viernes. 19.04.2024
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Universidad de Costa Rica

Esto dicen que es pura vida. Es Costa Rica, territorio tico que también existe

En un lugar de Centroamérica, muchos años después del desencuentro, había un país chiquitico que, como casi toda la región, era prácticamente desconocido. Salvo que sucedieran cosas extraordinarias, su nombre no formaba parte de la agenda mediática.

Mi conocimiento se limitaba a saber que no tenía ejército, abolido desde 1948; que era muy rico en recursos naturales, concentrando casi el 6 % de la biodiversidad de la Tierra y teniendo protegida una cuarta parte de su extensión, y que contaba con un premio Nobel, Óscar Arias, el que fuera dos veces presidente, lo recibió en 1987 por su papel en las negociaciones de paz en Centroamérica. Solamente esas tres características le deberían hacer más que especial. Ese pequeño gran desconocido se llama Costa Rica.

Pero no quiero hablar de lo que es sino de los choques, entendidos como fuertes emociones o impresiones, que me ha producido visitarlo. El primero de ellos, que “nazcan” más vehículos que personas (según datos de “ojo al clima”, en 2016 se registraron más de ciento cincuenta mil vehículos nuevos frente a los setenta y cinco mil nacimientos).

El segundo, que la capital san José cuenta con 55 universidades. La mayor, por tamaño y número de estudiantes, es la Universidad de Costa Rica (UCR), pública y con unas instalaciones que ya quisieran muchas naciones más conocidas. Dicha institución nos recibió con las puertas abiertas y su gente con un abrazo fraterno.

Un tercer impacto, conocer de primera mano su belleza natural. Una salida de campo organizada por profesores de la UCR como parte de las actividades del encuentro de la Red Universitaria de Posgrados en Comunicación, desarrollo y cambio social (Redecambio), recorriendo 280 km de su territorio.

En una mañana húmeda, con cielo cubierto, un grupo de docentes y estudiantes, veintisiete en total de distintos países de Latinoamérica, salimos de san José hacia el noreste, pasando por el parque nacional Braulio Carrillo, atravesando numerosos ríos, el Sucio, el Costa Rica y el Jiménez, antes de llegar a Guacimo para desayunar junto al río Guacimito. Un plato de gallopinto (frijoles y arroz), con natilla (queso crema un tanto agrio), huevos, pan y café con leche.

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El río Telire

Después, el río Pacuare, el Chirripo, el Banano, el Vizcaya, el Bananito,… y entre río y río, plantaciones de plátano y de piña. Todo ello en la región Huetar-Atlántico, hasta llegar a Suretka, en donde cruzamos en lancha el río Telire y un brazo del Lari para llegar a territorio indígena del cantón de Talamanca en la provincia de Limón. Allá, un bus nos lleva hasta Amubri, donde se sucede un choque más al compartir con las personas de la comunidad indígena bribri. Almorzamos en el salón comunal de la iglesia acompañados de Danilo Layan y la gente de la emisora indígena “La voz de Talamanca”. Una radio que cumplirá cuarenta años el 10 de febrero de 2019 y que cuenta con el apoyo del trabajo comunal universitario de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la UCR.

La emisora cultural indígena emite todos los días de 5:30 a 7:30 y de 15:00 a 19:00 y cuenta, entre otras, con doña Celia y su programa sobre “mujer y familia”, doña Delfina y su periodismo rural y Karina, una estudiante que habla a la audiencia sobre salud y medicina tradicional. Nos cuentan de su fiesta tradicional de septiembre que une a la comunidad: la jala de la piedra.

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Emisora cultural indígena “La Voz de Talamanca”

Desde allí nos dirigimos hacia las afueras para compartir con doña Natalia Layan y visitar la Úsurë, la casa cónica tradicional bribri, en donde nos recibe el líder espiritual (awá) Justo Avelino, un joven guía que nos deja algunas reflexiones sobre quiénes son, su cultura y tradiciones. No son indígenas, ni poblaciones originarias, son, simplemente, “naturales”. Un afirmación que por obvia te desarma. Es el conocimiento y no la edad lo que determina la posición que se ocupa. Esos saberes se los da Sibö, que fue quien expandió la semilla de la que nacieron. Ellos no tienen religión, sino espiritualidad y su dios es el mismo de todos los hermanos porque vivimos bajo el mismo cielo.

Esa noche dormimos en “Ditsöwö ú”, la casa de maíz, un lugar de encuentro de culturas que forma parte de un proyecto bribri de turismo sostenible para el desarrollo de la comunidad y en el que se funden dos mundos. Allá no tuvimos ni piscina, ni aire acondicionado, ni televisor, solamente naturaleza, paz y libertad.

“Te invitan a conocer una manera muy diferente de vivir y ser. Comparten sus conocimientos sobre la cultura Bribri y te brindan la amistad. Uno se siente bienvenido y en familia. Ditsöwö Ú es una escuela de vida, un gran intercambio de ideas y sirve como un refugio para las personas que tienen amor para humanidad, y sienten profundo afecto por los pueblos indígenas y el medio ambiente”.

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Ditsöwö ú, la casa encuentro de culturas

Al día siguiente, salida hacia Sixaola para encontrarnos con la población Ngöbe-Buglé, un colectivo nativo de la zona transfronteriza con Panamá que se asientan en el territorio desde tiempo inmemorial pero que no son reconocidos como nacionales costarricenses ni panameños. Son migrantes y extranjeros en su propia tierra, desplazados por los terratenientes, las hidroeléctricas o los gobiernos de turno. Alberto Jiménez, vicepresidente de la asociación indígena; Manuel Palacios, profesor cultural de niñas y niños indígenas, y Galletano Villagra, gestor cultural, nos cuentan de su historia.

Desde hace tiempo han tenido problemas al reclamar derechos, por lo que se aliaron con sindicatos como el de Japdeva (Junta de Administración Portuaria y de Desarrollo Económico de la Vertiente Atlántica). No tienen permiso de trabajo al no ser considerados nacionales, apenas hablan español y son explotados por las empresas, la mayoría extranjeras, que cultivan el banano y la piña. Incluso se rompió el motor que jalaba los bananos y ahora son ellos quienes los arrastran usando el mismo cable.

Un grupo de unos doscientos cincuenta llevan casi tres años en huelga para denunciar los abusos laborales a los que son sometidos. Pero su conflicto apenas afecta a unas multinacionales que no ven perturbada su producción y que se permiten contratar a otros trabajadores, incluso de la misma colectividad indígena. Pese a que les incumplen lo establecido en el convenio 169 de Costa Rica, la resolución judicial no llega. Con el apoyo de la UCR han avanzado en reivindicar respeto, en recuperar la autoestima y en visibilizar su situación.

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Una de las empresas que mantiene conflictos laborales con la población indígena se publicita como “un centro de trabajo en el que reina la paz, el respeto y la comprensión mutua”

Terminamos la mañana almorzando en “El rinconcito de Gandoca”, cercano a la playa del mismo nombre que se enmarca en un proyecto de turismo comunitario dentro de la reserva nacional en la que se encuentra. Para iniciar la comida nos invitan a sincoya, una fruta similar a una chirimoya gigante.

De toda esta experiencia, agradecer su colaboración, hospitalidad y esfuerzo a Luisa Ochoa, Jorge Zeledón y Marvin Amador, profesores de la Universidad de Costa Rica que estuvieron en la organización de esta salida y en la del congreso de ALAIC.

De ahí regresamos a san José. Al día siguiente daban inicio los tres días del XIV Congreso Internacional de Investigadores de la Comunicación (ALAIC). Organizado por el Centro de Investigación en Comunicación, CICOM, de la Universidad de Costa Rica, sus diecinueve grupos temáticos y sus cuatro grupos de interés debatieron en torno a la comunicación en sociedades diversas desde horizontes de inclusión, equidad y democracia. Muy oportuno en un territorio diverso que, como muchos otros del continente, necesita ser visibilizado. Pero eso es otra historia.

Aprovechando esa visita, y que el 9 de agosto es el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, un recuerdo para Garabito, el rey indígena de Costa Rica, y para Pabru Presberi (Pablo Presbere) líder bribri de la región de Talamanca en Costa Rica que se levantó contra los invasores españoles en 1709 para evitar el desarraigo de las poblaciones naturales del territorio. A él se le atribuye el logro de que su cultura, tradiciones e idioma hayan subsistido hasta hoy. La Asamblea Legislativa de Costa Rica le declaró en 1997 “defensor de la libertad de los pueblos indígenas” y “benemérito de la patria en el área de defensores de la libertad”.

Las personas interesadas en conocer más sobre poblaciones naturales de este país pueden consultar la “Minienciclopedia de los territorios indígenas de Costa Rica” (Bríbrí pa éna kabëcar pa ërör SuLaʼ ìcha).

Para finalizar este viaje, un choque más. En el aeropuerto internacional de Costa Rica me encuentro con Geovanny Escalante. Lleva más de diez años tocando el saxo en el área de las salidas internacionales del aeropuerto. Tiene pase para poder acceder a las salas con todo su equipo. Además de su instrumento musical, se lleva un amplificador, sus partituras, algunos de los compact disc que ha publicado, una mesa y el datáfono para quienes le quieran pagar la compra de sus obras con tarjeta.

Ahora, no sólo podemos situar el territorio costarricense en el mapa sino abrirle un espacio en el corazón. Esto dicen que es pura vida. Es Costa Rica, territorio tico que también existe.

Crónica tica