerte de un cámara de televisión el pasado mes de febrero por la explosión de un artefacto lanzado por unos manifestantes en Rio de Janeiro. En su opinión, todo ello ha provocado que el “protestante de ocasión” haya desaparecido de las manifestaciones, haciendo que las mismas queden reducidas a sectores más militantes y politizados pero, a la vez, menos numerosos.

“Las protestas perdieron mucho apoyo después de que ocurrieran esos hechos, porque la gente tiene miedo de exponerse”, señala Barreto. Para él resulta significativo que “en las marchas de junio (de 2013) podías escuchar a los amigos que iban a ir con sus hijos para que las vieran, o por el contrario los padres piden a sus hijos que se salgan de los actos”. Precisamente la imagen de un padre obligando a su hijo menor de edad -ataviado con la estética de los blacks blocs y el rostro cubierto- a salir de una manifestación fue una de las más divulgadas por el grupo de comunicación conservador O Globo.

Ciertamente, todo el mundo coincide en que la violencia ha desempeñado una importante función a la hora de explicar la pérdida de apoyos en la protesta. Sin embargo, en lo que ya no coinciden es a la hora de identificar las responsabilidades de la violencia. “Nosotros solo respondemos a la violencia, pero es la policía quien empieza”, comenta  un adolescente que prefiere mantener el anonimato. Él es uno de los blacks blocs que acude a la manifestación convocada por el Comité Popular da Copa de Rio en la inauguración de los juegos. La mayoría de los que acuden a la cita no superan los 17 o 18 años. Son poco más de una docena pero centran la atención de todos los medios de comunicación que acuden a cubrir el acto. También la de muchos de los otros manifestantes que acuden a la marcha, muchos de los cuales no dudan en mostrar su simpatía y fotografiarse con estos enmascarados de negro.

Bajo la atenta mirada del batallón de choque de la Policía Militar que les vigila de lejos, en los prolegómenos de la manifestación estos jóvenes bailan, se golpean jugando entre ellos, tal vez nerviosos ante la inminencia de un enfrentamiento que se presiente. “Es verdad que a veces atacamos algún banco o algún otro símbolo del capitalismo, pero siempre como reacción a la violencia policial, intentando atraer hacia nosotros a la policía para proteger a los otros manifestantes”, comenta uno de ellos, mientras a su lado otros terminan de cubrirse el rostro. Son conscientes de que están en el objetivo de los grandes medios de comunicación que les acusan de querer generar disturbios durante el Mundial. Algunos de estos medios incluso no dudaron en presentar como real un supuesto y delirante acuerdo con el Primeiro Comando da Capital, organización criminal de São Paulo dirigida por narcotraficantes desde las cárceles, para provocar el caos durante la Copa. “Son intentos de criminalizar los movimientos sociales, nuestra lucha no busca el caos sino mejorar los transportes públicos, una educación y una salud para todos”, señalan. Ese día, la protesta se desarrolla con relativa normalidad, solo algunos forcejeos al acabar el acto. Varios manifestantes son detenidos, ninguno de ellos pertenece al  black bloc.

De hecho, la realidad no parece confirmar esa reiterada equiparación entre protesta y violencia que insisten en realizar los medios de comunicación. Buena prueba de ello son los casos de agresiones a periodistas registrados en las protestas. Según un informe elaborado por la Associação Brasileia do Jornalismo Investigativo, la policía es responsable del 75,5% de las agresiones sufridas por los periodistas que cubren las protestas. El fotógrafo carioca Pedro Guimarães es tajante a la hora de denunciar  como habitual los casos de violencia policial. “El discurso policial basado en el orden funciona de forma binaria, transformando a todo manifestante en un enemigo del estado, incluso de forma sádica, riéndose de la vulnerabilidad civil”.

Guilherme Boulos, coordinador del Movimiento dos Trabalhadores sem Teto (MSTS), uno de los colectivos que con su lucha por una vivienda digna más se han implicado en las últimas protestas, también coincide en destacar la importancia que la presión policial ha tenido en el retroceso en el número de asistentes a las manifestaciones. “Desgraciadamente este momento se está destacando como un momento represivo. Se han gastado 2.000 millones de reales (666 millones de euros) solo en el aparato de seguridad de la Copa, exactamente para impedir que tuvieran un efecto mayor y pudieran crecer durante el proceso”.

En realidad, son muchas las voces que alertan de los peligros de esta militarización para la sociedad. De hecho, el gobierno ha movilizado estos días efectivos del ejército para lanzar operativos en algunas favelas de Rio de Janeiro y reforzar a la policía en caso de disturbios. Además, se han aprobado nuevas normativas que restringen algunos derechos de manifestación. Ante este panorama, Amnistía Internacional ha impulsada en las últimas semanas una campaña para exigir que se garanticen en Brasil los derechos de manifestación durante el Mundial. “Ese es el gran legado de la Copa, la reciente militarización, sea a nivel local con los guardias municipales, estatal con las policías militar y civil o federal con las fuerzas armadas”, destaca Sandra Quintela de la Articulação Nacional dos Comitês Populares da Copa.

Pero no solo la violencia explica el retroceso de las movilizaciones respecto a las que hace un año recorrieron el país como un terremoto. También estaría influyendo en este relativo fracaso, la ausencia de un objetivo claro para la protesta. Así opina Lucas Oliveira, miembro de Movimiento do Passe Livre, cuya lucha contra la subida del precio de los transportes públicos fue el detonante para la explosión  de movilizaciones de junio de 2013. “El año pasado la gente tenía una demanda muy objetiva. Este año no existe una reivindicación tan concreta”, señala.

Sea como sea, lo cierto es que las actuales protestas distan mucho de las celebradas hace ahora un año cuando cientos de miles de personas llenaron las calles brasileñas mostrando su descontento ante las muchas asignaturas que el gran país del milagro económico continúa teniendo pendientes. Movilizaciones multitudinarias que se saldaron con ocho muertos, 837 heridos y 2.608 detenidos. Un movimiento que sorprendió por sus dimensiones y que se articuló en torno a la exigencia de una mejora en el transporte y los servicios públicos, especialmente la salud y la educación, así como en la reivindicación de una reforma que afrontara algunos de los males políticos endémicos del país como la corrupción o problemas en el sistema electoral. Reclamaciones que obligaron al gobierno a realizar concesiones en todos estos ámbitos, aunque con resultados desiguales.

En cualquier caso, Sandra Quintela considera que todavía es pronto para ver qué ocurre con las movilizaciones durante la Copa y, especialmente, cuál es su proyección más allá de las competiciones. En este sentido, cree que habrá que esperar para comprobar cómo se han consolidan algunos de los movimientos surgidos en este proceso y que impacto político tienen en el país. También el representante del MSTS considera que no se puede dar por finalizado el ciclo de protestas iniciado hace un año. “Pensamos que este proceso, incluyendo sus victorias, traerá una acumulación de experiencias importante que en los próximos meses y años revertirá en el fortalecimiento de las luchas sociales”, destaca.

Mientras tanto, cientos de brasileños mantienen viva estos días la llama de la disidencia y la denuncia. Y no se dejan desanimar, ni por la amenaza de unos despliegues policiales que no pocas veces les superan en número, ni por la indiferencia de los turistas que mecánicamente les fotografían como un atractivo más de Copacabana.

Los movimientos sociales mantienen viva la llama de las grandes protestas que...